Wednesday, November 30, 2016

Chopin's noise


 

One of the first victims of my music passion was my father, in spite of the fact that our relations were quite good.

 

The only problem we had was not the Beetoven's,  fortissimi or the frantic rhythms of Stravinsky, but the quite, tender music of Chopin

 

One night, when the whole family was asleep, I began to hear the twenty Nocturnes for piano by my beloved Polish composerI was 15 years old and was prey to the romanticism. 

 

The environment had to be propitious: I turned off the prosaic electricity to light a candle, synthesis of poetry instead. I closed the eyes, and entered in ecstasy. But as soon as the notes vibrated in the air, my father woke, and turned to my bedroom.


                              
                                                                                                   

                                                             (Sebastian Zurawski)         



"Turn the volume down!  What nois!e," shouted my father.


I felt as if I had been given a slap in the face. "He has blasphemed,"  I thought. "Calling noise the music of the finest composer in history is the worst irreverence."

 

So I answered full of pride, "Dad, I am willing to turn the volume down, but I want you to understand that this is not noise; it is... music of Chopin, mi hero, my beloved musician. Dad, I beg you, do not say that! How can you say that the exquisite music oh Chopin is noise?"

 

He insisted, "It is noise!"

 

But as I did not turned the volume down, he choose another not too pacific orders.

 


La magia del suspenso

Edgar Allan Poe (1809-1849), uno de los escritores más importantes de la lengua inglesa, está como poeta a la altura nada menos que de sus compatriotas  Walt Whitman (1819-1892) y Emily Dickinson (1830-1886), entre otros. Como maestro de la historia corta y precursor del género detectivesco Poe tiene un sitio de mayor honor.

El autor de The Raven (El cuervo) alcanzó en la narrativa alturas similares a las de este célebre poema con historias como The Purloined Letter, (La carta robada), obra maestra y pionera del género que ha superado la prueba del tiempo y ha influido en numerosos escritores de diversas lenguas.

La literatura inglesa ha sido particularmente pródiga en cuentos y novelas de misterio. Entre las principales figuras, herederas en alguna forma de Edgar Allan Poe, se encuentran el escocés Arthur Conan Doyle (1859-1930), quien asombró al mundo con la novela A Story in Scarlet (Estudio en escarlata), en la que presentó a dos de los ms famosos personajes de la ficción de todos los tiempos: Sherlock Holmes y el Doctor Watson.

La inglesa Agatha Christie (1890-1976), una de las figuras más prolíficas de la narrativa que gira en torno de crímenes y detectives, también es  heredera lejana de Edgar Allan Poe, como lo es su compatriota Gilbert K. Chesterton (1874-1936) 

El Padre Brown, héroe de las historias de Chesterton, comparte con Sherlock Holmes una codiciable popularidad internacional. Aquel hombrecillo de inocente apariencia sabía desentrañar los misterios más intrigantes al poner en juego una claridad de pensamiento, una infalible perspicacia y un candor que provocaba que muchas personas lo toman como un tonto. En materia de inequívoca intuición,  el Padre Brown viene a ser una réplica moderna del Detective Dupin del cuento La carta robada, de Edgar Allan Poe. 

Merece una elogiosa referencia la traducción al español de los cuentos de Chesterton realizara por el mexicano Alfonso Reyes (1889-1959), intitulada El cantor del padre Brown

En la pantalla cinematográfica, el inglés Alfred Hitchcock (1899-1980), llamado El Mago del Suspenso, debe ser considerado como heredero de Edgar Allan Poe. Películas suyas como The Man Who Knew Too Much  (El hombre que sabía demasiado), Rear Window (La ventana indiscreta) y Psycho (Psicosis) son verdaderas obras maestras.

Todos los genios de la ficción mencionados en estos comentarios cuentan con un denominador común: el venturoso empeño por mantener al lector o espectador en una especie de hipnosis que le impide dejar el libro (o salir del cine) hasta saber lo que popularmente se conoce como "quién es el asesino", aun en lo casos que no haya habido crimen alguno, pero sí un misterio que resolver.


