Cartas a Hugo desde Soledad
Soledad, California, 3 de marzo del 2018
Querido Hugo,
Contaba yo seis años de edad cuando quedé cautivado por el tañido de las campanas.
Esta epifanía ocurrió en el atrio de la antigua Basílica de Guadalupe, en la Ciudad de México. Desde entonces, el timbre de este instrumento ha formado parte de mi vida, al grado de que en ocasiones me siento como si fuera el hermano menor de Frederic Mompou (1893-1987), el compositor catalán que evoca en los acordes de su música pianística la voz de las campanas de bronce en cuya fundición trabajaba su abuelo.
También siento afinidad por ese amor a las esquilas que repican en el corazón de Rosalía de Castro (1837-1885), la egregia poeta gallega que con estas palabras evoca en Cantares gallegos los repiques pueblerinos:
Campanas de Bastabales,
cando vos oio tocar,
mórrome de soidades.
Cando vos oio tocar
camoaniñas, campaniñas
sin querer torno a chorar.
De la misma manera, acojo el poema suyo intitulado "Las campanas", del libro En las orillas del Sar, escrito en castellano, que comienza así:
Yo las amo, yo las oigo,
cuando oigo el rumor del viento,
el murmurar de la fuente
o el balido del cordero.
Finalmente, te confieso que me habría gustado nacer, como el compositor checo Bohuslav Martinu (1890-1959), en la torre de una iglesia, cerca del campanario, a 143 escalones de la nave principal.
*
Por esta fascinación que siento por la poderosa vibración de las campanas, las extraño tanto en algunas interpretaciones de la Novena sinfonía de Gustav Mahler (1860-1911), así como de la Sinfonía número 11, El año 1905, de Dmtri Shostákovich (1906-1975). Pero de esto hablaré en la carta siguiente.
Iglesia de San Jacobo, en Policka, una población de Bohemia, cercana a la frontera con Moravia. Hoy día, forma parte del Centro Bohuslav Martinu, en la República Checa.
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