Tuesday, February 23, 2016

Alfonso Durán Vázquez: in memóriam

Hace dos años, cuando regresaba de mi caminata matutina en la que había escuchado por los audífonos del iPod el Réquiem de Berlioz (vaya premonición), me enteré de la muerte del pintor yucateco Alfonso Durán Vázquez, en cuyo atelier de la Ciudad de México había yo conocido, hace muchos años, La canción de la Tierra de Mahler, mi Everest musical.

En memoria del gran artista y gran amigo fallecido el 24 de febrero del 2014, reproduzco aquí un texto publicado dos años antes en el ya desaparecido blog Cartas a Laura desde Soledad:

Soledad, California, 12 de enero del 2012
Querida Laura,
Alfonso Durán Vázquez, uno de los amigos a quienes más he querido, respetado y admirado en mi vida, me envió un mensaje en el que, entre otras cosas, me da su opinión sobre esta anécdota que narro en el libro Allegro molto:

"El año de la muerte del director de orquesta Clemens Krauss, 1954, fue trágico para la música. El 5 de abril ocurrió un hecho que, en cierto sentido, es más triste aún. En esta ocasión, el infortunio fue para Arturo Toscanini. Diez días antes de cumplir 87 años, el maestro dirigió la Orquesta Sinfónica de la National Broadcasting Company, en el Carnegie Hall de Nueva York.
"El programa estaba consagrado íntegramente a Wagner y se iniciaba con la Obertura
de la ópera Tannhäuser. Ahí fue donde este hombre, considerado como uno de los más grandes directores de todos los tiempos, llegó a su cita con el destino: su confusión mental era tan grande, que los músicos fueron incapaces de seguir tocando. Todo había terminado. La NBC suspendió la transmisión y difundió para el público una grabación de la Primera Sinfonía de Brahms.
"Ésta fue la última presentación del genio italiano que había dirigido el día de Navidad de 1937 el primer concierto de la Orquesta Sinfónica de la NBC, recién fundada y puesta en sus manos. Toscanini falleció tres años después, mientras dormía en su casa de la ciudad de Nueva York. Su verdadera muerte ocurrió, sin embargo, frente al conjunto que había llevado a insospechadas alturas".
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Así lo dijo el maestro Alfonso Durán Vázquez, genial artista mexicano de la pintura fantástica radicado en su natal Yucatán tras muchos años de estancia en la ciudad de México y en diversos países europeos:
"No he podido dejar de estremecerme, en ocasiones, como con la historia de la horrenda muerte en vida de ese gran artista que fue Arturo Toscanini, mientras creía que dirigía. ¡Qué miedo! Trasladada esa anécdota a lo pictórico, no puedo menos que asociarla con Leonardo da Vinci, que se hacía amarrar pinceles a los dedos, para creer que todavía podía pintar, o con Claude Monet que atisbaba entre los pocos espacios libres que le dejaban para ver, sus malditas cataratas.
"No sé quién inventó esa mentira que la edad provecta (eufemismo de la vejez) es digna, elegante, borboteante de sabiduría y en la cual la tolerancia, el humanismo y la apertura al conocimiento llegan a gloriosos extremos. Dice Woody Allen que él, por lo contrario, no ha aprendido nada y que los dientes ya se le han comenzado a caer".
                           
Dylan Thomas (1914-1953) habría estado de acuerdo con Alfonso Durán. Esta es la primera estrofa de la famosa villanelle escrita por el gran poeta galés ante la proximidad de la muerte y ceguera de su padre:
Do not go gentle in that good night,
old age should burn and rage at close of day; 
rage, rage against the dying of the light.
Esta sería una paráfrasis aproximada:
No entres dócilmente en la supuesta buena noche, la vejez debería arder de rabia al término del día; enfurécete, enfurécete contra la extinción de la luz.
El poeta nayarita Amado Nervo (1870-1919) también se preocupó por la edad provecta:
¡Envejecer, envejecer... con una alma inmortal, que crece cada día! (...)
Envejecer con un ego potente
que nunca tuvo edad
(...)
¡Envejecer, envejecer en medio de tantas rosas!
Con amargura fustiga:
¡Oh, Arcano, qué castigo el que nos diste!
Sólo que, temperamento místico, el poeta que dijo “En cuanto caiga la noche, enciende tu lámpara”, concluye con estas dos estrofas en las que él busca, anhelante, el consuelo: 
¡Mas no! Como el leproso que cantaba en su agujero sórdido, mirando
caer su carne vil, porque se estaba
con ella la prisión del alma esclava para siempre jamás desmoronando,
quiero loar a la vejez austera: silenciosa y nevada carretera
que conduce derecho al Gran Convite; a la santa vejez que manumite
y es último escalón de la escalera.
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Me preguntarás, Laura, yo qué opino. Te lo diré con palabras de Lord Byron (1788-1824), que hago mías, para que tú saques conclusiones:
The days of our youth are the days of our glory
(Los días de nuestra juventud son los días de nuestra gloria).  

