Saturday, October 1, 2016

Cantar del alma y El viaje definitivo

Dos de las 37 canciones de concierto más conmovedoras de Frederic Mompou (1893-1987) son, en la subjetiva opinión del redactor de este blog que se autodefine como melómano de tiempo completo, las intituladas Cantar del alma y El viaje definitivo.

                                                              Frederic Mompou 

Una y otra comparten estas características: el texto de dos grandes poetas y la decisión del compositor de que se interpreten dentro del estilo del canto gregoriano, ese portentoso tejer y destejer continuo de melismas sin acompañamiento instrumental.

El genial compositor catalán toma para la primera de ellas un poema de San Juan de la Cruz. Para la segunda, recurre a un poema de asombrosa sencillez y ternura de Juan Ramón Jiménez, nacido 339 años después de la llegada al mundo del religioso considerado por algunos católicos como el patrono de los poetas. 

                     San Juan de la Cruz

En Cantar del alma, el piano no acompaña la voz, sino que alterna con ella, característica esta que resalta el espíritu del canto llano. En El viaje definitivo, Mompou, músico que consagró al piano la mayor parte de su obra, prescinde del acompañamiento.

                                   (Primeros compases de Cantar del alma) 

Cantar del alma

Juan de Yepes Álvarez (San Juan de la Cruz)

Aquella eterna fuente está escondida, 
que bien sé yo do tiene su manida, 
aunque es de noche.

Su origen no lo sé, pues no le tiene, 
mas sé que todo origen de ella viene, 
aunque es de noche.

Sé que no puede ser cosa tan bella
 y que cielos y tierra beben de ella, 
aunque es de noche.

Sé ser tan caudalosas sus corrientes 
que infiernos, cielos riegan ya las gentes,
 aunque es de noche.

El corriente que nace de esta fuente, 
bien sé que es tan capaz y tan potente, 
aunque es de noche.

Aquesta viva fuente que yo deseo,
en este pan de vida yo la veo, 
aunque es de noche.

*** 


El viaje definitivo

Juan Ramón Jiménez 

…Y yo me iré. Y se quedarán los pájaros
cantando
y se quedará mi huerto, con su verde árbol,
y con su pozo blanco.

Todas la tardes, el cielo será azul y plácido;
y tocarán, como esta tarde están tocando, 
las campanas del campanario.

Se morirán aquellos que me amaron;
y el pueblo se hará nuevo cada año;
y en el rincón aquel de mi huerto florido y encalado,
mi espíritu errará, nostálgico…

Y yo me iré; y estaré solo, sin hogar, sin árbol
verde, sin pozo blanco,
sin cielo azul y plácido…
Y se quedarán los pájaros cantando.


                         Juan Ramón Jiménez



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