Aun cuando parezca una exageración desproporcionada (permítaseme el pleonasmo), el estadounidense John Steinbeck (1902-1968) y la bielorrusa Svetlana Alexiévich (1948) comparten una característica tan asombrosa, que hace de ellos almas gemelas: una capacidad fuera de lo común para escuchar a los demás y una decidida empatía por hombres y mujeres tan sencillos que parecieran incapacitados para decir algo medianamente importante.
Veamos algunos ejemplos que apoyan esta afirmación y demos la voz a estos literatos cuyo estilo se acrisoló en el ejercicio periodístico y que también tienen en común haber recibido el premio Nobel de Literatura:
Svetlana Alexiévich habla de su fascinación por el testimonio de los marginados, materia prima de su literatura sin ficción, al grado de que construye sus libros a partir de las voces de la vida diaria.
Recuerda: "Durante mis viajes de periodista, en muchas ocasiones he sido la única oyente de unas narraciones completamente nuevas". Sus editores le pedían que escribiera sobre la Gran Victoria y no sobre minucias, pero ella insistía en consignar testimonios de un valor humano inconmensurable a pesar de su aparente insignificancia.
Svetlana Alexiévich elogia en esta forma la autenticidad de quienes expresan sus vivencias:
"He comprobado que la gente sencilla (las enfermeras, cocineras, lavanderas...) son las que se comportan con más sinceridad (...) toman sus propias palabras en vez de coger prestadas las ajenas".
Asegura la escritora que el ser humano es más grande que la guerra: "No busco las hazañas ni los actos heroicos, sino lo sencillo y humano". Y así habla de la omnipresencia del testimonio de hombres y mujeres:
"Textos. Textos. Los textos están en todas partes. En los apartamentos de la ciudad, en las casas de campo, en la calle, en el tren... Estoy escuchando... Cada vez me convierto más en una gran oreja, bien abierta, que escucha a otra persona. Leo la voz".
El Gran Oreja del Valle de Salinas
También John Steinbeck, el autor de Las uvas de la ira y Al este del Edén, entre otras conmovedoras novelas, pudo haberse definido como un Gran Oreja. De hecho, ofreció este autorretrato en su libro Travels with Charley in Search of America (Viajes con Charley en busca de Estados Unidos):
"I am not shy about admiting that I am an incorregible Peeping Tom. I have never passed an unshaded window wthout looking in, have never closed my ears to a conversation that was none of my business".
(No me avergüenzo en admitir que soy un incorregible fisgón. Nunca he pasado por una ventana sin cortinas sin que vea a través de ella, ni he cerrado mis oídos a una conversación sobre asuntos que no eran de mi incumbencia).
Con gran sentido del humor, añade Seinbeck:
"I can justify or even dignify this by protesting that in my trade I must know about people, but I suspect that I am simply curious".
(Puedo justificar y hasta dotar de dignidad a esta costumbre protestando que en mi oficio, debo conocer a las personas; pero sospecho que simplemente soy un curioso).
Travels with Charley in Search of America es un libro que, por una parte, desmiente que Steinbeck sea un Peeping Tom, un chismoso, un fisgón común y corriente, sino que, por otra parte, nos presenta un estudioso de la naturaleza humana, una persona genuinamente interesada por la vida, los afanes y los sentimientos de los demás. A lo largo de su recorrido por Estados Unidos, dialoga con las personas que encuentra y muestra una empatía a toda prueba. Lo mismo se interesa por el testimonio de una mesera que vive una existencia desabrida y rutinaria, que por los personajes casi invisibles y de palabras inaudibles que se encuentran en los campos y a lo largo de las carreteras.
Admiramos la empatía de Steinbeck cuando relata las palabras de las persona que lo visitan en Rocinante, la camioneta en que recorre el territorio de su patria y en la que ocasionalmente lleva a quien se lo pide. Solamente en un ocasión, casi al final de la travesía, abandona la tolerancia y estalla en justificada indignación. Esto ocurre con un hombre que le pidió un ride cuando se dirigía a Jackson y Montgomery. A tal grado llegan las exaltadas expresiones racistas de esta persona, que Steimbeck orilla a Rocinante, detiene la marcha y lo expulsa del vehículo. Ese hombre, que al llegar se había referido a Charley, el perro de Steinbeck, con las palabras "Creí que llevabas a un negro", queda en la carretera gritando enloquecido, una y otra vez, "Nigger lover!, nigger lover!"
Cómo contrasta este episodio con el de un muchacho sensible, hijo de un hotelero que se enfrenta a la incomprensión paterna por su interés en las modas y los peinados.
Quede dicho, a manera de conclusión, que Steinbeck y Alexiévich hacen hablar en forma conmovedora y muchas veces contundente, no a los grandes de este mundo, sino a los que sin ellos nadie escucharía porque sus voces suelen pasar inadvertidas.
No comments:
Post a Comment