Thursday, March 30, 2017

Las paráfrasis de León Felipe



Pilar Jiménez Trejo, autora del libro Sabines. Apuntes biográficos, publicó recientemente en Facebook la primera estancia del célebre poema Song of Myself, de Walt Whitman (1819-1892), en la paráfrasis no menos célebre de Felipe Camino Galicia de la Rosa, conocido como León Felipe (1884-1968).


Me celebro y me canto a mí mismo.
Y lo que yo diga ahora de mí, lo digo de ti,
porque lo que yo tengo lo tienes tú
y cada átomo de mi cuerpo es tuyo también. 
Vago... e invito a vagar a mi alma.
Vago y me tumbo a mi antojo sobre la tierra
para ver cómo crece la hierba del estío.
Mi lengua y cada molécula de mi sangre nacieron aquí,
de esta tierra y de estos vientos.
Me engendraron padres que nacieron aquí,
de padres que engendraron otros padres que nacieron aquí,
de padres hijos de esta tierra y de estos vientos también. 
Tengo treinta y siete años. Mi salud es perfecta. 
Y con mi aliento puro
comienzo a cantar hoy
y no terminaré mi canto hasta que muera.
Que se callen ahora las escuelas y los credos.
Atrás. A su sitio.
Sé cuál es su misión y no la olvidaré;
que nadie la olvide.
Pero ahora yo ofrezco mi pecho lo mismo al bien que al mal,
dejo hablar a todos sin restricción,
y abro de para en par las puertas a la energía original de la naturaleza 
desenfrenada.

Así explicó Pilar la labor traductora del poeta español:

"En la poesía, una traducción es una versión del poeta que traduce a otro poeta  y al hacerlo, crea también un nuevo poema".

 "Me parece --le dije-- que las paráfrasis de León Felipe están a la altura del genio de Walt Whitman". 



Recordé nostálgico la escenificación de Macbeth o el asesino del sueño, paráfrasis de León Felipe de la tragedia Macbeth (1606), de William Shakespeare (1564-1616). 

Fue presentada en el Palacio de Bellas Artes, de la Ciudad de México, a principio de los años 50, cuando Leon Felipe, exiliado en México, acababa de crear esta versión prodigiosa por su intensidad y fidelidad al texto, que su autor insistía en llamar paráfrasis.

Me asombró la belleza y musicalidad alcanzada en  cimas como esta, referida al sueño asesinado por Macbeth en su obsesión por el poder: 

 "Baño reparador, dulce muerte de cada día, bálsamo del acongojado pensamiento y en el festín de la naturaleza, el más nutritivo alimento".

Me encontraba yo en la primera etapa de la adolescencia y solo conocía algunos dramas shakespereanos por las traducciones de Luis Astra Marín publicadas por la editorial Aguilar. Adicionalmente, desconocía a Walt Whitman en la versión de León Felipe, pero quizá intuía la que seria mi convicción de adulto: hay momentos en que la intensidad y belleza de los textos en el español de Leon Felipe supera los originales en el inglés de Shakespeare y de Whitman 

Si, estoy consciente de que esta es una opinión herética. Pero no habré de retirarla.


           (Retrato tomado de EcuRed)


Saturday, March 25, 2017

Desde lo alto del edificio de Porrúa


Erick Zermeño hace este lúcido análisis de la fotografía tomada por Josefina Cabrera-Moreno:



"Cuatro etapas históricas muy distintas de la ciudad, pasando por varios siglos: prehispánica (Templo Mayor), colonial (Palacio Nacional y Catedral), siglo XIX (edificio neoclásico) y XX (Torre Latinoamericana)".


Este es el edificio de Porrúa, en el corazón mismo de la Ciudad de México:






El Everest mahleriano






Afirma Immanuel Kant (1724-1804), el afamado filósofo prusiano de la Ilustración, que vemos las cosas no como ellas son, sino como somos nosotros. ¿Cierto que sí?, dirían los colombianos, pero también acertaría quien asegurara que escuchamos la música en estrecha relación con nuestra idiosincrasia.  