A la manera de un encore, recordaré la anécdota sobre la respuesta dada por Hitchcock al señor que le escribió para quejarse de que su esposa había quedado tan traumada por la película Psicosis que se negaba a bañarse en tina o en la ducha por el temor de que la fueran a asesinar, y  le preguntaba qué podía hacer. Esta fue la respuesta del cineasta: "¿Ya probó el lavado en seco?"


Alfinso Reyes, genial traductor de Chesterton

Friday, November 25, 2016

Acordes y pasajes que se quedan en la mente

La nieta que ama a Mozart me escribe:

Hablando de música, te cuento que recientemente soñé que tomaba un violín y tocaba con tal habilidad y destreza paganiniana que no solo asombraba a quienes me escuchaban, sino a mí. Mi corazón latía fuertemente y me sentía feliz. Varias veces he soñado lo mismo. Sin duda se trata de un anhelo frustrado. Recuerdo vívidamente la sensación al hacer vibrar las cuerdas, al hacer el movimiento inicial con el brazo izquierdo para colocar al violín en la clavícula y sentir cómo el botón se enterraba ligeramente en el cuello, ya sabes, hasta formar el famoso chupetón del violinista y del violista también. Era algo que disfrutaba de verdad y que me alimentaba espiritualmente.

Aunque ya no tengo el sentimiento de crear el sonido, lo disfruto enormemente escuchándolo, o como decíamos cuando íbamos a los conciertos, viendo y escuchando. Sabiamente, siempre me decías que la música también se ve y así es. Disfruto viendo a Yehudi Menuhin con sus calcetines requetebien ajustados interpretando piezas clásicas.

Hace tiempo que no voy a un concierto, espero poder ir pronto porque es uno de esos placeres que, aunque a veces se comparten, es meramente individual. Cada escucha se sumerge a su modo en la música y el sonido viaja por su cuerpo y en ocasiones lo atraviesa. Es así como acordes y pasajes enteros se quedan en la mente y danzan por días, semanas o hasta por años.

¡Ah, qué bella es la música! Somos afortunados al poder apreciarla.



Wednesday, November 23, 2016

Respuesta a una pregunta sobre Schoenberg

Querido Héctor, 

Con un nuevo saludo, respondo a tu pregunta sobre mi opinión de la música de Arnold Schoenberg.

Desde luego, te digo que su arte presenta ciertos  problemas de comprensión y más aún de disfrute para muchos oyentes. El compositor se quejaba de que se apreciaran algunas de sus obras previas a su incursión en la atonalidad y, sobre todo, en el dodecafosnismo que habría de dar paso al serialismo, y se menospreciaran sus partituras de avanzada. 

Me parece que con un poco de paciencia y mentalidad abierta se llega a comprender y aun gozar su música. Pero es de advertir que esto no es privativo del arte de Schoenberg, sino de toda la música con la que no están acostumbrados nuestros oídos (en realidad: nuestro de cerebro), ya sea, cito por ejemplo, el canto gregoriano, la música de pipa china, el minimalismo, el cante jondo y el hip-hop o rap.


Por cierto que próximamente escribiré una anécdota intitulada "La venganza de doña Julia", en la que relataré mis experiencias con el rap durante la audición continua y forzada de este género ocurrida en un largo viaje de ida y vuelta por automóvil desde Soledad, California, hasta Reno, Nevada.

Dijo Silvestre Revueltas (palabras más, palabras menos): "En música hay muchos géneros y estilos; a mí me gustan todos".

Como eres, Héctor, un melófilo de oídos, cerebro y corazón abiertos, te recomendaría que te adentras en el arte de este compositor, si es que no has escuchado aún algunas obras suyas (lo cual me parece improbable) que ahora te recomiendo.

Comenzaría por A Survivor from Warsaw (Un superviviente de Varsovia), cantata para narrador, coro masculino y orquesta, con un texto en inglés escrito por Schoenberg.

