Thursday, July 9, 2015

México lindo, querido y futbolero



En cuanto me bajé del automóvil, corrieron hacia mí varios hombres que se mostraban atentos a cuanta reacción de mi parte pudiera darles una pista de mis intenciones.

El más decidido y vocinglero de todos extendió frente a mí, como si fuera un torero que provocaba con su capa la embestida del marrajo, un lienzo de gran tamaño y me dijo:

--Jefe,  aquí está su camiseta del Atlas... ¡es de su talla!

Al observar mi desconcierto, dio rápida vuelta a la camiseta para mostrarme la que se encontraba en el reverso.

--Paisano, usted es del León, ¿verdad? Mire nada más esta chulada... baratísima.

Para eludir como un toro manso la provocación, le respondí:

--Pero si yo soy del Pumas.

Con la destreza de un prestidigitador, se deshizo de las playeras y no sé de dónde tomó una del equipo de la Universidad Nacional Autónoma de México. Al darme cuenta de que mi pretexto no había tenido efecto alguno, me limité a sonreír en reconocimiento de su habilidad de vendedor ambulante.

Al caminar sobre el piso de tierra del estacionamiento, percibimos el aroma de las fritangas que, al parejo de la música ranchera, acentuaba el ambiente festivo de la soleada tarde dominical en las cercanías del estadio en que jugarían los equipos del Atlas de Guadalajara y el de los panzasverdes del León.

Al pasar por el sitio en el que los miembros de una numerosa familia de guanajuatenses ataviados con la camiseta del equipo leonés disfrutaba bajo un toldo las delicias de la gastronomía del Bajío, Josefina unió su voz a la del canto de esa especie de himno llamado Caminos de Guanajuato que atronaba el espacio. Voltearon asombrados a verla y sonrieron al observar que ella también vestía la camiseta del León, en su versión color rosa mexicano.

Solidarios y generosos, nos invitaron a pasar para que compartieran con nosotros tostadas de cebiche, bebidas y "guacamayas", tortas de chicharrón o "duro" como dicen los guanajuatenses aderezado con picante salsa roja.

La charla se llenó de recuerdos de lugares como San Francisco del Rincón, Purísima de Bustos y la señorial ciudad de Guanajuato, así como de personajes como Vicente Fox y "Latota" Carbajal, quien fue portero de la Selección Nacional durante cinco copas y que aún vive por el rumbo del viejo estadio de la Martinica.

Lo más asombroso es que esto sucedía a más de tres mil kilómetros, en línea recta, de los estados de Jalisco y Guanajuato, ya que nos encontrábamos en Santa Clara, California, en un extremo del aeropuerto internacional de San José.

En las espigadas astas del estadio Avaya, sede del equipo Earthquakes de San José, ondeaban las banderas de México y Estados Unidos. Una fanaticada constituida casi exclusivamente por mexicanos parecía enfrascada en un concurso para determinar quiénes alcanzaban mayor rango de decibelios.

Por los altoparlantes, canciones como México lindo y querido nos invadían de una dulce nostalgia por la patria lejana a la que muchos aspiran regresar aun cuando sea para que los entierren al pie de los magueyales en esta, que es tierra de hombres cabales.

Antes del comienzo del partido, los himnos nacionales de México y Estados Unidos fueron escuchados en un silencioso respeto que contrastó con el estrépito de las porras de uno y otro equipos, los consabidos insultos a oponentes, árbitros y abanderados, así como el estentóreo grito de "puuuuuuuto" cuando despejaban los porteros.

Pocas veces me he sentido tan cerca de mi patria como lo estuve durante este partido de futbol, o soccer, como se empeñan en llamarle en Estados Unidos.

¿Que cuál fue el marcador final? Ah sí, olvidaba decirlo: empataron a dos.