Monday, October 30, 2017

Asistí obligado a mi primer concierto


En estos días beisboleros por excelencia gracias a la Serie Mundial, recuerdo esta vieja historia, narrada ¡más de cuatro veces! y publicada en el libro Allegro molto. 60 años de anécdotas, de mi autoría, editado por Luzam, Cuernavaca, Morelos, el 2010.


A principios de 1948, iba a cumplir 14 años y ya había sido atrapado por la música de concierto, descubierta dos años antes gracias al radio de Julia, mi abuela materna, quien vivía en la Calzada de la Piedad.

Cada vez que iba a su casa, corría a su recámara y disfrutaba aquel aparato maravilloso del que carecíamos en casa, puesto que entonces era un lujo fuera del alcance de familias modestas.

El primer deslumbramiento lo recibí el día en que escuché el Concierto para piano de Grieg. Luego vendrían la “Danza ritual del fuego”, de El amor brujo, de don Manuel de Falla, y la “Marcha húngara” de La condenación de Fausto, de Berlioz.


Muy pronto descubriría más obras. Beethoven y Chopin se convertirían en los héroes de mi adolescencia.

Toda esta incipiente melofilia no impedía mi pasión por el beisbol que, en aquellos años, superaba con mucho la popularidad del futbol. Mi equipo: Diablos Rojos del México, dirigidos por Ernesto Carmona y Verduzco, el Marqués de San Basilio.

Una mañana dominical del aquel año, cuando me disponía a ir al Parque Delta, situado a orillas del Río de la Piedad, llegaron a casa doña Mercedes, esposa del pintor Antonio Ruiz, el Corcito, y sus dos hijas: Vilma y Marcela. Conocedoras de mi gusto por la buena música y con evidente muestra de generosidad, venían a invitarme al concierto que daría la Orquesta Sinfónica de Xalapa, dirigida por José Ives

En vista de que tenía gran interés por el partido, puesto que jugaban los Diablos contra los Alijadores de Tampico, llamé a mi mamá y discreta pero angustiosamente le pedí ayuda:

—Diles, por favor, que no puedo ir. Inventa cualquier pretexto, te lo ruego.

“Ay, hijo –me reprendió–, ¿no que tanto te gusta la música? ¿Y cómo vas a decirle que no a la señora Meche, que es tan linda persona? No le vayas a hacer ese desaire”.

Ningún argumento pudo convencer a mi mamá, por lo que me resigné a aceptar la invitación. Pero eso sí: procuré que no se notara mi contrariedad.

La inclusión en el programa del cuento orquestal Pedro y el lobo, de Prokófiev, que narraría la actriz María Douglas, había sido el detonador de la invitación.

No recuerdo en qué sala se dio ese concierto; pero sí puedo precisar que se inició con la Suite del ballet El Cid, de Massenet, y que en la última parte se interpretó la Séptima Sinfonía de Beethoven.

A la salida del concierto, la señora Meche, Vilma y Marcela estaban atentas a mi opinión sobre Pedro y el lobo, obra que, según esperaban, me fascinaría.:

Casi diría que esa música pasó inadvertida para mí. Lo que cambió mi vida fue la Séptima de Beethoven. Paulatinamente, mi interés por los home runs con casa llena y los squeeze plays para anotar la carrera del triunfo fueron sustituidos por la fascinación de pasajes como el de la Eroica, en el que entran los cornos en imitaciones, y por la estremecedora intervención de la trompeta en Fiestas, segundo de los Nocturnos de Debussy.


Dulcr María



Fátima Soto Rodríguez, autora de la novela Pungarabato: Historia de vida y muerte de la que se habló en este blog el 5 de junio, nos ha conmovido nuevamente con una pequeña joya de la narrativa.

Se trata del cuento Dulce María que presentó en el Festival Literario de Tequisqiapan (Querétaro) el 29 de septiembre.

Aquí lo reproduzco gracias a la generosa autorización de la autora, a quien expreso mi agradecimiento.





                                    
                  Dulce María 

Aquella mañana despertó con un solo pensamiento. Sabía que si se hacía la prueba, su sospecha se confirmaría. No tenía ninguna duda. Con el cuerpo dolorido y el alma desgajada, se incorporó de la cama lentamente. La vida sigue y mientras no pase lo que tenga que pasar, hay que darle, pensó en su recorrido al baño.

Con la mirada perdida en el agua que como cascada escurría entre sus dedos, Alma dejó que las lágrimas corrieran por su rostro. ¿Segundos, minutos, acaso eran horas las que llevaba ahí, sumergida en el desconsuelo? No lo sabía, pero su cuerpo le exigió volver a la realidad. 

El dolor en el cuello entumecido por el tiempo sometido a la misma postura, la hizo reaccionar. Levantó la cara lentamente. Se vio en el espejo, derrotada, triste. No se reconoció. Con las manos en forma de cuenco llevó el agua hasta su rostro. Lo enjuagó repetidas veces y de dos manotazos lo secó. Cuando volvió a mirarse sonrió: no tengo ninguna duda.

Recuperada la serenidad y convencida de lo que tendría que hacer si la prueba resultaba positiva, Alma llegó al hospital. 

Todo fue más rápido de lo que pensó… y todo resultó como lo había intuido:

 —Hoy día, comete un error garrafal cualquier médico que se atreva a estigmatizar a la mujer que dada su condición de seropositiva, quiera seguir adelante con su embarazo…

 (A mi también me tocó así nomás, por mala suerte).

 —Y por fortuna, de aquellos años negros de diagnósticos fatales, hoy podemos congratularnos del avance que hemos tenido.

 (Nos inyectaron a todos con la misma jeringa infectada). 

Hoy, la triterapia ha permitido reducir la transmisión del VIH de la madre al niño hasta en menos de uno por ciento.

(No te angusties pequeña, yo voy a cuidarte muy bien)

—Entonces señora, la respuesta la tiene usted. ¿Qué ha decidido?

—Se va a llamar Dulce María.






Tuesday, October 3, 2017

Arpegios y cromatismo




Soledad, California, 3 de octubre del 2017 

Querido Hugo,

Hoy se cumplen 121 años del nacimiento de Gerardo Diego, ocurrido en Santander, Cantabria.

Te envio este soneto en que el poeta juega con metáforas cromáticas y musicales.

Y también te envío un abrazo.

José Alfredo 

Alejandro Scriabin


Es a ti, sólo a ti, Dios que te exhalas, 

que te regalas en centellas rojas, 

naranjas, verdes, blancas, que te alojas

 en aulas de alta nieve, y te resbalas


de amor sobre los hielos y las alas;

a ti, blanco Dios ruso, hacia quien, flojas, 

baten su vuelo y alzan sus congojas 

plumas de arpegios, lívidas escalas.


Lejos Satán y su tentar de azufres, 

sierpes, senos, sarcasmos. Lejos. Sufres 

de amor divino, oh piano de delicias,


meciendo ya entre llamas y cristales 

ay, tornasoles arcangelicales

las alas en el éxtasis novicias.


(De Alondra de verdad)



                          Alexander Scriabin (1871-1915)