Siempre que regreso a Estados Unidos tras un viaje a mi país, siento que el oleaje impetuoso de la nostalgia amenaza con asfixiarme.
El alivio suele llegar cuando arribo a California, "uno de los rostros más bellos de la democracia" en palabras de Javier Sicilia, mi compatriota; cuando escucho la lengua que España nos legó; cuando llega a mi ventana el eco lejano de una canción de mi tierra; cuando veo que mis vecinos salen de madrugada a cultivar los campos del Valle de Salinas, los cuales contribuyen a que California sea la quinta economía del mundo.
Esta reflexión me cobijó ayer en el Consulado General de México en San José al que había acudido en compañía de Josefina para realizar un trámite. No había pasado un minuto de nuestra llegada cuando Las Mañanitas, interpretadas por un nutrido grupo de músicos que irrumpió en la sala nos sacudieron el corazón: ¡el Mariachi Vargas de Tecalitlán rendía homenaje a las madres en la víspera de su día!
El consulado, nuestra genuina casa mexicana en el Silicon Valley, estalló de regocijo con los sones del mariachi, entre los que se encontraron la evocación de uno de los huapangos citados por José Pablo Moncayo en su afamada partitura y el Son de la Negra que me recordó al director de orquesta Eduardo Mata porque pidió ser enterrado con él, por lo que resonó a la salida de su féretro del Palacio de Bellas Artes de la Ciudad de México.
A los gritos de "¡Viva México!" de quienes estábamos presentes se agregó uno de agradecimiento al consulado, manifestación a la que ahora me uno sinceramente para el Cónsul General, Juan Manuel Calderón Jaimes, a quien no conozco en persona.
Cuando Josefina y yo acudimos a tramitar el asunto que nos llevó al consulado, la eficaz atención de Gabriela Sánchez incluyó la más deliciosa evocación de nuestro México y de su cultura. Y sentí que una vez más me encontraba en mi tierra.
Muy bueno.
ReplyDeleteGracias, Gabriel. Revibe un abrazo.
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