Una de las memorables interpretaciones que he escuchado de esta obra conmovedora estuvo a cargo de Ronald Zollman, al frente de la Orquesta Filarmónica de la UNAM, en la Sala de Concieertos Nezahualcóyotl, de la Ciudad de México, con José María Álvarez de narrador. El concierto comenzó con la Novena sinfonía de Beethoven y tras el último compás de esta obra, sin pausa alguna (attacca) prorrumpió la llamada de la trompeta que dio paso a las nerviosas figuraciones rítmicas y melódicas previas a la voz del narrador de Un superviviente de Varsovia.

"No puedo recordar todo. Debo de haber estado inconsciente la mayor parte del tiempo".

Por supuesto que Zollman y las autoridades de la OFUNAM advirtieron al público que así se enlazarían estas dos obras, por lo que todo resultó bien. El propósito de Zollman fue hermanar estas partituras que concluyen con sendas intervenciones corales. La voz humana en Un superviviente de Varsovia es impresionante cuando estalla  el canto de la antigua plegaria del pueblo judío: Shemá Israel, Adonai Elohenu, Adonai Ejad...

("Escucha Israel, el Señor es nuestro Dios, el Señor es único. Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con tu alma y todas tus fuerzas. Guarda en el corazón estas palabras que hoy te digo. Incúlcaselas a tus hijos y háblales de ellas siempre que estés en casa, cuando vayas de viaje, cuando te acuestes y cuando te levantes")

*
Otra obra de Schoenberg que quisiera recomendarte es el Cuarteto número 2.

Esta obra propició hace muchos años una de las experiencias musicales más intensas de mi vida. Va de cuento: nos encontrábamos en la casa de Sofía, una amiga ya fallecida mencionada en una anécdota de mi Allegro Molto. Sesenta años de anécdotas y había sintonizado poco tiempo antes de nuestra llegada Radio UNAM y la obra difundida ya se había iniciado. La música resultaba tan cautivadora que la conversación con la anfitriona se redujo a las elementales frases de cortesía y uno que otro comentario. Ignorábamos de qué cuarteto se trataba, pero seguimos atentos durante todo el tiempo. De pronto, la inesperada irrupción de la voz humana tuvo el efecto de una revelación. "¿Un cuarteto con canto?", nos preguntamos.

Cuando concluyó esta obra, escuchamos al locutor de la radiodifusora universitaria: "Cuarteto de cuerdas número 2, con soprano en los dos movimientos finales, en Fa sostenido menor, opus 10, de Arnold Schoenberg".

El primero de los dos poemas de Stefan George; Letanía, es estremecedor, dicho sea esto sin que incurra en hipérbole alguna. Así comienza:

Tief ist die trauer die mich umdüstert,
Ein tret ich wieder, Herr! in dein haus.

(Profunda es la tristeza que cae sombríamente sobre sobre mí. Otra vez llego, Señor, a tu casa).

Tengo entendido, Héctor, que durante su composición, Schoenberg pasaba por una época de angustia  debido a los devaneos extraconyugales de su esposa.

*
Por último, te sugiero que "le entres" a la ópera expresionisrta, inconclusa y póstuma, Moses und Aron (Moisés y Aarón).

Para hablar de ella, dejo la palabra a George Steiner puesto que a la recomendación de esta magnus opus añado la de su libro de ensayos intitulado Lenguaje y silencio en cuyo capítulo "El lenguaje de las tinieblas" hay un texto estupendo sobre Moisés y Aarón.

A la manera de una coda, te comento que Antero Chávez, percusionista y excelente amigo, está seguro de que alabo Moisés y Aarón por puro snobismo: se niega a creer en la sinceridad de mi admiración por esta ópera.








Monday, November 21, 2016

Un berrinche de Cristina Ortiz


El primer programa de la temporada Conciertos de Otoño 1993 de la Orquesta Sinfónica Nacional, consagrado al brasileño Heitor Villa-Lobos, comenzó con El trenecito del caipira, obra mucho menos impresionante que Pacific 231, de Arthur Honegger, que también describe la marcha de un convoy, pero más encantadora que ésta.

