Saturday, January 30, 2016

Las Variaciones Goldberg en el instrumento incomprendido por Bach


 Gustav Leonhardt



Querido Héctor,

Me preguntas qué opino de las Variaciones Goldberg de Johann Sebastian Bach (1685-1750) en transcripción para piano. Comienzo por comentar que hay quienes se oponen a tocar en este instrumento sus obras para teclado. Se dice que al clavecinista neerlandés Gustav Leonhardt (1928-2012)  el piano le daba miedo y no podía entender que las partituras de Johann Sebastian Bach se adaptaran al moderno monstruo. 

Yo me encuentro entre quienes  disfrutamos la música de Bach lo mismo en el instrumento de la época o en el piano y de preferencia en uno moderno; pero antes de proseguir, consigno aquí esta opinión de Jesús Ruiz Mantilla (Santander, 1965), cronista del periódico español El País, consignada en su libro Contar la música (2015): "El piano fue para la música lo que en estos tiempos es internet para las comunicaciones. No una revolución: la revolución. No lo entendió Bach pero sí quedaron deslumbrados por él dos de sus veinte hijos, Johann Christian y Carl Philipp Emmanuel".

Uno de los más entusiastas intérpretes de las Variaciones Goldberg, cumbre de la música, fue el chileno Claudio Arrau (1903-1991), quien las grabó por vez primera en 1942, para la RCA. Otro fue el canadiense Glenn Gould (1932-1982), cuya primera grabación data de 1955 y la segunda de 1981, el año anterior al de su muerte. Se trata de un fonograma en el que aprovechó las más novedosas tecnologías.

La música de Bach se presta de maravilla a las transcripciones; por ejemplo: hay una curiosa e interesante versión para arpa de la Tocata y fuga en re menor para órgano. Por lo que se refiere a las obras orquestales de este compositor, me parece que tanto lucen con instrumentos antiguos que con los de una orquesta moderna.

Adicionalmente, la música bachiana es una delicia en el lenguaje propio del jazz, lo que también puede decirse de la música de Chopin.

Todo esto me recuerda, y aquí concluyo, lo que dijo, palabras más, palabras menos, Silvestre Revueltas (1899-1940): "En música hay muchas escuelas y muchos estilos. A mí me gustan todos".



  •          Claudio Arrau

Thursday, January 28, 2016

Diemecke dirige la Cuarta de Brahms

   


                                    



Quien vive los años crepusculares suele volver la vista y el oído al pasado porque añora el paraíso perdido de la infancia.  Esos recuerdos se extienden en ocasiones a la adolescencia y aun a la edad madura.

Entre mis más entrañables añoranzas suelen figurar los recitales y conciertos que quedaron para perpetua memoria. Así lo reflexionaba hace unos días frente a la pantalla de la computadora durante la transmisión en vivo del primer concierto de la temporada de la Orquesta Filarmónica de la UNAM en la Sala de Conciertos Nezahualcóyot de la Ciudad de México, dirigido por Enrique Arturo Diemecke, el cual culminó con la Cuarta sinfonía de Johannes Brahms.

En esta ocasión, mi recuerdo se remontó al 18 de junio del 2005, cuando quedé tan conmovido por el cuarto movimiento de esa sinfonía, una de las cumbres del Himalaya de la música, que al final del concierto de Diemecke al frente de la Sinfónica Nacional, corrí a su camerino en el Palacio de Bellas Artes para darle un abrazo y pedirle que me escribiera unas palabras en la página 68 de mi partitura de bolsillo. 

Hoy día, cada vez que escucho la Cuarta de Brahms, tomó esa partitura que se ha convertido para mí en una reliquia.



Thursday, January 14, 2016

Hablar de música

Querido Héctor,

Decía Gabriel García Márquez que lo único mejor que la música es hablar de música.