Sal en las lágrimas y en el mar

Point Lobos, California, 23 de marzo del 2012 

 

Querida Laura,

 

Con los ojos todavía irritados por las lágrimas vertidas en la madrugada, he venido con Josefina al mar, y desde aquí te escribo.

 

“Algo sagrado debe de tener la sal porque se encuentra en las lágrimas y en el mar”, dice Yibrán Jalil Yibrán.  ¿Verdad que el mar nos brinda el mejor abrigo en los momentos en que el oleaje de la vida azota nuestras almas?

 

En Point Lobos, el oleaje ha despedazado el granito de la sierra de Santa Lucía durante 80 millones de años y ha dejado en ella heridas imborrables.  Más que un encuentro del mar y la montaña, ha sido un enfrentamiento inclemente.

 

El brevísimo curso de la vida también nos deja huellas insondables.  Reviví una de ellas anoche, durante el sueño; pero las lágrimas vertidas al despertar de la insólita experiencia onírica no eran de dolor, sino de ternura.

 

Atravesaba en mi sueño una región en que la oscuridad borraba todos los contornos, cuando encontré que me cerraba el paso un muchacho cuyo rostro luminoso disipaba las tinieblas, y su ropa de color azul turquesa resaltaba la hermosura de sus ojos. 

 

Al acercarme a ese ser resplandeciente fui reconociendo poco a poco sus facciones hasta que le pregunté asombrado: “Eres Guillermo, ¿verdad?”  Abrió los brazos y me atrajo hacia sí. “Si, papá -–me dijo--, soy tu Guille”.  Al fundirme con él en un abrazo, tuve la certeza de que su amor alumbrará el último tramo de mi camino, y ya en el mar, sentí alivio: la furia náutica que una vez me cimbró se había convertido en una piadosa ola que dejó su beso salado sobre la playa.

 

 

  

 

 

 

 

 

Friday, February 12, 2016

In memóriam Alfredo Páramo Castro (12 de febrero de 1900 - 20 de junio de 1975)

Uno de los primeros mártires de mi diletantismo fue mi padre, a pesar de que las relaciones fueron, en nuestro caso, bastante buenas.

En aquellos tiempos, no solía hablarse de la “brecha de las generaciones”. Como quiera que haya sido, no nos separó brecha alguna... una rendijita si acaso.

 Esa diminuta fisura la abrieron los crescendi de Beethoven, los volúmenes orquestales de Wagner, los ritmos frenéticos de Stravinsky y, por raro que parezca, la tierna y aparentemente inocua música de Chopin, el héroe de mi adolescencia, que canta nostálgico a la patria lejana.

Una noche en que ya dormía toda la familia, me dispuse a escuchar los veinte Nocturnos para piano del músico polaco. Contaba yo 15 años y, como solía suceder a esa edad en tiempos pasados, era presa del romanticismo.

El ambiente tenía que ser propicio: apagué la prosaica luz eléctrica para encender en su lugar una vela, síntesis de la poesía. Cerré los ojos y entré en éxtasis. Pero en cuanto vibraron en el aire las primeras notas del Nocturno en si bemol menor con el que se inicia el ciclo, papá despertó sobresaltado y se dirigió a mi recámara.

—¡Baja el volumen de ese ruido! –me ordenó con un tono insólitamente autoritario.

Sentí como si me hubiera dado una bofetada. “Ha blasfemado”, pensé. “Llamar ruido a la música del compositor más exquisito de la historia es la más impúdica de las irreverencias”.

—Papá –respondí lleno de orgullo–, estoy dispuesto a bajar el volumen, pero quiero que comprendas que eso no es ruido; es... ¡música de Chopin!

