Wednesday, March 21, 2018

Corigliano llora por los seres queridos


Cartas a Hugo desde Soledad 

Soledad, California, 21 de marzo del 2018 

Querido Hugo, 

Mi fascinación por las campanas me induce a recurrir con frecuencia a la Sinfonía número 1 de John Corigliano, compositor estadounidense de ascendencia italiana nacido el 16 de febrero de 1938 en la ciudad de Nueva York. 

No pretendo afirmar que este polo de atracción irresistible sea lo único que admiro de dicha sinfonía, puesto que diversas características suyas me lleva a considerarla una de las obras de la música del siglo XX más conmovedoras.

Cedo brevemente la palabra a Corigliano para que explique el motivo que le inspiró la composición de esta sinfonía porque en su comentario se encuentra un paradigma del poder del arte para sublimar el dolor:

"Hace unos años, quedé profundamente conmovido cuando vi por primera vez The Quilt (La Colcha), un ambicioso tejido compuesto por varios miles de piezas de tela, cada una de ellas confeccionadas a la memoria de una persona fallecida víctima del SIDA y lo más importantes fue que cada una de ellas estaba diseñada y elaborada por un ser amado. Quise rememorar en música a quienes yo había perdido, así como a reflexionar en los que estaba perdiendo (...) Mi Sinfonía numero 1 fue generada por sentimientos de pérdida, ira y frustración". 

Tres de esos seres queridos por el compositor son evocados en sendos movimientos de la sinfonía con alusiones precisas: 

 . En el primer de los cuatro movimientos de esta sinfonía, marcado inicialmente Ferocious (feroz) en la partitura, incluye fragmentos del Tango en Re opus 165 de Albéniz, en transcripción de Leopold Godowsky, los que se escuchan como en un sueño lejano gracias a un piano colocado fuera del escenario. Este movimiento si intitula Of Rage and Remembrance (De rabia y recuerdos). 


. En el segundo, una tarantela que oscila entre el lirismo y la convulsión, representa la demencia que por causa del SIDA destruyó la razón de quien había sido un lúcido empresario musical. Esta parte llega a ser tan desgarradora, que asocio sus alaridos con los gritos de dolor del poema Algo sobre la muerte del mayor Sabines, obra maestra de poeta chiapaneco Jaime Sabines (1926-1999). Así comenta Corigliano esta música enloquecida: "Lo que sucede al final solo puede describirse como un grito brutal". 

. En el tercer movimiento,  "Giulio, Song" (La canción de Giulio),  es evocado un entusiasta violonchelista aficionado. Tras una sombría chacona, irrumpe una entrañable melodía de la inspiración de su amigo hallada en una vieja grabación realizada cuando él y Corigliano improvisaron, chelo y piano,  en sus años de escuela. En los últimos minutos, dos juegos de campanas que repican obsesivamente en forma antifonal sobresalen de un ejército de instrumentos de percusión que acompañan la más estrepitosa marcha fúnebre.

. En el "Epílogo", cuarto movimiento, la música regresa a la nostalgia sosegada y reaparecen los temas hasta que van perdiéndose. El Tango de Albéniz, tan preciado por mí como por el pianista fallecido aparece planísimo por última ocasión. El grito ha dejado su lugar al susurro.

Si consideráramos que esta partitura de Corigliano es un réquiem no por su forma pero sí por su intención, deberíamos colocarla en las antípodas del Réquiem de Gabriel Fauré (1845-1924), un réquiem sin gritos que incluso ha sido llamado "la cancion de cuna de la muerte".

De forma paralela, pondríamos colocar el poema de Sabines en una posición radicalmente opuesta a las Coplas a la muerte de su padre, de Jorge Manrique (c. 1440-1479). Pero lo que no podríamos hacer es negar la intensidad y el valor de ninguna de estas obras maestras. 




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