Dejó un buen sabor al público esa pieza dirigida en forma semidanzada en el podio por Enrique Arturo Diemecke, pero tras el idílico comienzo del concierto, presenciamos el numerito, berrinche, pataleta o como prefiera llamársele que estuvo a cargo de la pianista brasileña Cristina Ortiz, quien había sido invitada para la interpretación del Concierto Número 3 de su paisano.

Sucede que desde su llegada a México se incomodó con la Sinfónica Nacional y su director. Sin haber manifestado claramente lo que quería, llegó a impugnarlo todo.

Dicen que pensó cancelar su presentación. Como quiera que haya sido, decidió llevarla adelante, sólo que a la hora de salir al proscenio volvió a subírsele el temperamento a la cabeza, por lo que Diemecke tuvo que salir solo al escenario, en lugar de hacerlo detrás de la solista, como lo marca la etiqueta. 

El director se sentó a esperar en el banquillo del piano para sorpresa del público. Parecía que iba dirigir desde el teclado, pero giró hacia su derecha y comunicó al auditorio los problemas que habían tenido por la forma tardía en que llegó la música impresa.

Prometió que harían su mejor esfuerzo para presentar debidamente este difícil concierto que, quizá, era su estreno en México.

Intuimos inmediatamente la existencia de un grave conflicto, lo que pudimos comprobar cuando Diemecke subió al podio sin que hubiera salido todavía la solista.

El lapso en que estuvo esperándola fue demasiado prolongado. La descortesía de Cristina Ortiz no sólo era para el director y la orquesta, sino para un público totalmente ajeno a sus problemas.

Supusimos entonces que la histérica muchacha estaba en su camerino en plena rabieta. Nos imaginábamos que decía como una chiquilla malcriada: “No salgo, no salgo y no salgo”.

El desconcierto de Diemecke era evidente. Bajó entonces del podio para ir por ella y pasaron unos minutos antes de que la pianista decidiera salir.

Tras unos aspavientos, la solista se colocó frente al teclado. El maestro le preguntó entonces si todo estaba bien; pacientemente esperó su anuencia y recibida ésta, dio entrada a los músicos.

La complicada obra mantuvo ocupada a Cristina Ortiz durante los primeros veinte minutos; pero no desaprovechó la oportunidad de hacer movimientos desaprobatorios con la cabeza.

Hacia el final del Concierto, cuando Villa-Lobos da un respiro al solista, Cristina Ortiz volvió retadoramente hacia los instrumentistas, varias veces, dando la espalda al público. Algo dijo a uno de los violines segundos. Parecía que quería tomar a su cargo la dirección o, cuando menos, intervenir en ella como lo hizo en cierta ocasión el violinista Henryk Szeryng mientras tocaba el Concierto de Ponce.

El público, generoso como siempre, aplaudió fuertemente al final de la interpretación y seguía haciéndolo cuando la pianista se había retirado. En contra de la norma que obliga a salir inmediatamente para agradecer la ovación, Cristina Ortiz dejó transcurrir un lapso tan prolongado, que nos pareció indicio de que no regresaría.

Finalmente lo hizo, pero aún movía la cabeza negativamente y por su actitud colérica y desafiante, recordó a este cronista el incidente protagonizado hace muchos decenios por Lorenzo Garza, el llamado Ave de las Tempestades, en la Plaza México. Estoy seguro de que Cristina Ortiz tenía ganas de emular al temperamental torero, quien hizo el ademán de estar brindando la faena a todo el público, pero en su lugar le propinó una mentada colectiva.

Unas palabras atenuantes para la actitud de Garza: el público había sido extremadamente cruel con él. Unas palabras agravantes para Cristina Ortiz: el público fue bondadoso hasta la ingenuidad.

