Friday, May 29, 2015

Santiago Serrano. In memóriam



Estos días he recordado a Santiago Serrano, a quien llamaban Chanti.

Le conocí en su casa de Tuxtla Gutiérrez, Chiapas, en donde vivía con la profesora María del Carmen Espinosa, directora de la Imprenta La Sirena, ubicada en la Primera Sur número 50, la cual ocupaba una parte del domicilio conyugal.

Desde mi primer encuentro con el poeta chiapaneco, una vez establecida la amistad con su familia, las charlas sobre poesía propiciaron una mutua simpatía, a pesar de la diferencia de edad. Yo lo veía como un hombre casi anciano, hecho que me asombra hoy día, ya que según supe mucho tiempo después, contaba él 54 años en ese tiempo.

Quizá le haya caído en gracia que un chamaco de 17 años le haya hablado desde el primer día de Enrique González Martínez, compartiera con él su veneración por Amado Nervo, a quien llamaba "Su Santidad", y recitara de memoria innumerables Rimas de Gustavo Adolfo Bécquer.

La verdad es que me llamaba la atención saber que pasaba gran parte de la mañana en su hamaca, colgada en el fondo de la casa, y que todos las tardes fuera al cine, siempre acompañado de una linterna, y que viera películas repetidas porque en la única sala que había entonces en la ciudad, solamente cambiaban de programa, si la memoria no me traiciona, una vez por semana.

No fueron muchos meses los que permanecí en la capital chiapaneca, pero durante ese tiempo memoricé diversos poemas de Santiago Serrano, tan cercanos entonces a mi corazón.

Al regresar a la Ciudad de México, llevé conmigo tres libros del poeta: Playa a la vista, Del torbellino de mil vida y Biografía de Belisario Domínguez, este último con una dedicatoria que aun en mis años de mozalbete fanfarrón me ruborizó: "A mi culto amigo..."

Mi propìo torbellino me llevó a perder esos libros, pero aún recuerdo diversos poemas, entre los que se encuentra este, que envié por correo electrónico a una jovencita sacudida por las turbulencias del amor y del desamor:  

                   Cuando llegue el amor

Cuando llegue el amor y tú pruebes fortuna,
como sajona ríe, como latina engaña;
pero no te doblegues ni te ofrezcas en una
debilidad funesta como de frágil caña.

Deja de ensoñaciones a la luz de la luna,
sé displicente y falsa, desconfiada y huraña,
porque lo que parece pensativa laguna
quizá sea pérfido mar que tormentas entraña.

Con el hombre procede con astucia y con maña:
desconfiada, celosa, con audacia gatuna,
con el arte sencillo de la mínima araña 

que aprisiona en sus redes a la mosca importuna
porque este amor moderno, de nuestro siglo, una
sola vez es sincero, noventa y nueve engaña.

Aun cuando mi intención fue la de mitigar el dolor de un desengaño, al día siguiente me percaté de que el envío no pudo haber sido más inoportuno y aun contraproducente, por lo que volví a escribir para darle una explicación y una disculpa. "Más que un poema feminista --le dije-- es de una feroz androfobia".

"No te preocupes --me respondió-- sé muy bien lo que quisiste decir".

Concluyo con la inserción de dos de aquellos poemas que tanto me conmovieron en la adolescencia: 

                   Ya amaneció en mi vida


Después de tanta sombra, ¡ya amaneció en mil vida!
oh, Señor, muchas gracias por la bondad obrada,
por las rosas que prendes en mi ilusión fallida
y la gracia infinita de darme una alborada.

A través de los valles oscuros del pecado, 
impetuosa, sin rumbo, como potro sin vida,
mi juventud siguió por camino extraviado;
mas ya encontré la senda, ¡ya amaneció en mi vida!

Salud, árbol amigo, bajo cuyo piadoso 
follaje hoy puede el alma tomar algún reposo
de este bregar inútil a que fue sometida;

salud, arroyo hermano, sobre cuya corriente
refrescaré mis labios y lavaré mil frente,
porque ya tengo aurora, ¡ya amaneció en mi vida!


