Al final de su cátedra, una noche tempestuosa hace muchos años, llevé a la maestra Lolita en mi diminuto Volkswagen desde el centro histórico del Distrito Federal hasta su casa, situada en la cercanía del vecino Estado de México.
Al llegar, cargados de los libros que no cupieron en su portafolios, atravesamos bajo el aguacero los veinte pasos del umbral a la puerta y como la maestra y yo teníamos las manos ocupadas, ella no usó la llave sino que tocó el timbre. Abrió un jovencito como de doce años. La saludó con un lacónico "Hola, abue" y dio presuroso la media vuelta.
"Oye, chamaco --le dije--, por favor ayuda a tu abuelita con sus cosas". Apenada, la maestra sonrió beatíficamente y me dijo a la manera de una disculpa: "Es que está viendo televisión, don Alfredo".
Recuerdo esta anécdota de apariencia intrascendente como un retrato vivo de la mujer excepcional de la que dijo un secretario de Educación Pública durante un homenaje que se le rindió hace unos decenios: "Dolores Castro Varela ha dilapidado su generosidad.
En esa ocasión, yo también aplaudí conmovido esas palabras y durante mucho tiempo las consideré como el mejor elogio que pudo habérsele hecho. Pero ahora doy la razón a Rosario Avilés cuando reflexiona:
"Eso de generosidad dilapidada me parece que no está bien usado… dilapidar es como desperdiciar y si algo no ha desperdiciado Lolita es su generosidad. Yo optaría por decir generosidad derramada o entregada en abundancia".
Recuerda Rosario Avilés que en uno de los cumpleaños de Dolores Castro, un sacerdote amigo habló de ella como de “María de Betania”, la mujer que rompió aquel perfume caro para perfumar a Jesús con toda liberalidad, sin fijarse en el costo: “Así es Lolita, da a manos llenas con toda libertad”.
Generosa ha sido Dolores Castro con sus amigos, entre quienes se encontraron Rosario Castellanos y Jaime Sabines; Alejandro Avilés, Roberto Cabral del Hoyo y Efrén Hernández, por citar a unos cuantos de ellos.
Generosa fue con Javier Peñalosa desde que lo escogió como compañero de vida hasta el último momento de su esposo. Ella fue su fortaleza y a su vez, fue fortalecida. Así lo dijo en la Elegía a Javier Peñalosa. He aquí un fragmento del testimonio:
Y lo creí de luz
era de cera.
¡Ah, pero ardía!
Ningún golpe del viento lo apagaba:
para apagarlo solo el mar
solo el mar.
Asistí a su esplendor
y me tocaba
de cerca su grandeza.
Generosa ha sido Lolita con sus numerosos hijos, nietos y compañeros de trabajo. Generosa en grado heroico (o santo) ha sido con sus alumnos, generación tras generación: ninguno de ellos se ha quedado sin el beneficio de su enseñanza paciente y bondadosa.Todo el que lo ha solicitado ha recibido de ella el consejo oportuno, el apoyo y la palabra de aliento.
Dolores Castro ha recibido numerosos reconocimientos, entre los que se encuentra el Premio Nacional de Ciencias y Artes en Lingüística y Literatura; pero no hablaré ahora de ello ni enumeraré los méritos, de sobra conocidos, de la mujer que es orgullo de México y sigue activa a sus casi 93 años. Me concretaré a dar testimonio agradecido de la forma en que experimenté gran consuelo con su libro Algo le duele al aire cuando lo repasé una y otra vez, como si tratara de una oración, en los días en que atravesaba por una de las turbulencias más violentas de mi vida.
Transcribo el primero de los tres poemas que componen esta obra:
Algo le duele al aire
del aroma al hedor.
Algo le duele
cuando arrastra, alborota
del herido la carne,
la sangre derramada,
el polvo vuelto al polvo
de los huesos.
Cómo sopla y aúlla,
como que canta
pero algo le duele.
Algo le duele al aire
entre las altas frondas
de los árboles altos.
Cuando doliente aún
entra por las rendijas
de mi ventana,
de cuanto él se duele
algo me duele a mí,
algo me duele.
La empatía de esta mujer por los que sufren vino en mi auxilio, como si su nombre (que alude al dolor de María) hubiera sido premonitorio.
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