Friday, November 29, 2019

Olga Tokarczuk. El corazón de Chopin

Desde los albores de mi adolescencia, la música de Chopin ha formado parte de mi vida. Aun cuando reconozco que sus obras carecen de la capacidad de conmoverme profundamente como las de Mahler y ni siquiera me producen el pasmo ante la grandeza de muchas partituras de Bach, Chopin ha sido el más importante de mis "músicos de cabecera" al grado de haber desplazado a Beethoven, Stravinsky y aun a don Isaac Albéniz.

Desde la hollywoodesca y cursi película La canción inolvidable (1945), que de niño tanto me entusiasmó, hasta los más sesudos análisis de su obra, como los contenidos en The Cambridge Companion to Chopin, numerosos ensayos, anecdotarios y biografías han estado siempre a mi alcance.   

Por esta razón, en cuanto me enteré de que la escritora polaca Olga Tokarczuk, ganadora del Premio Nobel de Literatura 2018, entregado este año, era autora del texto El corazón de Chopin, corrí a mi iPad y adquirí con un solo clic su libro Los errantes, que a su vez había sido distinguido con el Premio Man Booker Internacional. 

Me bastaron unas cuantas decenas de páginas para intuir que Olga Tokarczuk ingresaría en mi lista de admiradas escritoras que obtuvieron el Premio Nobel, al lado nada menos que de Gabriela Mistral y Svetlana Alexiévich. 

Pero he de volver a Fryderyk Franciszek Chopin, porque durante setenta años consideré como un acto de suprema poesía el hecho de que se haya depositado el corazón del compositor tan amado en el templo de la Santa Cruz, en Varsovia. 

Después de la lectura de la crónica de la extirpación de este órgano y su traslado desde París, he despertado de una ingenua ensoñación y he quedado al borde de una repugnancia semejante a la experimentada en mi niñez frente al brazo de Álvaro Obregón exhibido antiguamente en su "altar patrio", situado en las entrañas del monumento erigido en su honor, en 1935, en la Ciudad de México. 

No me referiré a las circunstancias en que se extrajo el corazón de Chopin y logró introducirse en la Polonia dominada por los rusos, pero sí insistiré que algunas de las imágenes descritas por Olga Tokarczuk me han impresionado tanto en mi ancianidad como la visión infantil del brazo de El manco de Celaya en el preciso sitio donde fue asesinado. 

Recomiendo vivamente que todos los que, en palabras del marqués de Justine pertenecemos a la "iglesia de Chopin" porque "todos le amamos y nos amamos en él", recurran a su dispositivo electrónico o vayan a la librería por su ejemplar de    Los errantes. 

La recomendación se extiende a quienes aman la literatura de suprema calidad. Les aseguro que también la narración de las circunstancias en que se interpretó, por voluntad de Chopin, el Réquiem de Mozart en su funeral enriquece el caudal de testimonios en torno de este acontecimiento.



Wednesday, November 27, 2019

Tsunamis musicales

                                   

                                 (Para Paco M, en España)

Entre mis experiencias musicales más intensas vividas a lo largo de más de siete decenios de melofilia se encuentran dos ocurridas en las salas de concierto y dos a miles de kilómetros de ellas. 

La más antigua se remonta a 1950, cuando escuché por primera ocasión ¡y en vivo! la Sinfonía número 9 de Beethoven en el Palacio de Bellas Artes de la Ciudad de México 

La segunda, formidable experiencia concertística que evoco ahora fue la audición de la Novena de Mahler, dirigida por Esa-Pekka Salonen al frente de la Orquesta Sinfónica de Chicago, el 18 de mayo del año pasado. 

Para que la experiencia fuera más intensa, esta insuperable interpretación de la sinfonía que concluye con un adagísimo precursor del silencio de la muerte, tuvo lugar el 18 de mayo, día en que se recordó al gran compositor en el aniversario 107 de su partida.