                  Y como iba sediento 

Y como iba sediento y bajo un gran dolor,
 una tarde ardorosa me detuve un momento 
ante el huerto sagrado de tu reino interior. 

Y vi que era tu vida todo un florecimiento: 
rosa, fuente, jilguero, trino, gala, frescor. 
Y tuve una adorada ilusión, la de un cuento 
oriental en que hay una princesa de amor. 

Y bebí de tu fuente, porque estaba sediento, 
y goce de tus frondas, porque ansiaba frescor, 
mientras mis ruiseñores desgranaban su acento 
sobre tus diecinueve jazmineros en flor. 

Y quedé, desde entonces, bajo el encantamiento
 del follaje de ensueños de tu huerto interior.

Santiago Chanti Serrano, nacido en Suchiapa, Chiapas, falleció el 17 diciembre de 1957, a la prematura edad de 60 años.

Él mismo intuyó su fugaz paso por la vida, porque en un poema dijo:

Cuenta ya nueve lustros mi frente encanecida,
cuarenta y cinco inviernos hielan mi corazón...

En su tumba, que no conozco, hay este epitafio:

“Y nada fui, Señor, porque he vivido en un vaivén inútil como el mar”.

Tuesday, May 26, 2015

Eduardo Diazmuñoz en México

Desde Australia recibo de vez en cuando mensajes de Eduardo Diazmuñoz, el gran músico mexicano que prosigue en ese país su labor pedagógica, ahora como director de la Orquesta Sinfónica del Sydney Conservatorium of Music.

Entre esos mensajes destaca su relato sobre la "peregrinación"  a la tumba de Igor Stravinsky, nuestro muy admirado genio del siglo XX, en su amada Venecia.

En esta ocasión, el correo enviado por Eduardo Diazmuñoz no ha provenido de la ciudad de Sydney, situada casi en el antípoda, sino de la Ciudad de México, de la que nada más me separan 3,700 km.

Así dice el mensaje dirigido a colegas y amigos: 

"Les adjunto la convocatoria que acaba de lanzar Conaculta para los talleres que impartiré en el Conservatorio Nacional los días 16 y 18 de junio de este año 2015, a la semana siguiente de mis conciertos con OFUNAM. El programa “La Hora del Conservatorio” se llevará a cabo el miércoles 18 en el mismo Conservatorio.

"¡Ojalá y los pueda saludar personalmente en la Neza o en el Conser!"

Recuerdo con afecto la amistad con Eduardo Diazmuñoz desde el tiempo en que fue director asociado de la OFUNAM y sobre todo en aquellas temporadas al frente de la Orquesta Sinfónica del Estado de México (OSEM), que yo disfrutaba en el municipio conurbado de Naucalpan.

Siempre lo admiré por su entusiasmo y por su infatigable promoción de la música mexicana y latinoamericana. Recuerdo que estrenó entre otras obras la versión orquestal del Angelus, de Miguel Bernal Jiménez, y que la OSEM incluyó en una de sus inolvidables temporadas el estreno en México de la Sinfonía "A la memoria de un caminante", del chileno Juan Orrego Salas, así como la Primera Sinfonía en Re mayor para gran orquesta de Julián Carrillo (estrenada en Leipzig en 1901), anterior a las obras del llamado Sonido 13.

Desde este "siempre añorado" estado de California, como le llama él, le envío el más afectuoso saludo y mi propósito se seguir atento a su carrera.

Precisamente anoche leía el testimonio de Diazmuñoz sobre Luis Herrera de la Fuente, incluido en el el libro Luis Herrera de la Fuente. Su entorno. Su vida su legado, de Fernando Díez de Urdanivia, recientemente publicado por LUZAM.

