Querido Héctor,
Decía Gabriel García Márquez que lo único mejor que la música es hablar de música.
Lo malo es que cuando menciono esta opinión, mis interlocutores suelen no captar el sentido lúdicro de la expresión. Así sucedió por ejemplo, con Ronald Zollman, en sus tiempos de director titular de la OFUNAM. Me dijo: "No estoy de acuerdo: lo único mejor que hablar de música es la música misma". Me pareció que mi admirado músico se sintió en ese momento como el descubridor de la tonalidad do mayor.
Y como de hablar de música se trata, te diré que en mi mensaje anterior no te platiqué que yo también siempre escogí la sección Orquesta en la Sala de Conciertos Nezahualcóyotl, de la Ciudad de México, por las mismas razones que tú lo haces: ver la actividad de los instrumentistas. Como ya lo hemos comentado, el oído se beneficia enormemente de la visión.
Como en la actualidad me encuentro (muy a mi pesar) alejado de las salas de concierto, siempre que disfruto una obra en video estoy atento a la imagen. Esto es posible en los videos modernos, en alta definición y sobre todo con un director de cámaras competente que se auxilia de la partitura de la obra.
Recuerdo la incompetencia generalizada de antaño, cuando, cito por caso, había un redoble de timbal digno de captarse, pero al llegar la cámara al timbalista, este había concluido su intervención y en ocasiones hasta lo captaban rascándose la cabeza.
Otra incompetencia, comentada en este caso por Lázaro Azar, crítico del periódico Reforma, de la Ciudad de México, es dirigir la cámara a las cuerdas y al mecanismo del piano, en lugar de captar el recorrido de las manos sobre el teclado. Yo añadiría que en las interpretaciones pianísticas, el camarógrafo debería dar menos importancia a los gestos y visajes del intérprete.
Ahora recuerdo que Stravinsky alababa a Rajmáninov, su compatriota, colega y vecino en Beverly Hills, California, por ser el único pianista que no hacía gestos. A propósito: no lo estimaba como compositor porque le parecía que había comenzado con "lindas acuarelas" para terminar con "horrendos óleos".
En realidad, no me disgustan más de la cuenta los gestos de los pianistas, pero sí me parecen cómicos en algunas ocasiones, digamos cuando están tocando la más sencilla y aun insulsa de las melodías mientras sus ojos se elevan al cielo como quien está en el umbral de la eterna bienaventuranza. Prefiero la sobriedad gestual de Valentina Lisitsa, pianista ucraniana radicada en Estados Unidos, quien por cierto parece a Lázaro Azar "una ametralladora" por su forma de tocar.
Recibe un abrazo afectuoso.
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