Lo malo es que cuando menciono esta opinión, mis interlocutores suelen no captar el sentido lúdicro de la expresión. Así sucedió por ejemplo, con Ronald Zollman, en sus tiempos de director titular de la OFUNAM. Me dijo: "No estoy de acuerdo: lo único mejor que hablar de música es la música misma". Me pareció que mi admirado músico se sintió en ese momento como el descubridor de la tonalidad do mayor.

Y como de hablar de música se trata, te diré que en mi mensaje anterior no te platiqué que yo también siempre escogí la sección Orquesta en la Sala de Conciertos Nezahualcóyotl, de la Ciudad de México, por las mismas razones que tú lo haces: ver la actividad de los instrumentistas. Como ya lo hemos comentado, el oído se beneficia enormemente de la visión.

Como en la actualidad me encuentro (muy a mi pesar) alejado de las salas de concierto, siempre que disfruto una obra en video estoy atento a la imagen. Esto es posible en los videos modernos, en alta definición y sobre todo con un director de cámaras competente que se auxilia de la partitura de la obra.

Recuerdo la incompetencia generalizada de antaño, cuando, cito por caso, había un redoble de timbal digno de captarse, pero al llegar la cámara al timbalista, este había concluido su intervención y en ocasiones hasta lo captaban rascándose la cabeza.

Otra incompetencia, comentada en este caso por Lázaro Azar, crítico del periódico Reforma, de la Ciudad de México, es dirigir la cámara a las cuerdas y al mecanismo del piano, en lugar de captar el recorrido de las manos sobre el teclado. Yo añadiría que en las interpretaciones pianísticas, el camarógrafo debería dar menos importancia a los gestos y visajes del intérprete.

Ahora recuerdo que Stravinsky alababa a Rajmáninov, su compatriota, colega y vecino en Beverly Hills, California, por ser el único pianista que no hacía gestos. A propósito: no lo estimaba como compositor porque le parecía que había comenzado con "lindas acuarelas"  para terminar con "horrendos óleos".

En realidad, no me disgustan más de la cuenta los gestos de los pianistas, pero sí me parecen cómicos en algunas ocasiones, digamos cuando están tocando la más sencilla y aun insulsa de las melodías mientras sus ojos se elevan al cielo como quien está en el umbral de la eterna bienaventuranza. Prefiero la sobriedad gestual de Valentina Lisitsa, pianista ucraniana radicada en Estados Unidos, quien por cierto parece a Lázaro Azar "una ametralladora" por su forma de tocar.

Recibe un abrazo afectuoso.



                 

Monday, January 11, 2016

Dolores Castro: la generosidad derramada



Al final de su cátedra, una noche tempestuosa hace muchos años, llevé a la maestra Lolita en mi diminuto Volkswagen desde el centro histórico del Distrito Federal hasta su casa, situada en la cercanía del vecino Estado de México.

Al llegar, cargados de los libros que no cupieron en su portafolios, atravesamos bajo el aguacero los veinte pasos del umbral a la puerta y como la maestra y yo teníamos las manos ocupadas, ella no usó la llave sino que tocó el timbre. Abrió un jovencito como de doce años. La saludó con un lacónico "Hola, abue" y dio presuroso la media vuelta. 

"Oye, chamaco --le dije--, por favor ayuda a tu abuelita con sus cosas". Apenada, la maestra sonrió beatíficamente y me dijo a la manera de una disculpa: "Es que está viendo televisión, don Alfredo".

Recuerdo esta anécdota de apariencia intrascendente como un retrato vivo de la mujer excepcional de la que dijo un secretario de Educación Pública durante un homenaje que se le rindió hace unos decenios: "Dolores Castro Varela ha dilapidado su generosidad.

 En esa ocasión, yo también aplaudí conmovido esas palabras y durante mucho tiempo las consideré como el mejor elogio que pudo habérsele hecho. Pero ahora doy la razón a Rosario Avilés cuando reflexiona:

"Eso de generosidad dilapidada me parece que no está bien usado… dilapidar es como desperdiciar y si algo no ha desperdiciado Lolita es su generosidad. Yo optaría por decir generosidad derramada o entregada en abundancia".