Me parece que entre las experiencias más conmovedoras que he vivido gracias a la música pero fuera de una sala de conciertos se encuentra la ocurrida en un terreno baldío del centro de Salinas, California, contiguo al Steinbeck Center,  en donde ahora está el Taylor Building, el edificio más hermoso de la ciudad, de arquitectura semejante a la que es característica de Nueva Orleans. 

En ese lugar, como todos los sábados, se encontraban numerosos comerciantes de ropa, frutas, artesanías y olorosas, burdas imitaciones de la gastronomía popular de México y Centroamérica. 

En un extremo de ese "mercado sobre ruedas", un hombre maduro, ojos azules, cabello rubio, acompañaba su canto con el rasgueo de la guitarra. Su voz de barítono y su virtuosismo guitarrístico me habían asombrado por lo que desde lejos escuchaba unas tras otras las canciones de la tradición estadounidense, mientras Josefina recorría diversos puestos. Tras breve pausa, prorrumpió con la única canción mexicana de su repertorio. ¡Se trataba nada menos que de la preferida de mi madre, la que me rogó que se la acompañara al piano el día que por fin pude comprar el instrumento... ¡Dos arbolitos, de Chucho Martínez Gil!

El asombro y la añoranza me tocaron el corazón y cuando escuché las palabras "Arbolito, arbolito, bajo tu sombra, voy a esperar que el día cansado muera..." la emoción se convirtió en tsunami. 

Al término de la interpretación, acudí a dar las gracias al músico. En inglés, puesto que no hablaba una sola palabra de español a pesar de haber cantado en este idioma, le dije lo que esa canción significa para mí. Puse entonces un billete en sus manos. Era de veinte dólares el único que traía, pero de haber sido de cien, con el mismo gusto se lo habría entregado. 

Este hecho sucedió hace siete años. Lo que contaré ahora lo viví hace dos días, frente a la pantalla de mi iPad, gracias a YouTube y al español Paco M, promotor infatigable de la música de su país, con lo que ha alborotado mi hispanofilia de toda la vida. 

Escuchaba, con las notas frente a mí, una obra que desconocía: Niñerías, que el sevillano Joaquin Turina compuso para sus hijos.

Al llegar a la séptima pieza, intitulada "A la memoria de un bebé", escuché que las tiernas melodías habían dado paso a la secuencia Dies irae, de la Misa por los Difuntos, lo cual me produjo otra marejada: el recuerdo de Eduardo, mi hermano, fallecido trágicamente frente a mí a la edad de un año y cuatro meses, cuando yo no había llegado a los siete.

Qué poder inmenso tiene la música al remover el recuerdo de sucesos que siguen tan vivos como en el momento en que ocurrieron. 

Esta reflexión vuelve a mí cada vez que escucho el Preludio opus 28 número 7 de Chopin y me transporta por el túnel del tiempo a los años 40 en la Colonia del Valle de la Ciudad de México. 


                                               Jesús Bojalil Gil, 
                    conocido como Chucho Martínez Gil (1917-1988)

Tuesday, November 26, 2019

Las canciones por Laura



              Para Laura Hernaández Meléndez

Ofrezco en esta entrega una recopilación del nombre de Laura tal como aparece en forma obsesiva en el extenso poema intitulado Las canciones por Laura, de la página 70 A la 83 del libro Heredad (Antología provisional (1956-1978), del poeta sonorense Abigael Bohórquez (1936-1995).

Podría afirmarse que resulta exagerado calificar de obsesiva la presencia de este nombre en el poema, pero se trata evidentemente de un leitmotiv, es decir: un tema repetido como representación de un personaje, lo que Richard Wagner (1813-1883) llamó Grundthema, la ideé fixe de los franceses o el motivo conductor como llamamos los hispanohablantes a este procedimiento. 

Salvo error u omisión, el nombre de Laura aparece en 45 ocasiones. 