Invito al melófilo de corazón a que mencione la sinfonía mahleriana de su predilección, pero le pido que no siga el ejemplo de la respuesta evasiva de la algunos directores de orquesta: "La que estoy dirigiendo", ni se quede en la indefinición: "Me gustan todas". 

Antes de continuar, es preciso mencionar que hay directores de orquesta que sí dan una respuesta caregórica. El mexicano José Areán me aseguró que la suya es la número 6, denominada Trágica.

El compositor y musicólogo José Antonio Alcaraz (1938-2001) se inclinaban por la Cuarta sinfonía.

Gilbert Kaplan (nacido en 1941), multimillonario hombre de negocios estadounidense y director de orquesta aficionado que se ha presentado interpretando la Sinfonía número 2, Resurrección, con la Filarmónica de Nueva York y la Sinfónica de Minería en la Ciudad de México, tiene en la más alta estima la Novena sinfonía, a pesar de que no la dirige. Así lo reconoció frente a las cámaras de la televisión mexicana.

Ronald Zollman, nacido en 1950 en Amberes, Bélgica, director, entre otras orquestas, de la  Sinfónica Nacional de su país de 1989 a 1993 y de la OFUNAM en México, de  1994 a 2002, me confió la opinión que le merecen sus muy admiradas sinfonías de Mahler, pero lo hizo en sentido inverso:

"Las que no me gustan tanto son la Octava, la llamada Sinfonía de los mil, y la Séptima, La canción de la noche".

Recuerdo que le respondí que coincidía con su opinión; pero he aquí que mi juicio de Das Lied von der Nacht, por su nombre en alemán, ha cambiado con el transcurso de los años y ahora me seduce desde el mismo comienzo, una marcha lenta en la que un tenorhorn, instrumento poco utilizado en la música sinfónica, entona una melodía sombría y cautivadora. 

Ahora me encuentro más cerca del criterio de Hugo Roca Joglar, escritor, periodista y maestro de apreciación musical, que el de Ronald Zollman:

 "La Séptima sinfonía de Mahler representa como ninguna otra las contradicciones del compositor: su obsesión por la muerte y su amor por la vida simple; texturas orquestales de cámara y grandes densidades de instrumentos; pasajes de música popular y grandes complejidades armónicas, y en fin, todas las ideas, una tras otra, entrando en conflicto en el primer movimiento, y los dos movimientos (el 2 y el 4) de música nocturna que son tiernos y líricos y por momentos hasta inocentes. El segundo, que incluye arpa, guitarra y mandolina, es para mí uno de los pasajes más amorosos y contemplativos de todo Mahler".

Como quiera que sea, perdura mi predilección por la Sexta, la Sinfonía trágica, como lo dije hace muchos años a José Areán. Pero si Das Lied von der Erde (La canción de la Tierra) fuera considerada como sinfonía, no dudaría en repetir una vez ms que la considero no solo el Everest de la música de Mahler, sino la obra que más me ha conmovido en una vida ya medida en decenios.





Thursday, March 23, 2017

Hugo Roca Joglar opina sobre la novela autobiográfica de Javier Sicilia




"Me parece que la lectura de El deshabitado, de Javier Sicilia, debería ser obligatoria en las universidades y que es una obra maestra de la no-ficción escrita en español".


 Hugo Roca Joglar, periodista y escritor mexicano egresado de la Escuela de Periodismo Carlos Septién García, en la que obtuvo numerosos premios en los concursos anuales de géneros literarios y periodísticos.  Entre su diverso trabajo en los medios, se incluyen la autoría de la columna Vibraciones sobre música de concierto,  publicada en el suplemento Laberinto del diario Milenio, de la Ciudad de México, así como de otra columna para ese suplemento relacionada con temas urbanos.  En España, ganó el  VIII Premio Paco Rabal de Periodismo Cultural (Joven promesa). Es autor de Mahler en una cantina de Irapuato. Lo que me dice el amor, publicada en la revista cultural mexicana Replicante por la que fue laureado con el Premio Nacional de Periodismo (México) en la categoría Crónica.