—Es ruido y le bajas.

—Papá, por favor, no digas eso. ¿Cómo va a ser ruido?

Don Alfredo Páramo Castro interpretó la defensa que hacía de la música chopiniana como un desafío a su autoridad y, contra su costumbre, decidió recurrir a otro tipo de argumento.

Aquélla fue, por cierto, la última ocasión en que me sacudió violentamente el polvo del antifonario. 

Crónica de mi autoría publicada en el libro Allegro Molto. Sesenta años de anécdotas (Luzam, México)






Thursday, February 11, 2016

El encanto de la anécdota


Arnold Schoenberg, uno de los grandes compositores del siglo XX, era un genuino triscaidecáfobo porque consideraba que el día de su nacimiento, un 13 de septiembre, resultaba poco propicio.
Luego se dio cuenta atemorizado de que la suma de los dígitos del número 76, su edad en el último cumpleaños, era 13.
Durante su enfermedad terminal, en julio de 1951, observó que si lograba sobrevivir al día 13 de ese mes, todo saldría bien; pero murió precisamente el 13, cuando el reloj marcaba 13 minutos después de la media noche.
Esta anécdota se encuentra en el libro Music Since 1900 (La música desde 1900), de Nicolas Slonimsky, compositor, director de orquesta promotor infatigable de la música contemporánea, crítico, investigador y musicólogo ruso estadounidense que llegó a la edad de 101 años, entre 1894 y 1995.
Su libro, editado por Charles Scribner’s Sons, de Nueva York, es un minucioso recuento cronológico de los principales acontecimientos musicales del siglo XX. Al lado de análisis profundos, surgen intermitentemente trivias y anécdotas curiosas, narradas con buen humor.
De la ópera Chopin, de Giacomo Orefice, estrenada en Milán, dice: “En sus cuatro actos, describe los cuatro grandes amores de Chopin, quien canta con voz de tenor. La acción va desde la adolescencia del personaje hasta su muerte, en brazos de sus enamoradas primera y cuarta”.
Refiere que en su vigésima gira por Estados Unidos, Ignace Jan Paderewsky dio el 26 de febrero de 1939 su primer recital radiofónico en el Radio City de Nueva York, para el que se imprimieron programas de seda con el fin de evitar el mínimo ruido.
El 17 de octubre de 1949, en el centenario de la muerte de Chopin, Paulina Czernicka, una dama polaca de mediana edad que estaba patológicamente obsesionada con la figura del compositor, se suicidó en Varsovia.
La señora Czernicka había distribuido numerosas cartas supuestamente escritas por Chopin a Delfina Potocka que lo hacían ver como un maniático pornógrafo dueño de un lenguaje obsceno.
En 1961, el Instituto Chopin de Varsovia declaró oficialmente la falsedad de esa correspondencia en la que abundaban expresiones de slang polaco comunes durante la primera Guerra Mundial.
Otra señora madura, ama de casa y pianista aficionada, la británica Rosemary Brown, dio el 1 de junio de 1969 su primer recital televisado por la British Broadcasting Corporation formado por un Momento musical de Franz Schubert (1797-1828), compuesto por él en 1969 y transmitido a ella por un sistema de telepatía póstuma.
Añade Slonimsky que la señora Brown también recibió por telepatía piezas compuestas por Bach, Mozart, Beethoven, Chopin, Liszt, Brahms, Debussy y Rajmáninov. “Todo esto demostró que un prolongado estado mortuorio afecta el sentido de la más elemental armonía, aun en músicos que alguna vez fueron considerados como verdaderos expertos”. 
Sobre el estreno de la película Fantasia, de Walt Disney, el 13 de noviembre de 1940 en el Broadway Theater de Nueva York, dice que el equipo especial fantasound creó la ilusión de un sonido estereofónico realista que se anticipó a su tiempo.
Durante el pasaje en que pelean al ritmo de la música de Stravinsky un Tyrannosaurus Rex, del Cretáceo, y un Stegosaurus, del Jurásico, nada más hay 90 millones de años de anacronismo.
(Texto de mi autoría publicado en el periódico El Economista de la Ciudad de México el 1 de marzo del 2009)