Recuerda Rosario Avilés que en uno de los cumpleaños de Dolores Castro, un sacerdote amigo habló de ella como de “María de Betania”, la mujer que rompió aquel perfume caro para perfumar a Jesús con toda liberalidad, sin fijarse en el costo:  “Así es Lolita, da a manos llenas con toda libertad”. 

Generosa ha sido Dolores Castro con sus amigos, entre quienes se encontraron Rosario Castellanos y Jaime Sabines;  Alejandro Avilés, Roberto Cabral del Hoyo y Efrén Hernández, por citar a unos cuantos de ellos. 

Generosa fue con Javier Peñalosa desde que lo escogió como compañero de vida hasta el último momento de su esposo. Ella fue su fortaleza y a su vez, fue fortalecida. Así lo dijo en la Elegía a Javier Peñalosa. He aquí un fragmento del testimonio:

Y lo creí de luz
era de cera.
¡Ah, pero ardía!
Ningún golpe del viento lo apagaba:
para apagarlo solo el mar
solo el mar.

Asistí a su esplendor
y me tocaba
de cerca su grandeza.

 Generosa ha sido Lolita con sus numerosos hijos, nietos y compañeros de trabajo. Generosa en grado heroico (o santo) ha sido con sus alumnos, generación tras generación: ninguno de ellos se ha quedado sin el beneficio de su enseñanza paciente y bondadosa.Todo el que lo ha solicitado ha recibido de ella el consejo oportuno, el apoyo y la palabra de aliento.

Dolores Castro ha recibido numerosos reconocimientos, entre los que se encuentra el Premio Nacional de Ciencias y Artes en Lingüística y Literatura; pero no hablaré ahora de ello ni enumeraré los méritos, de sobra conocidos, de la mujer que es orgullo de México y sigue activa a sus casi 93 años. Me concretaré a dar testimonio agradecido de la forma en que experimenté gran consuelo con su libro Algo le duele al aire cuando lo repasé una y otra vez, como si tratara de una oración, en los días en que atravesaba por una de las turbulencias más violentas de mi vida. 

Transcribo el primero de los tres poemas que componen esta obra:

Algo le duele al aire
del aroma al hedor.

Algo le duele
cuando arrastra, alborota
del herido la carne,
la sangre derramada,
el polvo vuelto al polvo
de los huesos.

Cómo sopla y aúlla,
como que canta
pero algo le duele.

Algo le duele al aire
entre las altas frondas
de los árboles altos.

Cuando doliente aún
entra por las rendijas
de mi ventana,
de cuanto él se duele
algo me duele a mí,
algo me duele.

La empatía de esta mujer por los que sufren vino en mi auxilio, como si su nombre  (que alude al dolor de María) hubiera sido premonitorio. 



Wednesday, January 6, 2016

Los Folkloristas, raíz viva que da frutos



Una de las mejores noticias que nos deparó el año 2015 en el ámbito cultural fue la entrega del Premio Nacional de Ciencias y Artes en el rubro de Tradiciones Populares al benemérito grupo Los Folkloristas, fundado en México en 1966.

"Tres veces se postularon, tres veces presentaron un curriculum que da cuenta de casi cincuenta años de trabajo independiente, de conciertos ante los más diversos auditorios de México, Estados Unidos, América Latina y Europa, de difusión a través de la enseñanza, conferencias y publicaciones…  y la tercera fue la vencida", exclama eufórica Beatriz Zalce, la mujer a quien RenéVillanueva (1933-2001), cofundador, integrante e investigador de Los Folkloristas "le llenó la vida de música, de palabras, de colores, de besos", como lo dice en su libro Como gotas de ámbar.