Tanto el poema Las canciones por Laura  como los Sonetos de Milpa Alta (Viejas postales que apenas en el corazón se hallan) me han acompañado desde hace muchos años. 

Mostré Las canciones por Laura a don Alejandro Avilés, maestro, periodista, escritor y poeta muy exigente, y recibieron su beneplácito, al grado de que dejó en mi libro algunos subrayados que quedaron como un entrañable recuerdo suyo.

De dicho poema tomé el nombre de Laura para el blog que comencé a escribir a mi llegada a esta pequeña población de Soledad, de menos de treinta mil habitantes, en el Valle de Salinas. Su título fue Cartas a Laura desde Soledad. Lo perdí años después, cuando vulneraron mi correo electrónico y lo sustituí por vericuetosmusicalesyliterarios.blogspot.com 

La recopilación realizada está desprovista de análisis y solamente tiene por objeto mencionar en riguroso orden de aparición las frases y oraciones en que aparece el hermoso nombre de Laura. Por cierto que en la pronunciación inglesa pierde, según me parece, su carácter eufónico: Lora

Las frases en negritas corresponden a los títulos de las cuatro estancias de este poema.






Las canciones por Laura
  • Oh, nunca busques a Laura. 
  • En el corazón de los hombres hay siempre una Laura dormida.
  • Canción de la Ciudad de México bajo la tormenta y la lluvia sin Laura.
  • Tal vez todo fue dicho, Laura (en dos ocasiones). 
  • He salido a buscarte pese a todo, Laura. 
  • Qué orfandad sin tu fuerza, Laura. 
  • Laura, ¿donde?
  • Laura, ¡nunca!
  • Estrafalario peregrino, subo las esquinas de México gritando: ¡Laura!
  • Sigue lloviendo en mi corazón algo sin Laura. 
  • Canción de la semana como pudiera ser junto a Laura, como tal vez sería.
  • Laura tenía un insoluble asombro. 
  • Laura temía a Dios. Laura tenía mi nombre atado al suyo. 
  • Laura no preguntaba el nombre de las puntas del dardo castigado tantas veces. 
  • En Laura la alondra oscura no quería florecer. 
  • Laura tenía en cada trenza un ángel derramado. 
  • Laura, muro frutal y territorio abierto era el clarín del fuego. 
  • Laura apretaba su rosa circunspecta. 
  • Laura se echaba al cuello su derrota y luego sonreía. 
  • Laura había llegado desde quién sabe cuál lugar de los corales. 
  • Laura se moría de castas, se moría de "casta y sencilla". 
  • Laura está en la ciudad de algún planeta.
  • Laura está en la sequía de algún pueblo.
  • Laura está aquí y allá.
  • Laura no existe.
  • Laura vendrá algún día en algún árbol. Todavía la busco. La busco en todas partes.
  • Canción de Laura que viene cuando la sueño y de la noche como niña negra.
  • Laura,  que de tu ausencia se me llena la vida.
  • Laura de ásperos frutos exprimidos al viento. 
  • Laura de cien canarios ahogados en el pecho.
  • Laura utópica llega.
  • Laura, Laura de todo el mundo, Laura insólita norte, Laura imprevista sur, Laurent insólita este, Laura impúber oeste. 
  • Oh, Laura en cualquier sitio, en todas partes Laura.
  • Laura inaudita mía que estás en los espacios.
  • Laura, has muerto de nuevo.
  • Canción para Laura mientras tanto sea la hora.
  • Y otra vez, otra vez hasta Laura y en Laura nuestra muerte, amén. 

Post scriptum 


Los lectores de este blog podrán encontrar los Sonetos de Milpa Alta en la entrada publicada el 31 de marzo del 2016, así como un comentario sobre ellos del 4 de enero de ese año. 








