Es posible que el amor profesado por la poesía del tabasqueño Carlos Pellicer (1897-1977) sea uno de los factores de mi predilección por el estado de Tabasco.
A pesar de que soy oriundo de la Ciudad de México y en ella he pasado la mayor parte de una vida medida en decenios, siento a veces el impulso de decir, como el autor de El canto del Usumacinta:
Agua de Tabasco vengo
y agua de Tabasco voy.
De agua hermosa es mi abolengo
y es por eso que aqui estoy
dichoso con lo que tengo.
Si Heródoto de Halicarnaso (484-425 a,C.) definió a Egipto como un don del Nilo, nosotros podríamos felicitarnos porque Tabasco es un don de las cataratas del cielo; pero en contrapartida, a veces nos sentimos inclinados a afirmar que desde el punto de vista de la naturaleza, a esta región privilegiada de México podrían aplicarse las palabras de otro gran poeta, el zacatecano Ramón López Velarde (1888-1921):
El Niño Dios te escrituró un establo
y los veneros de petróleo el diablo.
No he de referirme por ahora a mi amado Tabasco, sino a Carlos Pellicer y al ilustre conciudadano y contemporáneo suyo: José Gorostiza (1901-1973).
Recurriré con este propósito a la entrevista que Manuel Yrízar, periodista, comunicador, crítico e infatigable promotor de la cultura, hizo a Carlos Pellicer. Se publicó en el periódico unomásuno de la Ciudad de México los días 16 y 17 de febrero de 1978, en el primer aniversario de la muerte de Pellicer, y fue por cierto la última entrevista concedida por el egregio tabasqueño.
Uno de los pasajes principales de esta entrevista gira en torno de los intelectuales que colaboraron con la revista Contemporáneos (1928-1931), quienes tuvieron la más benéfica influencia cultural en la primera parte del siglo pasado. Cito textualmente este pasaje de la entrevista porque en ella encontramos un valiosísmo testimonio:
--Y este grupo ¿hacía reuniones para leer sus poemas?-- pregunta Yrízar a Pellicer.
"No. Mire usted, este grupo... es casi una metáfora hablar del grupo de Contemporáneos, porque nunca nos reunimos. Yo recuerdo que solamente una vez lo hicimos, y no todos, con motivo de una invitación que el doctor Elías Nandino, poeta admirable, nos hizo para asistir a su consultorio allá por las calles de San Jerónimo, para escuchar un poema. Nadie sabía a qué íbamos --creo que llegamos a ser seis los que asistimos a esta lectura-- y la sorpresa fue grande, porque José Gorostiza esa noche nos leyó Muerte sin fin. La impresión, le emoción que nos causó la lectura de este prodigioso poema, fue inolvidable. Nunca imaginamos qué iba a pasar. Nandino nos telefoneó y nos dijo: los invito para que vengan la lectura de unos versos. Fuimos, y agregó: los va a leer José Gorostiza. Nadie podía faltar, dado que Gorostiza había escrito muy poco, y era poco amigo de leer, de leerle a alguien sus poemas; entonces todo coincidió para que nadie faltara. Repito, la sorpresa fue enorme".
Qué conmovedor resulta este testimonio de la epifanía de Muerte sin fin, de José Gorostiza, considerado por muchos observadores como el poema cumbre de la poesia mexicana.
*
Volveré con los testimonios de Manuel Yrízar sobre Carlos Pellicer.
Manuel Yrízar
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