Desde que escuché por primera vez a Los Folkloristas, hace muchos años, en la Casa del Lago del Bosque de Chapultepec, de la Ciudad de México, me percate de que se trataba de un grupo musical alejado de los afanes comerciales; formado por unos jóvenes entusiasta e idealistas, enamorados promotores de la música folclórica de México y de todos los países que, situados al sur de este, se extienden hasta las costas de la Tierra del Fuego que, en palabras del escritor chileno Francisco Coloane, "se desgranan en numerosas islas, entre las cuales culebrean canales misteriosos que van a perderse allá en el fin del mundo".

Poco tiempo después de esa epifanía, el trabajo independiente de Los Folkloristas les granjeó un amplio reconocimiento nacional e internacional y sus fonogramas fueron creciendo en número y variedad. 




Si se me permite una confesión autobiográfica, diré que estos fonogramas se encuentran entre mis "discos de cabecera", al lado de las cantatas de Bach, los Nocturnos de Chopin, La Canción de la Tierra y las sinfonías de Mahler, así como los cuartetos de Shostakóvich y sus sinfonías.

 Menionaré tan solo unos cuantos de esos discos:

. El son mexicano 
. Caminos de los Andes
. Nuestra América negra
. Colores latinoamericanos
. Los Folkloristas cantan a los niños
. Viaje por Latinoamérica

Joropos, cuecas, canciones, chacareras, pirecuas, valonas, sones, yaravíes, danzas huaves, huaynos, bailecitos, zambas, chayas, festejos, vidalitas, carnavales, albazos, merengues, cacharpayas, malagueñas, sanjuanitos, trotes, corridos... y muchos géneros más están presentes.

Uno de los discos que merece especial mención es aquel  en que Los Folkloristas, el Coro Promúsica y el dúo Caros y Emiliano interpretan, entre otras obras, la Misa criolla, del compositor argentino Ariel Ramírez (1921-2010). En este disco se incluyen, entre otras joyas, el son itsmeño La Sandunga, en un arreglo coral de Gerardo Tamez y Tierra mestiza, con letra de Emiliano Ávila y música de Tamez, obra que muchas personas consideramos el himno de Los Folkloristas.


Así comienza esta canción conmovedora:

Detrás de la lluvia azul... madera y coco,
detrás de aquel monte gris... emerge un pueblo
fusión de olivo y mazorca... en noche triste,
casta madura y maciza, voz y sudor.

El quincuagésimo aniversario de Los Folkloristas se cumplirá el 6 de marzo de este año. El 10 de septiembre celebrarán en el Palacio de Bellas Artes de la Ciudad de México este magno acontecimiento.

"Los Folkloristas vuelan su vuelo, cantan su canto, festejan cincuenta años y son raíz viva que da frutos", dice Beatriz Zalce. Así sea.




 

Monday, January 4, 2016

Desde la Comarca del Geranio

Luis Cardoza y Aragón (1901-1992), guatemalteco que residió en México la mayor parte de su vida, escribió al principio de su ensayo Dije lo que he vivido esta reflexión que tanto nos conmueve a muchos migrantes:

"No amamos nuestra tierra por grande y poderosa, por débil y pequeña, por sus nieves y noches blancas o su diluvio solar. La amamos, simpletmente, porque es la nuestra. En su territorio hay una región que es la región de nuestra infancia. Y en tal región, una ciudad o un pueblecillo. En el pueblecillo, una casa. En la casa, cuatro paredes viejas y manchadas, con muebles rústicos hechos por el carpintero de la familia, con árboles que nos dolió verlos abatir. En medio de la casa, una fuente de la cual nunca dejaremos de escuchar el canto.  Todo se va replegando hasta llegar de la caja más grande a la más pequeña, del mundo a las cuatro paredes de la infancia, hasta la cuna y el ataúd. La tierra que caerá sobre esas cuatro tablas, cuando estemos de vuelta a geranios y quiebracejetes y nos empinemos en los árboles, es la tierra más dulce que existe. La niñez va corriendo como un arroyo que canta. Remontamos la corriente hasta el manantial. Hasta el amor de nuestros padres. No amamos nuestra tierra por hermosa, por alegre o triste. Por su leyenda o su primitiva felicidad sin historia. La amamos porque es la nuestra". 