Thursday, November 21, 2019

Peor que la enfermedad,


La Revolución juzgada por Sarmiento e Ibargüengoitia

Sergio Sarmiento inició su columna del 20 de noviembre en el periódico Reforma, de la Ciudad de México, intitulada "Trágica Revolución" con este epígrafe: 

"No puedes hacer una revolución con guantes de seda". 

Estas palabras de Iósif Stalin (1878-1953), pronunciadas tiempo después del inicio de la Revolución Mexicana, se aplican también a lo sucedido tras el derrocamiento de Porfirio Díaz (1830-1915), el anciano dictador que solo viviría cuatro años más. 

Afirma el filósofo, escritor y periodista que a pesar del número relativamente corto de víctimas de los enfrentamientos armados, la insalubridad e inestabilidad económica generadas por la contienda hicieron que muchos mexicanos huyeran a Estados Unidos y que cientos de miles murieron por la gripa española y otras epidemias, así como las condiciones de hambre e insalubridad. Concluye que "la medicina con la que se reemplazó la dictadura por un partido hegemónico resultó peor que la enfermedad".

En el ensayo Cuento para el niño revolucionario, Jorge Ibargüengoitia (1928-1983) entrega una obra maestra del sarcasmo con joyas como esta:

"Este señor que ves aquí, tocando el claxon del Mustang para que la criada venga a abrirle la puerta, es un humilde revolucionario a quien la Patria ha recompensado sus esfuerzos en pro de la justicia social. La altanería que le notas no es aire de aristocracia, sino el orgullo propio de nuestra raza: nos bastan dos años de no pasar hambres para sentirnos de la mejor sociedad". 

A quienes gozaron el festejo revolucionario de ayer, en la Ciudad de México, y a quienes lo despreciaron, se les recomienda que, en un ejercicio democrático y de buena voluntad, lean este ensayo del guanajuatense:



          Monumento a la Revolución en la Ciudad de México 

Saturday, November 2, 2019

Noviembre, alguacil con tos


El noviembre de Juan Villoro y Ramón López Velarde 

En su ensayo intitulado Halloween digital, publicado en el periódico Reforma de la Ciudad de México, Juan Villoro recuerda: 

"Debemos a los celtas el rito que convoca a las almas extraviadas y dio lugar a Halloween. Como otras fechas religiosas, esta tiene su origen en el clima. El 31 de octubre anuncia la cercanía del invierno. Los días comienzan a ser más cortos y las memorias más largas. En torno a las fogatas se evoca a los espíritus que ya no están ahí. El cristianismo encontró otra línea divisoria el 1o. de noviembre, Día de Todos los Santos, para celebrar a quienes superan el purgatorio y alcanzan la vida eterna". 

Afirma asimismo que en México, "la Noche de Brujas se extiende al Día de Muertos: la Catrina convive con personajes de los Simpson, Scooby-Doo o el manga japonés; unos piden su calaverita, otros su Halloween". 

"Del 31 de octubre al 2 de noviembre regresa la pasión por el pan de muerto, los altares con flores de cempasúchil y las películas de terror donde un visitante llega con una sierra eléctrica".

A Ramón López Velarde, esta época del año le provocó escalofrío. Su ensayo Noviembre, del póstumo libro El minutero, se encuentra preñado de siniestras premoniciones como estas: 

"Noviembre, pecera lívida en que los finados suben y bajan, aleccionándonos en la sabiduría de bogar sin tropiezo". 
"Noviembre, alguacil con tos, noche en que rueda sin mulas la tartana del infierno: sombra de ciprés que abrocha la tapia con la banqueta, para aplastar al gallo de la Pasión, como a un zancudo entre las hojas de un libro de magia negra".

"Restan once meses de presagio menos duro. Ahora, el alma se abstiene de la apuesta, ahuecándose en el armazón de un catafalco".

A pesar de los negros augurios, el poeta no falleció en noviembre, sino en el soleado mes de junio cuando la bronconeumonía segó su vida cuatro días después de haber cumplido 33 años.