Entre otras cosas, el maestro Diazmuñoz  afirma:

"Luis Herrera de la Fuente, compositor, director, promotor, organizador, coordinador, hombre de una vasta cultura con quien siempre, ineludiblemente, uno tenía mucho que aprender –y aprehender– en cualquier conversación, siempre con un humor agudo y un sentido profundo de reflexión en todas y cada una de sus observaciones. 

"Efectivamente, la vastísima cultura de Luis siempre fue avasalladora y deslumbrante, una fuente inagotable de instrucción y luminosidad que bañó a todos los que tuvimos la fortuna de estar en contacto con él.

"Gracias maestro Herrera de la Fuente por todo lo que nos dejaste. Tu presencia física es extrañada profundamente, pero esa añoranza de tenerte entre nosotros, es compensada con el enorme legado que perdurará en el devenir de nuestro querido México a través de tu obra. Eres parte fundamental de la historia de la cultura nacional".

Por ahora, me quedo con estas palabras de Eduardo Diazmuñoz y con aquellas viejas añoranzas musicales en las que él estuvo en el centro.

Posdata. El maestro Diazmuñoz me aclara que escribió su mensaje cuando todavía se encuentra en Sidney.

Saturday, May 23, 2015

La tragedia de Enric Granados



 El 28 de junio se cumplirán ciento un años del asesinato del archiduque Franz Ferdinand de Austria, heredero del trono del Imperio Austro-Húngaro, y de Zsófia Chotek, su esposa.

 

Este hecho, perpetrado en Sarajevo, fue el antecedente inmediato de la Primera Guerra Mundial que estallaría un mes después con la invasión a Serbia por parte de Austria-Hungría, seguida por la invasión a Bélgica, Luxemburgo y Francia por el Impero Alemán.

 

Cuando se firmó el armisticio, el 11 de noviembre de 1918, el saldo de las bajas era de diez millones de muertos, 21 millones de heridos y ocho millones de desaparecidos.

 

Por desmesurada que sea, esta estadística no toma en cuenta algunos “daños colaterales”, como ahora se ha dado en llamarles, los cuales son tan trágicos como las bajas que, no sin cierto sarcasmo, podríamos llamar “de primera mano”.

 

El daño colateral de la Primera Guerra Mundial que hoy quiero recordar es el fallecimiento de Enric Granados, el compositor y pianista cataláncreador de la escuela pianística de Barcelona. Estoy consciente de que su trágica historia es muy conocida, pero la expondré brevemente.

 

El periódico londinense Morning Telegraph publicó en su primera plana, el 28 de marzo de 1916, esta noticia:

 

“Se pierde la esperanza de encontrar al compositor de Goyescas. Temen los amigos que el señor y la señora Granados se hayan perdido en el desastre del barco Sussex. No hay rastros de ninguno de los dos. Cuando fueron vistos por última vez, el señor y la señora Granados se asían a una pequeño bote salvavidas. Se cree que este bote no pudo resistir el oleaje o que la pareja cayó al mar y se ahogó”.

 

El desenlace trágico fue precedido por una asombrosa, lamentable concatenación de circunstancias iniciada cuando Granados accedió a cruzar el Atlántico, a pesar de su aversión al mar, para asistir al estreno mundial de su ópera Goyescas en el Metropolitan Opera House de Nueva York, suceso que anticipaba sería definitivo en su ascendente carrera.

 

A pesar de la frialdad con que la crítica neoyorquina comentó el estreno de la ópera, la creciente popularidad del compositor propició que el presidente Woodrow Wilson de Estados Unidos invitara al matrimonio Granados a la Casa Blanca para una recepción en homenaje suyo.

 

Esta invitación fue el factor que preparó el rendez-vous de Enric y Amparo, su esposa, con el destino: obligó al matrimonio a posponer el retorno a Europa. 

 

Al día siguiente del encuentro de los Granados con el presidente Wilson, el embajador español les advirtió el peligro que significaba para la pareja tener que abordar en la última parte de la travesía marítima un transbordador de bandera francesa, propiedad de un país beligerante, por más que no fuera un barco de guerra.