Kindertotenlieder


Hay ejemplos convincentes de la capacidad del arte para sublimar los dolores más intensos que pueda sufrir un ser humano.
Aun aquellos temas que nos parecen más repulsivos por su carácter macabro y que pretenden desafiar cualquier tratamiento sensato, han sido materia prima de la música y la poesía. 
Sacudido por la pena, Jaime Sabines (1926-1999) escribió en 1973 Algo sobre la muerte del mayor Sabines, quizá el poema más intenso de su género en lengua española.
Simone de Beauvoir (1908-1986) escribe esta reflexión en la crónica de la agonía y tránsito de su madre, intitulada Une Mort très Douce (Una muerte muy dulce): “Saber que, por su edad, mi madre estaba condenada a un fin próximo, no atenuó la horrible sorpresa. Un cáncer, una embolia, una congestión pulmonar es algo tan brutal e imprevisto como un motor de avión que se detiene en el aire”.
Friedrich Rückert (1788-1866), poeta alemán del romanticismo tardío, llegó acongojado a la noche de su existencia porque presenció en su edad madura cómo se extinguía prematuramente la luz en la vida de su hija y en la de uno de sus hijos, víctimas de la escarlatina, en el lapso de 16 días.
El padre trató de buscar consuelo al entregarse a una febril labor creadora: escribió 425 Kindertotenlieder (Canciones a la muerte de los niños) en los seis meses siguientes.
Gustav Mahler (1860-1911), obsesionado también por la muerte, escogió cinco de los Kindertotenlieder de Rückert para componer uno de los ciclos vocales más conmovedores de la historia de la música, para el que preservó aquel título.
(Texto de mi autoría publicado en el periódico El Economista de la Ciudad de México el 12 de abril del 2009)

Wednesday, February 10, 2016

José Emilio Pacheco: in memóriam

Reproducción del texto publicado en mi desaparecido blog Cartas a Laura desde Soledad:

Soledad, California, 26 de enero del 2014 

 


Querida Laura:

 

Acabo de enterarme con profunda pena del fallecimiento de José Emilio Pacheco, quien había ingresado en un hospital de la Ciudad de México.

 

Esta misma mañana, Josefina y yo leíamos en el número 1943 de la revista Proceso (26 de enero del 2014) su columna Inventario intitulada en esta ocasión “La travesía de Juan Gelman”. Lo afirmado por Pacheco sobre el poeta argentino venturosamente radicado en México durante veinte años pudo haberlo dicho de sí mismo: “Gelman escribió hasta el último día”. Y como lo dijo de su colega en esa entrega postreraél también “deja en la poesía mexicana una huella radiante que no se borrará”. Es más: su huella se extiende a la poesía en español.

 

El 11 de marzo del año pasado platiqué brevemente con José Emilio Pacheco y con Cristina, su esposa, durante un vuelo de la Ciudad de México a Mérida. Al día siguiente lo saludé en la presentación de su obra realizada ante una sala pletórica del Centro de Convenciones Yucatán Siglo XXI. No volvería a verlo.

 

Transcribo aquí el poema de José Emilio Pacheco del que hablamos un instante en el vuelo de Interjet:

 

La “Y”

 

En los muros ruinosos de la capilla

florece el musgo pero no tanto

como las inscripciones: la selva

de iniciales talladas a navaja en la piedra

que, unida al tiempo,  la devora y confunde.

 

Letras borrosas, torpes, contrahechas.

A veces desahogos, insultos.

Pero invariablemente, 

las misteriosas iniciales unidas

por la “y” griega:

manos que acercan,

piernas que se entrelazan, la conjunción

copulativa, huella en el muro

de cópulas que fueron, o no se realizaron.

Cómo saberlo.

 

Porque la “y” del encuentro también simboliza

los caminos que se bifurcan: E. G.

encontró a F. D. Y se amaron.

¿Fueron felices para siempre?

Claro que no, tampoco importa demasiado.

 

Insisto: se amaron,

una semana, un año o medio siglo.

Y al fin

la vida los separó o los desunió la muerte

(una de dos, sin otra alternativa).

 

Durante una noche o siete lustros,  ningún amor

Termina felizmente (se sabe).

Pero aun la separación

no prevalecerá contra lo que juntos tuvieron.