Días después, Javier Cuétara, entonces gerente de la Sinfónica, me contó que Cristina Ortiz se había quedado a escuchar La selva del Amazonas, última obra del programa, y que había exclamado: “¡Hurra!, así se toca a Villa-Lobos”. Debo confesar que no se lo creí. 

(Tomado del libro Allegro molto. 60 años de anécdotas, de mi autoría, Luzam, México, 2010)



 

Saturday, November 19, 2016

1951: Leonard Bernstein en México


En 1951, cuando Leonard Bernstein llegó a México, para estrenar en este país su Sinfonía Número 1 para Mezzosoprano y Orquesta denominada Jeremiah (Jeremías), venía presidido por una fama asombrosa.

Todo el mundo comentaba que la había compuesto a la edad de 25 años; que había estrenado mundialmente la Sinfonía Turangalila, de Olivier Messiaen, y la Segunda Sinfonía de Charles Ives; que había dirigido el estreno estadounidense de la ópera Peter Grimes, de Benjamin Britten, cuando apenas tenía 29 años.

Sobre todo, su fama estribaba en el famoso concierto al frente de la Orquesta Filarmónica de Nueva York, transmitido a todo Estados Unidos el 14 de noviembre de 1943, cuando sustituyó en el último momento al legendario Bruno Walter, enfermo de gripe.

En mis años de adolescente, sólo conocía “de oídas” las proezas de este músico. Lo único que me llamó la atención cuando le vi entrar en el proscenio del Palacio de Bellas Artes, huésped de la Orquesta Sinfónica Nacional, fue su apariencia física: alto, delgado y joven (tenía él 33 años); sonriente, vestido informalmente por más que su traje fuese negro.

 Sobre todo, lo que más me impresionó fueron sus ademanes y su campechanería, radicalmente opuesta a la solemnidad característica en aquel tiempo de los maestros de la batuta, empezando por Carlos Chávez.

La interpretación de la Sinfonía Jeremías, con la participación solista de la mezzosoprano mexicana Gabriela Viamonte, fue recibida con entusiasmo por un público en el que estaban presentes tantos melófilos judíos, que un amigo de mi papá hizo el comentario: “Está reunido en Bellas Artes todo el seno de Abraham”.

Yo estuve entre los aplaudidores del público, quizá en una premonición temprana de que Leonard Bernstein se convertiría, en mi madurez, en uno de mis más admirados héroes de la música. Y me uní al público que vitoreó a Bernstein tras su interpretación de un concierto de Mozart en el que dirigió desde el teclado.

Un hecho se me quedó para perpetua memoria: la diana que inició Carlos Luyando con un impetuoso redoble de timbal y la forma en que Bernstein corrió al teclado y, de pie, repitió el festivo tema, a un tempo vertiginoso, y lo ofreció con las manos extendidas a los instrumentistas de la Sinfónica Nacional. 

Tomado de libro Allegri molto. 60 años de anécdotas, de mi autoría. Luzam, México,, 2010.


                          





Mexicorrerías, la Villa de Guadalupe, la Capilla del Pocito

Mexicorrerías es una empresa turística de características excepcionales porque su motivo conductor es el genuino, generoso amor por México y su empeño por dar a conocer "lo más interesante de lo menos conocido".

Algunos de sus recorridos llevan a los paseantes por los rumbos menos socorridos por el turista común, así como por otros que ofrecen aspectos insólitos, tanto en la república como en su capital.

Los viajeros de Mexicorrerías han ido por rumbos de la metrópoli en los que la marginación y el interés sociológico se hermanan, pero también realizan vuelos en helicóptero sobre la esplendorosa urbe cuya fama y gloria permanecerán mientras dure el mundo, según la vieja profecía.   

Uno de los primeros viajes citadinos de Mexicorrerías en el 2017 l se llama "Por el rumbo de la Villa". Se trata de un paseo por el norte de la Ciudad de México que les llevara diez horas y cuenta con este programa: 

EL TECPAN + El que fuera palacio virreinal de Cuauhtémoc, en Tlatelolco, conserva siete arcos invaluables del siglo XVI. Y uno de los murales menos conocidos de Siqueiros, dedicado a Cuauhtémoc.
 