 

La advertencia incrementó el horror de Granados al mar, el cual alcanzaba niveles patológicos,  y le hizo recordar que en durante la travesía de Barcelona a Nueva York, se habían enfrentado a tantos contratiempos que llegó a exclamar premonitoriamente: “En este viaje dejaré los huesos”. Sin embargo, era tal el anhelo de regresar rápidamente a su tierra, que en lugar de buscar otra opción, decidió correr el riesgo.

 

El 24 de marzo de 1916, cuando el Sussex cruzaba el Canal de la Manchafue detectado por un submarino alemánUn torpedo disparado por el UB-29 partió al barco por la mitad. La proa se hundió inmediatamente, pero la popa pudo ser remolcada y puesta a salvo en territorio francés.

 

En la popa del Sussex se encontraba el camarote de los Granados, pero quizá la pareja haya estado en otra parte durante el ataque, por lo que se supone que cayeron al mar. Enric fue recogido por una lancha salvavidas, pero cuando vio que su esposa nadaba desesperadamente lejos del bote, se lanzó al agua para tratar de salvarla.

 

Ironía final, propia de una ópera trágica: al tratar de amparar a Amparo los dos perdieron la vida. Años antes, la balada que inicia el segundo cuaderno de Goyescas: Los majos enamorados, lleva el premonitorio título de “El amor y la muerte”.





I Love You, California

Este año 2015 se cumple una centuria de la adopción oficial de la canción I LoveYou, California durante las exposiciones realizadas en 1915 en las ciudades de San Diego y San Francisco.

I Love You, California había sido compuesta dos años antes por Francis Bernard Silverwood (letra) y Abraham Franklin Frankestein (música).

Los primeros versos constituyen el preludio de la declaración de amor al terruño y aun bastarían para dar una idea del contenido de la canción, pero conviene consignar la letra completa sin traducción alguna:


I.
I love you, California, you're the greatest state of all.
I love you in the winter, summer, spring and in the fall.
I love your fertile valleys; your dear mountains I adore.
I love your grand old ocean and I love her rugged shore.

Chorus
When the snow crowned Golden Sierras
Keep their watch o'er the valleys bloom,
It is there I would be in our land by the sea,
Every breeze bearing rich perfume.
It is here nature gives of her rarest. It is Home Sweet Home to me,
And I know when I die I shall breathe my last sigh
For my sunny California.

II.
I love your red-wood forests - love your fields of yellow grain.
I love your summer breezes and I love your winter rain.
I love you, land of flowers; land of honey, fruit and wine.
I love you, California; you have won this heart of mine.

III.
I love your old gray Missions - love your vineyards stretching far.
I love you, California, with your Golden Gate ajar.
I love your purple sun-sets, love your skies of azure blue.
I love you, California; I just can't help loving you.

IV.
I love you, Catalina, you are very dear to me.
I love you, Tamalpais, and I love Yosemite.
I love you, Land of Sunshine, half your beauties are untold.
I loved you in my childhood, and I'll love you when I'm old.


El 14 de agosto de 1914, se cantó I Love You, California   en la cubierta del barco estadounidense Ancon durante la  travesía que lo convirtió en el primer  mercante que cruzó el Canal de Panamá.

Esta linda canción que lejos de esgrimir argumentos  patrioteros canta las bellezas del Golden State no cuenta con la popularidad de antaño, a pesar haber sido designada en 1987 la canción oficial de California.

Como quiera que sea, desde fines de 2012 Jeep la utiliza en una anuncio televisivo en que el vehículo de esa marca recorre los lugares que convierten a California en una de las regiones más bellas de Estados Unidos.

Desde que vi por primera vez este anuncio, dejé de codiciar un Mini Cooper para recorrer la Carretera Uno, entre las montañas y el mar. Creo que me sentiría más a gusto en un Jeep.  


                                 

Nuevo libro sobre Luis Herrera de la Fuente



Con el número 11 de la colección Biblioteca Musical Mínima, acaba de salir el libro que lleva por nombre: Luis Herrera de la Fuente. Su entorno. Su vida. Su legado. 

