Luis Cardoza y Aragón (1901-1992), guatemalteco que residió en México la mayor parte de su vida, escribió al principio de su ensayo Dije lo que he vivido esta reflexión que tanto nos conmueve a muchos migrantes:
"No amamos nuestra tierra por grande y poderosa, por débil y pequeña, por sus nieves y noches blancas o su diluvio solar. La amamos, simpletmente, porque es la nuestra. En su territorio hay una región que es la región de nuestra infancia. Y en tal región, una ciudad o un pueblecillo. En el pueblecillo, una casa. En la casa, cuatro paredes viejas y manchadas, con muebles rústicos hechos por el carpintero de la familia, con árboles que nos dolió verlos abatir. En medio de la casa, una fuente de la cual nunca dejaremos de escuchar el canto. Todo se va replegando hasta llegar de la caja más grande a la más pequeña, del mundo a las cuatro paredes de la infancia, hasta la cuna y el ataúd. La tierra que caerá sobre esas cuatro tablas, cuando estemos de vuelta a geranios y quiebracejetes y nos empinemos en los árboles, es la tierra más dulce que existe. La niñez va corriendo como un arroyo que canta. Remontamos la corriente hasta el manantial. Hasta el amor de nuestros padres. No amamos nuestra tierra por hermosa, por alegre o triste. Por su leyenda o su primitiva felicidad sin historia. La amamos porque es la nuestra".
Aun quienes dejan su terruño para vivir en otra región del país elogian la arcadia perdida. Carlos Pellicer (1897-1977) se ufanaba:
Agua de Tabasco vengo
y agua de Tabasco voy.
De agua hermosa es mi abolengo
y es por eso que aquí estoy
dichoso con lo que tengo.
Sin dejar de extrañar su tierra natal, el migrante suele enamorarse del lugar que lo ha acogido. El sonorense Abigael Bohórquez (1936-1995) quedó cautivado por el encanto de Milpa Alta a la que canta en cuatro inolvidables sonetos, el primero de los cuales comienza con este cuarteto:
Esto es Milpa Alta, amor: colmena ardida,
comarca del geranio y su techumbre,
esto es Milpa Alta, amor, adormecida
en la paz de su propia dulcedulmbre.
Y concluye el cuarto soneto con este terceto:
el relincho, el zorzal... la sementera
esto es Milpa Alta, amor. Y en el paisaje
vuelve a creer en Dios la primavera.
Juana Reyes, periodista, maestra y promotora cultural, nació el la Huasteca Potosina a la que añora, pero como Abigael Bohórquez, su maestro, quedó cautivada por Milpa Alta, Malacachtépec Momoxco (su nombre indígena), la comarca del geranio y su techumbre. Este es su testimonio
"Aquí se disfruta de un clima fuera de lo común: al amanecer --algunos días-- hay una neblina propia de las regiones altas de la república mexicana (como la Huasteca Potosina, tan añorada) con la diferencia de que nos falta aquella calidez que se adhiere a las plantas de cafeto para proporcionarle a los frutos la debida maduración.
"En la tierra momoxca el frío que se cuela hasta las nopaleras y besa los nuevos brotes de nopales, hace lento su desarrollo y hiela e impide su crecimiento.
"Este clima tan inusual augura un 2016 diferente. En San Jerónimo Miacatlán, el poblado momoxca donde tienen ustedes su casa, todavía el año pasado soplaba un viento frío y suave, durante casi todo el año, que hacía gemir las ramas de los árboles.
"Pero desde hace apenas dos semanas ha descendido hasta los troncos, para llegar a las raíces, ha barrido las hojas secas que se desprendieron durante el verano y luego, como si se solazase de su ímpetu, se ha introducido hacia el interior de las casas, donde encontró descanso sobre los muebles. Lo más desastroso es que se ha asomado hacia dentro de las páginas de los libros, como si pretendiera descifrar lo allí escrito.
"El polvo se acumula sin que pueda hacer nada más que mirarlo.
"El año pasado el viento deshojó el nogal, el esqueleto de sus ramas contrastaba con el limonero cargado de azahares que presagiaban una buen cosecha de primavera.
"Este invierno un hermoso tono amarillo adorna el suelo: son los limones que descansan sobre el pasto y que durante el frío amanecer esperan el cálido mediodía para seguir madurando. Así es ahora un día en Miacatlán, Milpa Alta".
Concluyo con la nostálgica evocación del viaje en que quedé enamorado de Milpa Alta. A pesar de los años transcurridos, persiste el recuerdo de la Sierra Nevada que, desde un mirador y con el Valle de Chalco abajo, veíamos al alcance de la mano.
En esa ocasión, pedí a mis acompañantes que me permitieran recitarles el soneto Parroquia de la Asunción, de Bohórquez. El segundo cuarteto aún resuena en mis oídos:
Esto es Milpa Alta, amor, el campanario
carga la cruz a cuestas del convento;
y el corazón levita y milenario
se da golpes de pecho con el viento.
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