Fotografía tomada de la revista Replicante


Friday, March 10, 2017

Marejada de historia y de paisaje


                                                                             Para Cony, 
                                                            en Bangkok, Tailandia


La terraza en lo alto del edificio de la librería Porrúa, en el corazón mismo de la Ciudad de México, nos hace sentir como si estuviéramos en un acantilado observando la inmensidad del mar. Desde aquí, el oleaje de la historia varias veces centenaria de la patria nos deja abrumados.

Descubrimos este sitio privilegiado hace dos años gracias a Cony, quien nos llevó a él como lo hizo Beatriz cuando condujo a Dante a la contemplación del Paraíso. Y a él hemos retornado con creciente asombro. 

Por todas partes, la contemplación de este oleaje impetuoso nos sacude el corazón. Allá abajo, a unos cuantos metros de nosotros, se encuentran los restos del templo mayor de la Gran Tenochtitlan, sobre cuyas ruinas humeantes habrían de comenzar los españoles la construcción de la catedral metropolitana de la Nueva España. 




A unos pasos de ella, en la Plaza de la Constitución, el llamado Zócalo capitalino, el Palacio Nacional evoca numerosos episodios de la historia, muy dolorosos algunos de ellos, como la ocasión en que la bandera estadounidense ondeó en lo alto de este edificio en los días que culminaron con el despojo de la mitad del territorio mexicano.

Desde aquí evocamos no solo a los defensores de la patria contra el invasor en el siglo XIX, sino a Cortés, a Cuauhtémoc y a Moctezuma II. Recordamos también a Benito Juárez, fallecido en una habitación del Palacio Nacional, a Madero apresado por Victoriano Huerta, a Lázaro Cárdenas en el balcón el día de la expropiación petrolera, al presidente López Mateos dirigiéndose al pueblo de México en los días en que la Guerra Fría estuvo a punto de ocasionar una catástrofe nuclear…


La música que escuchamos en la cafetería situada en la azotea del edificio de Porrúa ha acrecentado la nostalgia anticipada por el inminente retorno a nuestro lugar de residencia, a miles de kilómetros de la Ciudad de México; pero cuando las canciones de Agustín Lara se mezclan con el repique de las campanas de catedral que celebran el misterio gozoso de la vida, sentimos qué no podremos abandonar nuestra tierra sin un gran dolor.




 Buscamos entonces la tranquilidad en la contemplación del paisaje urbano y en la evocación de otros personajes cuya presencia está ligada a los sitios desde aquí  contemplados como fray Juan de Zumárraga y los demás obispos de México inhumados en las entrañas de la catedral metropolitana.  Y también recordamos que junto al Sagrario Metropolitano, el templo de inconfundible fachada de tezontle, en la casa número 1 de la vieja calle de Seminario, vivió el poeta tabasqueño Carlos Pellicer, quien aseguraba haber visto desde lejos la insurrección y muerte de Bernardo Reyes en febrero de 1913.



                                          (Fotos de Josefina Cabrera-Moreno)


Nada vuelve a tranquilizar el ánimo como la contemplación de la Academia de San Carlos que sobresale hacia el oriente, así como el recuerdo de que en su patio central, se exhibe una reproducción de la Níke tes Samothrákes (Victoria de Samotracia). Y si esta es una de las más altas cumbres del Himalaya escultórico, el mirador que equivale al Everest en la Ciudad de México no es el de la Torre Latinoamericana y ni siquiera el del alcázar del Castillo de Chapultepec, sino el que corona el edificio de la benemérita librería.


                                             
    


                                         

(Te invito a que visites mi blog lacitacotidiana.blogspot.com)