Editado por LUZAM, su autor es Fernando Díez de Urdanivia.

De  240 páginas, está formado por una descripción del entorno musical que recibió a Herrera de la Fuente con 395 breves semblanzas de personajes que formaron parte de este panorama. 

Se reúne en este libro el testimonio de 28 personajes de la música y de la cultura mexicanas (cuya lista se detalla abajo) y que incluyen a los tres hijos sobrevivientes. 

Incluye un par de entrevistas que dan voz al personaje; una semblanza detallada del protagonista incluyendo cronología; la lista de sus obras, de sus reconocimientos y de sus libros, así como dos capítulos relacionados con dos personas que le fueron muy cercanas: Victoria Andrade, su esposa, y  el doctor Miguel Ángel Herrera Andrade, su hijo.

Participantes:

José María Álvarez
René Avilés Fabila
Roberto Aymes
María Teresa Castrillón
Eduardo Díazmuñoz
Juan José Escorza
José Guadalupe Flores
Marta García Renart
Alejandro Gertz Manero
Esther Hernández Palacios
Theo Hernández Villalobos
Luis Javier Herrera Andrade
Magdalena Herrera Andrade
Víctor Herrera Andrade
Raúl Herrera Márquez
Hugo Hiriart
Fernando Lozano
José Alfredo Páramo
Luis Pérez Santoja
Carlos Prieto
Carlos Miguel Prieto
Francisco Savín
Ignacio Toscano
Rafael Tovar y de Teresa
Sergio Vela
Enrique Velasco
Francisco Viesca
Armando Zayas

Das Lied von der Glocke

                         El canto de las campanas

En punto del mediodía empezó ayer el canto de las campas de la misión de San Luis Obispo de Tolosa, en California, fundada en 1772 por el franciscano Junípero Serra en la ribera del arroyo que corre por la cañada que los españoles  llamaron de los Osos.

Las cinco campanas afinadas cantaron el Ángelus y provocaron en mí una marejada de recuerdos y añoranzas que se remontan al año 1941, cuando escuché por vez primera, en forma consciente, un repique. Esta epifanía ocurrió en la antigua Basílica de Guadalupe, de la Ciudad de México, y me dejó marcado para siempre.

Una vez más surgió en esta ocasión la dulce nostalgia de la patria debido al recuerdo reciente de las campanas de la Catedral Metropolitana. Evoqué entonces las palabras del  poeta yucateco Luis Rosado Vega:

"Campanas, clamorosas campanas de mi pueblo, lejanas campanas, ¡cómo parece que os estoy oyendo!"

El canto de la campana; de campana carmen, en latín; the song of the bell, en inglés... o, como en el titulo del poema de Friedrich Schiller, Das Lied von der Glocke, es tan poderoso que pocas voces en el mundo de la música suelen conmovernos tanto.

Así lo dice, en latín, el epígrafe del poema del alemán:

"Vivos voco
 Mortuos plango
 Fulgura frango"

Estas palabras, grabadas en muchas campanas de iglesia, podrían traducirse modernamente en esta forma:

 "Llamo a los vivos. Lloro por los muertos. Acallo los truenos".

Las campanas de la misión de San Luis obispo de Tolosa llevan respectivamente los nombres de los santos patronos de las primeras cinco misiones fundadas en la Alta California por fray Junípero Serra Ferrer, el civilizador mallorquín que será canonizado por el papa Francisco en su próximo viaje a Estados Unidos, en septiembre. Que ahora canten en su honor.


   
             

A 61 años de la muerte de Clemens Krauss


El 16 de mayo de 1954, murió Clemens Krauss, el gran director de orquesta austriaco, en la Ciudad de México, dos horas 45 minutos después del concierto que había dirigido al frente de la Orquesta Sinfónica Nacional.

Era su cuarta presentación como director huésped ante el público mexicano, durante una gira patrocinada por el embajador de la República Federal de Alemania y el Comité Cultural de la Exposición “Alemania y su Industria”.