EL MONUMENTO DEL EDIFICIO NUEVO LEÓN + Recuerda a las víctimas de la caída del edificio en el terremoto de 1985.
 
CALZADA DE LOS MISTERIOS + Son 15 monumentos únicos, dedicados al rosario católico, tan altos como antiguos (1675), situados a lo largo de la avenida del mismo nombre.
 
EDIFICIO MIER Y PESADO + Una cuadra entera abarca este elegante colegio de 1926, joya arquitectónica del más puro estilo arquitectónico art deco (estilo muy geométrico). Aquí se filmó no hace mucho la película Obediencia perfecta, acerca de la vida de Marcial Maciel.
 
ESTACIÓN DEL TREN DE LA VILLA + Ya es histórica, de 1907, y desde 2006 es el Museo de los Ferrocarrileros. Tres locomotoras de vapor  se exhiben en su patio.
Hora del tentempié con auténticas gorditas de Torreón (de harina de trigo rellenas de guisados).


EN LA VILLA:   

CAPILLA DEL POCITO + Esta joya de templo barroco en La Villa, tan pequeño como elegante, luce vistoso azulejo en su cúpula y forma única: circular. En su interior presume retablos dorados barrocos asombrosos.
 
No podemos dejar de mencionar y visitar los principales templos de La Villa: las Basílicas de Guadalupe antigua y moderna, el templo de Capuchinas, la capilla de Juramentos, capilla de Indios, el Reloj del Atrio. También veremos los arreglados y muy vistosos jardines y esculturas en las laderas del cerrito de La Villa.

COMIDA BUFET EN RESTAURANTE OAXAQUEÑO + Después de las iglesias, a pecar un poquito de gula: disfrutaremos auténtica comida de Oaxaca en un bufet representativo de ella en el afamado restaurante Tanguyú (desde 1988): memelitas, tlayuditas, sopa mixe, arroz, mole negro con pollo deshebrado, amarillo de res con carne deshebrada, tasajo, cecina, chorizo, taquitos, chiles rellenos, agua de horchata o jamaica, postre y café.
 
MUSEO DEL CHOCOLATE + Toda la historia y características de tan simbólica y mexicana bebida se muestran en esta casona elegante y porfiriana. Si el antojo es muy fuerte, la cafetería ofrece buen chocolate para beber y panes.

                                      




                          La obra arquitectónica más linda del Nuevo Mundo
 
Evidentemente, la visita de los viajeros de Mexicorrerías a la Capilla del Pocito en el recorrido mencionado constituirá para algunos de ellos el punto de mayor interés. Digamos, pues, algo sobre ella:

Este templo fue construido de 1777 a 1791 por Francisco de Guerrero y Torre. Su nombre hace referencia al manantial de aguas azufradas que se encontraba cercano a ella y al pozo que había ahí todavía en una época relativamente reciente. El insurgente José María Morelos y Pavón se detuvo a orar en la capilla cuando le conducían al paredón de fusilamiento en Ecatepec.

 José Vasconcelos (1882-1959) escribió en su libro En el ocaso de mi vida este elogio: "La llamada Capilla del Pocito, de estilo mudéjar, es la obra arquitectónica más original y más linda de todo el Nuevo Mundo".


Así soñaba este hombre uns gran biblioteca para México: "Quiero una Capilla del Pocito con una cúpula de cuarenta metros de diámetro, como la de San Pedro en Roma". Esto lo recuerda Enrique Krauze en un ensayo intitulado "José Vasconcelos, la grandeza del caudillo", publicado en Letras Libres en el año 2000.



Chaikovski en mariachi


                        


La música de Chaikovski, uno de los mayores creadores de melodías cautivadoras en la historia, dejaron los fríos invernales rusos y se anidaron en la tibia costa central californiana. 