 

Aunque M. A. haya perdido a T. H.

y P. se quede sin N.

hubo el amor y ardió un instante y dejó

su humilde huella, aquí entre el musgo

en este libro de piedra.

 

Este poema está contenido en el libro Los trabajos del mar (1979-1983) y está recogido en el volumen Tarde o temprano (poemas 1958-2009). Edición de Ana Clavel. Fondo de Cultura Económica. Ciudad de México, 2009. 

 

El número de páginas  (838) de este volumen da una idea de la fecundidad de José Emilio Pacheco.

 

Ahí se encuentra también el poema “Caracol”, que en su séptima instancia dice:

 

A vivir y a morir hemos venido.

Para eso estamos.

Nos iremos sin dejar huella.

El caracol es la excepción.

Qué milenaria paciencia

irguió su laberinto erizado,

la torre horizontal en que la sangre del tiempo

se adensa en su interior y petrifica el oleaje,

mares de azogue opaco en su perpetua fijeza.

Esplendor de tinieblas, lumbre inmóvil,

la superficie es su esqueleto y su entraña.

 

¿No te parece, Laura, que Pacheco, como el caracol es la excepción?  Él se ha ido, sí; pero su huella permanecerá hasta el fin de los tiempos.

 


 


 

 Foto de Angélica Martínez 

 

 

 

 

 

Claudio Abbado (1933-2014)

El pasado día 20 de enero se cumplieron dos años de la muerte de Claudio Abbado. Reproduzco aquí el texto publicado en mi desaparecido blog Cartas a Laura desde Soledad:

Soledad, California, 21 de enero del 2014 

 

Querida Laura:

 

“Ha comenzado el año con una desgracia”. Así lo dijo Edmundo de Amicis en un pasaje de Corazón, libro muy popular en mi infancia, que quizá tu hayas llegado a leer.

 

Ha comenzado el año con una desgracia, una pérdida para el mundo de la música, por más que ya era de esperarse: la muerte de Claudio Abbado.

 

Transcribo para ti la carta recibida de Eduardo Diazmuñoz, a quien recuerdo con afecto por aquellas temporadas inolvidables en las que estuvo al frente de la Orquesta Sinfónica del Estado de México:

 

Queridos todos,

 

Solo una breve nota para compartirles mi desazón por la noticia con la que despertamos hoy. El esperado pero doloroso fallecimiento del mejor director de orquesta de la segunda mitad del Siglo XX y la primera del actual (al menos para mí) quien además, fue un ser humano excepcional. Quizá ya lo hayan leído o se hayan enterado pero solo quiero unirme a la pena mundial por su deceso y compartirles que ciertamente fue uno de los artistas más notables y hombres más sobresalientes a quien tuve el honor y privilegio de conocer, aunque brevemente.

 

Que descanse en paz Claudio Abbado y que reciba nuestro continuo agradecimiento por su magnífico y rico legado, por habernos dado tanto y a un nivel humano y artístico celestial.

 

Uno de sus últimos conciertos. (Disculpen si se los compartí hace unos meses y ahora va otra vez). Disfruten éste insuperable nivel de Arte, al que nos "mal-acostumbró". Ciertamente el mundo es menos bueno sin él.

 

https://www.youtube.com/watch?v=WCBwbQTDLKQ

 

Saludos afectuosamente tristones... (ni modo, es inevitable).

 

                        Eduardo Diazmuñoz


...... 

 

El vínculo ofrecido por el maestro me llevó a ver y escuchar asombrado una versión egregia de los seis Conciertos de Brandenburgo de Johann Sebastian Bach, dirigidos por Claudio Abbado al frente de la Orquesta Mozart de la Real Academia Filarmónica de Bolonia, en el Teatro Municipal Valli (Reggio Emilia), en 2007.

 

Para que el gozo estético fuera perfecto, esta mañana escuché en la radiodifusora Classical New England (99.5), de la ciudad de Lowell, Massachusetts, una interpretación insuperable (traduzco el adjetivo del locutor) de Claudio Abbado: la Octava sinfonía, Inconclusa, de Schubert, en su última presentación en el Festival de Lucerna, durante el verano pasado.

 

“Lo que cuenta en una orquesta es la pasión y la manera de tocar”, dijo Claudio, como el quería que se le llamara, en lugar de “maestro”. Así tocabanbajo su batuta, los instrumentistas de las orquestas que dirigió.