La presencia de Krauss en México había sido impugnada por un grupo de detractores que lo acusaban de haber colaborado con el régimen nazi, cargo del que había sido absuelto años atrás por los Aliados. No solo debió soportar algunas manifestaciones hostiles, sino que tuvo un altercado con los camarógrafos de la incipiente televisión mexicana que iba apenas en su cuarto año de vida, por lo que se dijo que Krauss cancelaría su compromiso.

El músico aclaró a la prensa que se había exagerado su actitud de protesta por la molestia que le causaban los gigantescos reflectores. “No hay mayor problema –dijo con un suspiro de resignación–, en el próximo concierto, me pondré unos anteojos para el sol”.

Así lo hizo, por lo que el domingo entró en el proscenio de la Sala Principal del Palacio de Bellas Artes como si fuera a una playa del Caribe.

Éste fue el último programa de su vida: Sinfonía Número 88, de Haydn; El aprendiz de brujo, de Paul Dukas; Concierto para piano y orquesta Número 2, de Brahms, y la Obertura Leonora número 3, de Beethoven.

Participó en la obra de Brahms la legendaria pianista mexicana Angélica Morales, quien de niña había logrado la hazaña de dar una serie de recitales en los que incluyó los 48 preludios y fugas de El cave bien temperado, de Bach, y había debutado con la Orquesta Sinfónica de México en 1929, año en que se presentó por primera vez en el Carnegie Hall, de Nueva York. Un lustro antes, la niña de 13 años había tocado con la Filarmónica de Berlín.

Cuando terminó el conciertou dominical, Krauss comentó que se sentía un poco cansado, por lo que se retiró inmediatamente a su habitación del hotel Montecasino, de las calles de Génova, en la colonia Juárez que posteriormente se llamaría Zona Rosa. Allí lo sorprendió la muerte.

La causa de su fallecimiento, ocurrido a la edad de 61 años, fue un ataque al corazón. Al día siguiente, el periódico El Universal informaba del deceso en una primera plana cuyo titular a ocho columnas era típico de aquellos años de la Guerra Fría: “Ni una pulgada del territorio de Vietnam será cedida a los rojos”. Y el subtítulo: “Los Estados Unidos han anunciado esta resolución”.

Recuerdo que la noticia, escuchada de labios de mi papá al día siguiente, me impresionó doblemente porque había asistido al concierto y porque vivíamos en las calles de Amberes, a tres calles del Montecasino.

El Instituto Nacional de Bellas Artes rindió un homenaje póstumo al músico en el que hablaron el ministro de Austria, el embajador de la República Federal de Alemania y el doctor Andrés Iduarte, director del Instituto Nacional de Bellas Artes.

El doctor Iduarte dijo: “México tiene el privilegio de ser el primer pueblo que rinde homenaje ante sus restos. El marco físico y espiritual en donde ha ocurrido el tránsito de Clemens Krauss no es ajeno, ni distante, ni impropio de su grandeza artística. El artista muere en un país del arte”.

La Orquesta Sinfónica Nacional, que actuó sin director, interpretó en el vestíbulo del Palacio el movimiento lento de la Sinfonía 88 de Haydn.

Los viejos melófilos recordaban las glorias de Krauss: el estreno mundial de la inconclusa Novena Sinfonía, de Bruckner; su dirección, el año anterior, de las cuatro óperas del ciclo Der Ring des Nibelungen (El Anillo del Nibelungo), de Wagner... sobre todo, se narraban numerosas anécdotas del tiempo en que dirigió la Filarmónica de Viena, durante los años 1944 y 1945, y no dejó de hacerlo hasta los días postreros de la II Guerra Mundial. 