Aun quienes dejan su terruño para vivir en otra región del país elogian la arcadia perdida. Carlos Pellicer (1897-1977) se ufanaba: 

Agua de Tabasco vengo 
y agua de Tabasco voy.
De agua hermosa es mi abolengo
y es por eso que aquí estoy
dichoso con lo que tengo.

Sin dejar de extrañar su tierra natal, el migrante suele enamorarse del lugar que lo ha acogido. El sonorense Abigael Bohórquez (1936-1995) quedó cautivado por el encanto de Milpa Alta a la que canta en cuatro inolvidables sonetos, el primero de los cuales comienza con este cuarteto:

Esto es Milpa Alta, amor: colmena ardida,
comarca del geranio y su techumbre,
esto es Milpa Alta, amor, adormecida
en la paz de su propia dulcedulmbre.

Y concluye el cuarto soneto con este terceto:

el relincho, el zorzal... la sementera
esto es Milpa Alta, amor. Y en el paisaje
vuelve a creer en Dios la primavera.

Juana Reyes, periodista, maestra y promotora cultural,  nació el la Huasteca Potosina a la que añora, pero como Abigael Bohórquez, su maestro, quedó cautivada por Milpa Alta, Malacachtépec Momoxco (su nombre indígena), la comarca del geranio y su techumbre. Este es su testimonio

"Aquí se disfruta de un clima fuera de lo común: al amanecer --algunos días-- hay una neblina propia de las regiones altas de la república mexicana (como la Huasteca Potosina, tan añorada) con la diferencia de que nos falta aquella calidez que se adhiere a las plantas de cafeto para proporcionarle a los frutos la debida maduración. 

"En la tierra momoxca el frío que se cuela hasta las nopaleras y besa los nuevos brotes de nopales, hace lento su desarrollo y hiela e impide su crecimiento. 

"Este clima tan inusual augura un 2016 diferente. En San Jerónimo Miacatlán, el poblado momoxca donde tienen ustedes su casa, todavía el año pasado soplaba un viento frío y suave, durante casi todo el año, que hacía gemir las ramas de los árboles. 

"Pero desde hace apenas dos semanas ha descendido hasta los troncos, para llegar a las raíces, ha barrido las hojas secas que se desprendieron durante el verano y luego, como si se solazase de su ímpetu, se ha introducido hacia el interior de las casas, donde encontró descanso sobre los muebles. Lo más desastroso es que se ha asomado hacia dentro de las páginas de los libros, como si pretendiera descifrar lo allí escrito.

"El polvo se acumula sin que pueda hacer nada más que mirarlo.

"El año pasado el viento deshojó el nogal, el esqueleto de sus ramas contrastaba con el limonero cargado de azahares que presagiaban una buen cosecha de primavera. 

"Este invierno un hermoso tono amarillo adorna el suelo: son los limones que descansan sobre el pasto y que durante el frío amanecer esperan el cálido mediodía para seguir madurando. Así es ahora un día en Miacatlán, Milpa Alta".

Concluyo con la nostálgica evocación del viaje en que quedé enamorado de Milpa Alta. A pesar de los años transcurridos, persiste el recuerdo de la Sierra Nevada que, desde un mirador y con el Valle de Chalco abajo, veíamos al alcance de la mano.

En esa ocasión, pedí a mis acompañantes que me permitieran recitarles el soneto Parroquia de la Asunción, de Bohórquez. El segundo cuarteto aún resuena en mis oídos:

Esto es Milpa Alta, amor, el campanario
carga la cruz a cuestas del convento;
y el corazón levita y milenario
se da golpes de pecho con el viento.