Thursday, January 28, 2016

Diemecke dirige la Cuarta de Brahms

   


                                    



Quien vive los años crepusculares suele volver la vista y el oído al pasado porque añora el paraíso perdido de la infancia.  Esos recuerdos se extienden en ocasiones a la adolescencia y aun a la edad madura.

Entre mis más entrañables añoranzas suelen figurar los recitales y conciertos que quedaron para perpetua memoria. Así lo reflexionaba hace unos días frente a la pantalla de la computadora durante la transmisión en vivo del primer concierto de la temporada de la Orquesta Filarmónica de la UNAM en la Sala de Conciertos Nezahualcóyot de la Ciudad de México, dirigido por Enrique Arturo Diemecke, el cual culminó con la Cuarta sinfonía de Johannes Brahms.

En esta ocasión, mi recuerdo se remontó al 18 de junio del 2005, cuando quedé tan conmovido por el cuarto movimiento de esa sinfonía, una de las cumbres del Himalaya de la música, que al final del concierto de Diemecke al frente de la Sinfónica Nacional, corrí a su camerino en el Palacio de Bellas Artes para darle un abrazo y pedirle que me escribiera unas palabras en la página 68 de mi partitura de bolsillo. 

Hoy día, cada vez que escucho la Cuarta de Brahms, tomó esa partitura que se ha convertido para mí en una reliquia.



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