(Tomado del libro Allegro Molto. Sesenta años de anécdotas,  de mi autoría. Editado por Luzam, Cuernavaca, Morelos, en 2010)



B.B.King in memóriam


En la mañana del 15 de mayo me llegó la noticia del fallecimiento de B.B.King, cuando me encontraba en Steinbeck-by-the-Sea, como me gusta llamar a la ciudad de Salinas por ser la tierra del autor de Grapes of Wrath (Las uvas de la ira) y por su cercanía con el Pacífico. En mi mente, la asociación del literato y el músico fue inmediata: uno y otro dieron voz a los marginados, ya fueran los Oakies llegados a California durante la depresión, o los negros de los plantíos de algodón de Mississippi.


Riley B. King, el cantante de blues, compositor y guitarrista, prodigio de fecundidad extrema se queda con nosotros con su voz, su música, su guitarra, sus incontables grabaciones... Así lo reflexioné esta tarde soleada, la posterior a su muerte, cuando el video de su presentación de 2011, con su banda, en el Royal Albert Hall de Londres, me conmovió como nunca.

Friday, May 22, 2015

La música en la Iglesia católica

Hoy inicio el blog Vericuetos musicales y literarios con un comentario sobre la música en la Iglesia católica. Para ello transcribiré literalmente el artículo "Música sacra" publicado el 17 de mayo del 2015 por Jean Meyer en el diario El Universal de la Ciudad de México.

Así lo dice el historiador mexicano de origen francés, quien obtuvo el grado de doctor en la Universidad de la Sorbonne y es investigador del Centro de Investigación y Docencia Económicas (CIDE):

En los últimos quince días hice dos experiencias terriblemente contrastadas. Estuve en Armenia para la liturgia de beatificación de los mártires, los un millón 500 mil armenios víctimas del genocidio que empezó en abril de 1915; la ceremonia fue de una belleza visual extraordinaria, como se puede ver en Youtube, y también de una gran belleza auditiva: Tanto el coro masculino y femenino, como los celebrantes nos transportaban a otra esfera.

Unos días después, asistí a una misa en el día noveno de la muerte de una amiga, en una iglesia católica de la ciudad de México, y, una vez más, me dolió la parte musical de la celebración: Dos guitarras, una cantante que no dejaba que uno pudiese concentrarse ni un minuto, ni a la hora de la comunión, bajo una tonada y unas palabras dignas de telenovela o de fiesta de quinceañera. ¿Cómo es posible que la Iglesia Católica haya tirado a la basura dos mil años de tesoros musicales?

Me acordé, una vez más, de la indignación de Antonio Alatorre, apasionado de la música y cantante de villancicos: No le perdonaré nunca a la Iglesia haber eliminado el canto gregoriano de la misa. Nuestro gran compositor, Mario Lavista, autor de misas y réquiem deplora lo mismo. Hace años que cundió la epidemia, pero ya se eliminó totalmente la música sacra de la práctica religiosa.

Quién quiere escuchar esa música lo hace en sala de conciertos, en Radio UNAM, Opus 94, en su casa. Hace mucho que me indigna la situación; no me atrevía a decirlo, por temor a pasar por reaccionario o elitista, pero el contraste abismal entre la ceremonia de la Iglesia Armenia en Echmiazdin y la misa de México, me obliga a gritar. Puede que no haya nadie entre el clero y los seglares capaz de tocar y cantar un réquiem, pero, dado que en muchas iglesias ponen discos (igualmente vomitivos), bien hubieran podido pasar el réquiem de Ockeghem, Mozart, Campra, o de los modernos Benjamín Britten, Arvo Pärt, Mario Lavista. O un extracto de la misa de los muertos de Marc-Antoine Charpentier, o de los fabulosos compositores de la Nueva España de los siglos XVII y XVIII. Para no remontar a los cantos gregorianos, que los hay y de sobra para cualquier momento de la vida religiosa.

