En cuanto cayó el último out del partido de postemporada con el que los Cachorros de Chicago derrotaron a los Dodgers de Los Ángeles y se coronaron campeones de la Liga Nacional para disputar a los Indios de Cleveland de la Liga Americana la Serie Mundial, quedé inmerso en una marejada de recuerdos.
El oleaje me llevó a la calle Patricio Sanz, a unos pasos del río de la Piedad en la naciente Colonia del Valle de la Ciudad de México y a esta reflexión de Juan Villoro: "La memoria convierte al pasado en acto de presencia".
Gracias a este acto de presencia, me transporté al año 1945 y me encontré en la miscelánea La Gitana con el chiquillo que a la edad de once años ya amaba el beisbol y por primera vez en su vida se interesaba por la Serie Mundial.
--No, manitos --dijo a los vecinos reunidos en la tienda ese preadolescente que ya se las daba de conocedor del entonces llamado "Rey de los Deportes"--, van a ver que los Cachorros harán papilla a los Tigres de Detroit.
No fue así: pasarían 71 años para que los Cachorros de Chicago volvieran a competir en una Serie Mundial y el chiquillo convertido ahora en anciano volviera a emitir su pronóstico: "Los Cachorros ahora sí que harán pedazos a sus rivales, en esta ocasión, los Indios de Cleveland".
¿Y por qué no habría de hacerlo, si como asegura Villoro, "los 80 años son la edad de los profetas en que la sabiduría le otorga nueva vida a la experiencia"? Quede esto expresado, a pesar de las serias sospechas que albergo en el sentido de que edad avanzada y sabiduría no suelen ser más que un deseo ilusorio. Pero se vale soñar y que así quede.
La anécdota beisbolera dio entonces paso a una evocación de aquellos tiempos en que la vida de un niño transcurría en la calle sin que se cerniera sobre él peligro alguno y la tienda, la botica o la panadería eran el ágora, la plaza pública y el tendero, el boticario y el panadero, amigos entrañables, solían presidir las charlas.
Hoy día estoy mucho más cerca del beisbol que en aquellos años de las transmisiones radiofónicas y la asistencia esporádica al desaparecido Parque Delta, de tribunas de madera, separado del Panteón Francés por el río de la Piedad. Pero qué lejos me encuentro de aquella época que recuerdo feliz y que me conduce nuevamente al pensamiento de Juan Villoro:
"Muchas veces concebimos la niñez como una arcadia donde todo es placentero. Gracias a la nostalgia, aquellos años que acaso fueron terribles se convierten en un campo que reverdece a medida que nos alejamos de él. Las virtudes que solemos atribuir a la niñez tienen menos que ver con lo que fue realidad que con las ganas de huir del presente".
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