En esta forma, los instrumentos de la orquesta sinfónica dejaron su lugar al guitarrón, la vihuela, el arpa, los violines y las trompetas del mariachi. Las danzas transformaron las evoluciones del ballet Cascanueces del compositor ruso, basado en un cuento de hadas europeo, en bailes populares mexicanos, de Chihuahua a las Huastecas, e incluso uno de ellos traspasó la frontera para llegar al extremo sur del continente convertido en tango.

Los arreglos de este Hispanic Nutcracker fueron hechos por María Luisa Colmenares y Rudy Figueroa. El cuerpo de baile que presentó esta versión abreviada y peculiar del famoso ballet omnipresente en tiempo navideño recorrió diversas poblaciones del Valle de Salinas, desde San Ardo, en el sur, hasta la ciudad natal de John Steinbeck, en donde actuaron en uno de los auditorios de Hartnell College el viernes 18 de noviembre.

La irrupción del mariachi en la música de Chaikovski propició que se hiciera una explicación de las características de este conjunto y se mostraran sus potencialidades expresivas en un huapango que incrementó el regocijo del público.



El entusiasmo alcanzó la cima en esa especie de intermedio, cuando interpretaron el Son de la negra, un clásico de la música mexicana que Eduardo Mata (1942-1995) pidió que se tocara en su funeral, deseo que le fue concedido cuando su féretro salía del Palacio de Bellas Artes de la Ciudad de México en el que el gran director de orquesta y compositor había recibido el homenaje de cuerpo presente.

Al éxito artístico de tan original función de ballet se añadió el mensaje pedagógico en el cual se habló de la historia y la evolución del mariachi, así como del ballet Cascanueces, que se presentó por vez primera en Estados Unidos el 24 de diciembre de 1944, en San Francisco, California, a solo 200 km al norte de Salinas.

Como quiera que sea, lo más conmovedor de la presentación fue el mensaje dado a los niños presentes en el auditorio del Hartnell College en el sentido de que estuvieran alegres y no se sintieran temerosos; que fueran optimistas y que confiaran en el estudio para obtener sus propósitos. Estoy seguro de que muchos de los padres que los acompañaban regresaron a sus casas con la convicción de que en California sí son bienvenidos lo inmigrantes. 






Wednesday, November 9, 2016

Copio y avalo la opinión de Krauze publicada hoy en The New York Times

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Yair Sanchez, de 12 años, examina los dibujos en el muro fronterizo en su barrio en Naco, México.CreditTomas Munita para The New York Times

“Pobre México, tan lejos de Dios, tan cerca de los Estados Unidos”, la frase, atribuida al presidente Porfirio Díaz, pocas veces correspondió a la realidad… hasta el día de ayer. La fe en un dios amoroso y próximo siempre ha impregnado la vida cotidiana de los mexicanos. Y a pesar de los agravios infligidos por Estados Unidos en casi doscientos años de historia (la injusta guerra de 1847, la subsiguiente mutilación del territorio y la activa participación en el derrocamiento de nuestro primer gobierno democrático en 1913) los mexicanos no hemos resentido la cercanía con Estados Unidos, ni albergado violentas pasiones nacionalistas. Todo lo contrario: de pueblo a pueblo nuestra relación ha sido fructífera, estable, cordial.

Eso se acabó. Ahora, con el arribo de Donald Trump a la presidencia, todo mexicano tendrá razones para encomendarse más estrechamente a Dios (o a la Virgen de Guadalupe) y prepararse para una nueva guerra, no militar desde luego, pero sí comercial, económica, étnica, estratégica, diplomática.