¿Por qué, en Semana Santa, no tocar y cantar alguna de las pasiones de Juan Sebastián Bach? ¿Un protestante? Y qué, si escribió misas católicas, si sus cantatas dominicales nos llenan de alegría, como las obras de Händel. Tenemos también a nuestra disposición el inagotable tesoro religioso oriental y ortodoxo, la divina liturgia de San Juan Crisóstomo, sin instrumentos, pura música vocal, o el canto religioso maronita. Arvo Pärt, estonio y ortodoxo, nuestro contemporáneo, compuso una Pasión según San Juan, y también una misa, tan es cierto que la música, el arte no sabe de los pleitos entre las Iglesias cristianas.

¿Qué eso de ser culterano? A poco cree usted que eso es alta cultura y que apreciarla es despreciar al pueblo”… Despreciar al pueblo es darle a escuchar en misa eso que ni música es. Además, según entiendo yo, música sacra es también la tradición del gospel song, del negro spiritual ¡Qué no daría para escuchar Louis Armstrong o Marian Anderson cantar en nuestros templos Go down, Moses, let my people go! Música sacra, la de nuestros danzantes: Estrella del Oriente, que nos dio su santa luz, estrella del oriente nos enseña el camino de la cruz. Y se me olvidaba el gran, el genial músico de jazz, el saxo John Coltrane, el místico Coltrane que tiene su iglesia en Nueva York y que podemos venerar como un santo. Que toquen en nuestros templos A love supreme, a love supreme

La belleza salvará al mundo, hace decir Fiodor Dostoievsky al príncipe Myshkin, en El idiota. Espero que al renunciar a la belleza, la Iglesia católica no renuncie a salvar al mundo. Espero que su renuncia sea momentánea, nada más.

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Siento desde luego una profunda simpatía por la lúcida exposición de Jean Meyer. Evidentemente, la opinión que expresaré no tiene intención polémica alguna, ya que solamente quiero relatar mi experiencia:


Coincido en la nostalgia por la egregia música religiosa que desde la antigüedad ha enriquecido la liturgia católica y la que solíamos llamar protestante. Añoro, sobre todo, el canto gregoriano, ese prodigioso tejer y destejer de alabanzas. Y sí, la verdad es que yo también veo dilapidado ese tesoro y el del canto polifónico que llegó a alturas codiciables con el arte de Bach.

Asimismo, considero que no ha aprovechado la Iglesia el talento de compositores del siglo XX y aun de nuestro tiempo.

Por otra parte, confieso que di hace muchos años la bienvenida a la renovación litúrgica y a la conmovedora música que se escuchaba, cito por caso, en el monasterio Santa María de la Resurrección, de los benedictinos, en Cuernavaca, hoy día desaparecido. Comprendí las razones pastorales que buscaba la participación de la comunidad en la celebración de la misa. Lamentablemente, esa ráfaga fresca ha dejado de soplar y se ha llegado a extremos de una ramplonería como la señalada por Jean Meyer.


En fin, quisiera hacer una paráfrasis de lo dicho por el filósofo Immanuel Kant: Escuchamos las cosas no como ellas son, sino como somos nosotros.

En mi parroquia de Nuestra Señora de la Soledad, llamada así por la cercana misión de ese nombre, una de las 21 establecidas en la Alta California por los beneméritos franciscanos, la música que cantamos en misa quizá no sea de gran calidad estética, pero tiene cierta dignidad y es preparada con esmero bajo la guía del padre Dennis Gallo, un párroco entusiasta e infatigable. Cómo me sentiré a gusto con esa música que ya ni siquiera añoro el canto gregoriano, el amor de mi vida.

Sí considero que la liturgia, tan alabada por Vasconcelos, carece del nivel estético de otros tiempos. En ocasiones se ha simplificado al grado de que algunas misas ni siquiera tienen el aspecto que las caracterizaba. He llegado a participar en celebraciones litúrgicas tan informales, que el sacerdote suele apartarse continuamente de la liturgia, hace frecuentes comentarios y aun, por extraño que parezca, llega a introducir algún chistecillo.


Finalmente, quiero exaltar la importancia de la música sacra y hacer mías las palabras de Martín Lutero: "El que canta, ora dos veces"-




                                                                       Jean Meyer