Friday, March 10, 2017

Marejada de historia y de paisaje


                                                                             Para Cony, 
                                                            en Bangkok, Tailandia


La terraza en lo alto del edificio de la librería Porrúa, en el corazón mismo de la Ciudad de México, nos hace sentir como si estuviéramos en un acantilado observando la inmensidad del mar. Desde aquí, el oleaje de la historia varias veces centenaria de la patria nos deja abrumados.

Descubrimos este sitio privilegiado hace dos años gracias a Cony, quien nos llevó a él como lo hizo Beatriz cuando condujo a Dante a la contemplación del Paraíso. Y a él hemos retornado con creciente asombro. 

Por todas partes, la contemplación de este oleaje impetuoso nos sacude el corazón. Allá abajo, a unos cuantos metros de nosotros, se encuentran los restos del templo mayor de la Gran Tenochtitlan, sobre cuyas ruinas humeantes habrían de comenzar los españoles la construcción de la catedral metropolitana de la Nueva España. 




A unos pasos de ella, en la Plaza de la Constitución, el llamado Zócalo capitalino, el Palacio Nacional evoca numerosos episodios de la historia, muy dolorosos algunos de ellos, como la ocasión en que la bandera estadounidense ondeó en lo alto de este edificio en los días que culminaron con el despojo de la mitad del territorio mexicano.

Desde aquí evocamos no solo a los defensores de la patria contra el invasor en el siglo XIX, sino a Cortés, a Cuauhtémoc y a Moctezuma II. Recordamos también a Benito Juárez, fallecido en una habitación del Palacio Nacional, a Madero apresado por Victoriano Huerta, a Lázaro Cárdenas en el balcón el día de la expropiación petrolera, al presidente López Mateos dirigiéndose al pueblo de México en los días en que la Guerra Fría estuvo a punto de ocasionar una catástrofe nuclear…


La música que escuchamos en la cafetería situada en la azotea del edificio de Porrúa ha acrecentado la nostalgia anticipada por el inminente retorno a nuestro lugar de residencia, a miles de kilómetros de la Ciudad de México; pero cuando las canciones de Agustín Lara se mezclan con el repique de las campanas de catedral que celebran el misterio gozoso de la vida, sentimos qué no podremos abandonar nuestra tierra sin un gran dolor.




 Buscamos entonces la tranquilidad en la contemplación del paisaje urbano y en la evocación de otros personajes cuya presencia está ligada a los sitios desde aquí  contemplados como fray Juan de Zumárraga y los demás obispos de México inhumados en las entrañas de la catedral metropolitana.  Y también recordamos que junto al Sagrario Metropolitano, el templo de inconfundible fachada de tezontle, en la casa número 1 de la vieja calle de Seminario, vivió el poeta tabasqueño Carlos Pellicer, quien aseguraba haber visto desde lejos la insurrección y muerte de Bernardo Reyes en febrero de 1913.



                                          (Fotos de Josefina Cabrera-Moreno)


Nada vuelve a tranquilizar el ánimo como la contemplación de la Academia de San Carlos que sobresale hacia el oriente, así como el recuerdo de que en su patio central, se exhibe una reproducción de la Níke tes Samothrákes (Victoria de Samotracia). Y si esta es una de las más altas cumbres del Himalaya escultórico, el mirador que equivale al Everest en la Ciudad de México no es el de la Torre Latinoamericana y ni siquiera el del alcázar del Castillo de Chapultepec, sino el que corona el edificio de la benemérita librería.


                                             
    


                                         

(Te invito a que visites mi blog lacitacotidiana.blogspot.com) 

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