Comercial, por la posibilidad de que Estados Unidos abandone el Tratado de Libre Comercio (que en 2014 llevó el comercio bilateral a los 534 billones de dólares) o imponga altos aranceles a nuestras exportaciones, frente a lo cual México buscará reaccionar de igual forma. Económica, por el secuestro que Trump ha anunciado que impondrá de las remesas (nuestra principal fuente de divisas) ante el cual México podrá invocar que se trata de una práctica discriminatoria que tendría que aplicarse también a chinos, filipinos, indios y demás inmigrantes. Étnica, por el previsible encono que desataría la política de deportación masiva de indocumentados, desgarrando familias, enfrentando vecinos, atizando las diferencias de identidad hasta en las escuelas. Estratégica, por la disrupción de la vida en la frontera que provocaría la construcción, así sea parcial, del muro.

Frente a un gobierno a tal grado hostil, México podría verse tentado a incumplir convenios que han funcionado razonablemente bien como los de cooperación en materia de seguridad, flujos migratorios de centroamericanos o tratados de provisión de aguas. Una tensión diplomática sin precedente en al menos 90 años acompañará al alud de demandas que individuos, grupos, empresas y asociaciones mexicanas —públicas y privadas— someterán ante las cortes de los dos países e instancias internacionales para defender sus intereses.

Para México y Estados Unidos, la llegada de Trump al poder es una tragedia. Más allá de los gobiernos, los mexicanos y los estadounidenses hemos sido muy buenos vecinos. Alguna vez escuché a Shimon Peres: “Qué daría Israel por un Tratado de Libre Comercio como el de ustedes”. No solo Israel. Millones de personas y vehículos atraviesan libre, ordenada y pacíficamente cada año la frontera en 57 cruces. Pocas fronteras en el mundo han sostenido una normalidad semejante por tantos años. Claro que hay problemas como el contrabando y el tráfico de armas, pero el tránsito legal y normal es mucho más importante. Ha sido una inadvertida bendición y, si se disloca, la extrañaremos mucho.

Entre las miles de mentiras que profirió Trump en su campaña, pocas más infames que esta, que agravió profundamente a muchos mexicanos: “Cuando México nos manda a su gente, no manda a los mejores… Nos traen drogas. Nos traen crimen. Son violadores. Aunque algunos, supongo, son buenas personas”. Las estadísticas del crimen lo desmienten. Y aunque la ola migratoria desde México ha cesado, en los años en que existió la verdad es que les mandamos a los mejores.

No me refiero solo a artistas, directores de cine, académicos, profesionistas, científicos, empresarios pequeños y grandes (que invierten en Estados Unidos y producen seis millones de empleos) sino a ese casi imperceptible hormigueo humano: el que te entrega la pizza, el que limpia las albercas, el que levanta las cosechas, el que corta la madera, la que extrae las vísceras de los pollos, la que recoge los platos en el restaurante, la que cuida a la anciana o a los niños, el que lava los pisos en los edificios de Trump. Gente de paz que busca una vía (así sea lenta y difícil) hacia una reforma migratoria que les permita alimentar a sus familias en un marco de legalidad.

En cuanto a las drogas y el crimen, son los estadounidenses quienes consumen las drogas y exportan las armas que han provocado, en una alta proporción, cien mil muertos en México. La administración de Trump, por supuesto, no tendrá el menor interés de modificar la legislación de venta de armas de alto poder.

Ante el ascenso de Trump, el mexicano promedio abriga temores fundados sobre el efecto brutal que ese gobierno puede provocar en la economía de México, segundo socio comercial de Estados Unidos y cuya endeble paz social puede sufrir un colapso. En las elecciones presidenciales de 2018 buscará entregar el poder a un líder carismático de cualquier signo que lo defienda del irascible vecino. Las viejas y olvidadas heridas históricas, asombrosamente, se abrirán con una intensidad imprevisible.

En lo personal, me siento triste y perplejo ante la llegada de un fascista a la presidencia de Estados Unidos. Espero que las instituciones republicanas resistan y lo resistan, y que el ejercicio de la libertad de expresión le impida hacer más daño del que ya ha hecho. Los griegos sabían que las democracias mortales. Ojalá la democracia de Estados Unidos, ejemplo del mundo por 240 años, sobreviva a Donald Trump.