La nieta que ama a Mozart me escribe:
Hablando de música, te cuento que recientemente soñé que tomaba un violín y tocaba con tal habilidad y destreza paganiniana que no solo asombraba a quienes me escuchaban, sino a mí. Mi corazón latía fuertemente y me sentía feliz. Varias veces he soñado lo mismo. Sin duda se trata de un anhelo frustrado. Recuerdo vívidamente la sensación al hacer vibrar las cuerdas, al hacer el movimiento inicial con el brazo izquierdo para colocar al violín en la clavícula y sentir cómo el botón se enterraba ligeramente en el cuello, ya sabes, hasta formar el famoso chupetón del violinista y del violista también. Era algo que disfrutaba de verdad y que me alimentaba espiritualmente.
Aunque ya no tengo el sentimiento de crear el sonido, lo disfruto enormemente escuchándolo, o como decíamos cuando íbamos a los conciertos, viendo y escuchando. Sabiamente, siempre me decías que la música también se ve y así es. Disfruto viendo a Yehudi Menuhin con sus calcetines requetebien ajustados interpretando piezas clásicas.
Hace tiempo que no voy a un concierto, espero poder ir pronto porque es uno de esos placeres que, aunque a veces se comparten, es meramente individual. Cada escucha se sumerge a su modo en la música y el sonido viaja por su cuerpo y en ocasiones lo atraviesa. Es así como acordes y pasajes enteros se quedan en la mente y danzan por días, semanas o hasta por años.
¡Ah, qué bella es la música! Somos afortunados al poder apreciarla.
No comments:
Post a Comment