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La tragedia de Enric Granados
Este hecho, perpetrado en Sarajevo, fue el antecedente inmediato de la Primera Guerra Mundial que estallaría un mes después con la invasión a Serbia por parte de Austria-Hungría, seguida por la invasión a Bélgica, Luxemburgo y Francia por el Impero Alemán.
Cuando se firmó el armisticio, el 11 de noviembre de 1918, el saldo de las bajas era de diez millones de muertos, 21 millones de heridos y ocho millones de desaparecidos.
Por desmesurada que sea, esta estadística no toma en cuenta algunos “daños colaterales”, como ahora se ha dado en llamarles, los cuales son tan trágicos como las bajas que, no sin cierto sarcasmo, podríamos llamar “de primera mano”.
El daño colateral de la Primera Guerra Mundial que hoy quiero recordar es el fallecimiento de Enric Granados, el compositor y pianista catalán, creador de la escuela pianística de Barcelona. Estoy consciente de que su trágica historia es muy conocida, pero la expondré brevemente.
El periódico londinense Morning Telegraph publicó en su primera plana, el 28 de marzo de 1916, esta noticia:
“Se pierde la esperanza de encontrar al compositor de Goyescas. Temen los amigos que el señor y la señora Granados se hayan perdido en el desastre del barco Sussex. No hay rastros de ninguno de los dos. Cuando fueron vistos por última vez, el señor y la señora Granados se asían a una pequeño bote salvavidas. Se cree que este bote no pudo resistir el oleaje o que la pareja cayó al mar y se ahogó”.
El desenlace trágico fue precedido por una asombrosa, lamentable concatenación de circunstancias iniciada cuando Granados accedió a cruzar el Atlántico, a pesar de su aversión al mar, para asistir al estreno mundial de su ópera Goyescas en el Metropolitan Opera House de Nueva York, suceso que anticipaba sería definitivo en su ascendente carrera.
A pesar de la frialdad con que la crítica neoyorquina comentó el estreno de la ópera, la creciente popularidad del compositor propició que el presidente Woodrow Wilson de Estados Unidos invitara al matrimonio Granados a la Casa Blanca para una recepción en homenaje suyo.
Esta invitación fue el factor que preparó el rendez-vous de Enric y Amparo, su esposa, con el destino: obligó al matrimonio a posponer el retorno a Europa.
Al día siguiente del encuentro de los Granados con el presidente Wilson, el embajador español les advirtió el peligro que significaba para la pareja tener que abordar en la última parte de la travesía marítima un transbordador de bandera francesa, propiedad de un país beligerante, por más que no fuera un barco de guerra.
La advertencia incrementó el horror de Granados al mar, el cual alcanzaba niveles patológicos, y le hizo recordar que en durante la travesía de Barcelona a Nueva York, se habían enfrentado a tantos contratiempos que llegó a exclamar premonitoriamente: “En este viaje dejaré los huesos”. Sin embargo, era tal el anhelo de regresar rápidamente a su tierra, que en lugar de buscar otra opción, decidió correr el riesgo.
El 24 de marzo de 1916, cuando el Sussex cruzaba el Canal de la Mancha, fue detectado por un submarino alemán. Un torpedo disparado por el UB-29 partió al barco por la mitad. La proa se hundió inmediatamente, pero la popa pudo ser remolcada y puesta a salvo en territorio francés.
En la popa del Sussex se encontraba el camarote de los Granados, pero quizá la pareja haya estado en otra parte durante el ataque, por lo que se supone que cayeron al mar. Enric fue recogido por una lancha salvavidas, pero cuando vio que su esposa nadaba desesperadamente lejos del bote, se lanzó al agua para tratar de salvarla.
Ironía final, propia de una ópera trágica: al tratar de amparar a Amparo los dos perdieron la vida. Años antes, la balada que inicia el segundo cuaderno de Goyescas: Los majos enamorados, lleva el premonitorio título de “El amor y la muerte”.
I Love You, California
I.
I love you, California, you're the greatest state of all.
I love you in the winter, summer, spring and in the fall.
I love your fertile valleys; your dear mountains I adore.
I love your grand old ocean and I love her rugged shore.
Chorus
When the snow crowned Golden Sierras
Keep their watch o'er the valleys bloom,
It is there I would be in our land by the sea,
Every breeze bearing rich perfume.
It is here nature gives of her rarest. It is Home Sweet Home to me,
And I know when I die I shall breathe my last sigh
For my sunny California.
II.
I love your red-wood forests - love your fields of yellow grain.
I love your summer breezes and I love your winter rain.
I love you, land of flowers; land of honey, fruit and wine.
I love you, California; you have won this heart of mine.
III.
I love your old gray Missions - love your vineyards stretching far.
I love you, California, with your Golden Gate ajar.
I love your purple sun-sets, love your skies of azure blue.
I love you, California; I just can't help loving you.
IV.
I love you, Catalina, you are very dear to me.
I love you, Tamalpais, and I love Yosemite.
I love you, Land of Sunshine, half your beauties are untold.
I loved you in my childhood, and I'll love you when I'm old.