Hoy inicio el blog Vericuetos musicales y literarios con un
comentario sobre la música en la Iglesia católica. Para ello
transcribiré literalmente el artículo "Música sacra"
publicado el 17 de mayo del 2015 por Jean Meyer en el diario El Universal de la Ciudad de México.
Así lo dice el
historiador mexicano de origen francés, quien obtuvo el grado de doctor en la
Universidad de la Sorbonne y es investigador del Centro de Investigación y Docencia
Económicas (CIDE):
En los últimos quince días
hice dos experiencias terriblemente contrastadas. Estuve en Armenia para la
liturgia de beatificación de los mártires, los un millón
500 mil armenios víctimas del genocidio que empezó
en abril de 1915; la ceremonia fue de una belleza visual extraordinaria, como
se puede ver en Youtube, y también de una gran belleza auditiva: Tanto el
coro masculino y femenino, como los celebrantes nos transportaban a otra
esfera.
Unos días después, asistí
a una misa en el día noveno de la muerte de una amiga, en
una iglesia católica de la ciudad de México,
y, una vez más, me dolió la parte musical de la
celebración: Dos guitarras, una cantante que no
dejaba que uno pudiese concentrarse ni un minuto, ni a la hora de la comunión,
bajo una tonada y unas palabras dignas de telenovela o de fiesta de quinceañera.
¿Cómo es posible que la
Iglesia Católica haya tirado a la basura dos mil años
de tesoros musicales?
Me acordé,
una vez más, de la indignación
de Antonio Alatorre, apasionado de la música y cantante de
villancicos: “No le perdonaré
nunca a la Iglesia haber eliminado el canto gregoriano de la misa”.
Nuestro gran compositor, Mario Lavista, autor de misas y réquiem
deplora lo mismo. Hace años que cundió
la epidemia, pero ya se eliminó totalmente la música
sacra de la práctica religiosa.
Quién quiere escuchar esa música
lo hace en sala de conciertos, en Radio UNAM, Opus 94, en su casa. Hace mucho
que me indigna la situación; no me
atrevía a decirlo, por temor a pasar por
reaccionario o elitista, pero el contraste abismal entre la ceremonia de la
Iglesia Armenia en Echmiazdin y la misa de México, me obliga a gritar.
Puede que no haya nadie entre el clero y los seglares capaz de tocar y cantar
un réquiem, pero, dado que en muchas iglesias
ponen discos (igualmente vomitivos), bien hubieran podido pasar el réquiem
de Ockeghem, Mozart, Campra, o de los modernos Benjamín Britten, Arvo Pärt, Mario Lavista. O un
extracto de la misa de los muertos de Marc-Antoine Charpentier, o de los
fabulosos compositores de la Nueva España de los siglos XVII y XVIII.
Para no remontar a los cantos gregorianos, que los hay y de sobra para
cualquier momento de la vida religiosa.
¿Por qué, en Semana Santa, no tocar
y cantar alguna de las pasiones de Juan Sebastián Bach? ¿Un protestante? Y qué, si escribió
misas católicas,
si sus cantatas dominicales nos llenan de alegría, como las obras de Händel.
Tenemos también a nuestra disposición
el inagotable tesoro religioso oriental y ortodoxo, la “divina
liturgia de San Juan Crisóstomo”, sin
instrumentos, pura música vocal, o el canto religioso
maronita. Arvo Pärt, estonio y ortodoxo, nuestro contemporáneo,
compuso una Pasión según
San Juan, y también una misa, tan es cierto que la música,
el arte no sabe de los pleitos entre las Iglesias cristianas.
¿Qué eso de ser culterano? A
poco cree usted que eso es “alta cultura”
y que apreciarla es despreciar al “pueblo”…
Despreciar al pueblo es darle a escuchar en misa eso que ni música es. Además, según
entiendo yo, música sacra es también
la tradición del gospel song, del negro spiritual ¡Qué
no daría para escuchar Louis Armstrong o Marian Anderson cantar en nuestros
templos Go down, Moses, let my people go! Música sacra, la de nuestros
danzantes: “Estrella del Oriente, que nos dio su
santa luz, estrella del oriente nos enseña el camino de la cruz”.
Y se me olvidaba el gran, el genial músico de jazz, el saxo John
Coltrane, el místico Coltrane que tiene su iglesia en
Nueva York y que podemos venerar como un santo. Que toquen en nuestros templos
A love supreme, a love supreme…
“La belleza salvará
al mundo”, hace decir Fiodor Dostoievsky al príncipe
Myshkin, en El idiota. Espero que al renunciar a la belleza, la Iglesia católica
no renuncie a salvar al mundo. Espero que su renuncia sea momentánea,
nada más.
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Siento desde luego
una profunda simpatía por la lúcida exposición de Jean Meyer.
Evidentemente, la opinión que expresaré no tiene
intención polémica alguna, ya que solamente quiero relatar mi
experiencia:
Coincido en la
nostalgia por la egregia música religiosa que desde la antigüedad ha
enriquecido la liturgia católica y la que solíamos llamar
protestante. Añoro, sobre todo, el canto gregoriano, ese prodigioso
tejer y destejer de alabanzas. Y sí, la verdad es que yo también veo dilapidado
ese tesoro y el del canto polifónico que llegó a alturas
codiciables con el arte de Bach.
Asimismo, considero
que no ha aprovechado la Iglesia el talento de compositores del siglo XX y aun
de nuestro tiempo.
Por otra parte,
confieso que di hace muchos años la bienvenida a la renovación litúrgica y a la
conmovedora música que se escuchaba, cito por caso, en el monasterio
Santa María de la Resurrección, de los benedictinos, en Cuernavaca,
hoy día desaparecido. Comprendí las razones pastorales que buscaba la
participación de la comunidad en la celebración de la misa.
Lamentablemente, esa ráfaga fresca ha dejado de soplar y se ha
llegado a extremos de una ramplonería como la señalada por Jean
Meyer.
En fin, quisiera
hacer una paráfrasis de lo dicho por el filósofo Immanuel
Kant: Escuchamos las cosas no como ellas son, sino como somos nosotros.
En mi parroquia de
Nuestra Señora de la Soledad, llamada así por la cercana
misión de ese nombre, una de las 21 establecidas en la Alta California por
los beneméritos franciscanos, la música que cantamos en misa quizá no sea de gran
calidad estética, pero tiene cierta dignidad y es preparada con esmero bajo la guía del padre Dennis Gallo, un párroco entusiasta e infatigable. Cómo me sentiré a gusto con esa
música que ya ni siquiera añoro el canto gregoriano, el amor de mi vida.
Sí considero que
la liturgia, tan alabada por Vasconcelos, carece del nivel estético de otros
tiempos. En ocasiones se ha simplificado al grado de que algunas misas ni
siquiera tienen el aspecto que las caracterizaba. He llegado a participar en
celebraciones litúrgicas tan informales, que el sacerdote suele
apartarse continuamente de la liturgia, hace frecuentes comentarios y aun, por
extraño que parezca, llega a introducir algún chistecillo.
Finalmente, quiero exaltar la importancia de la música sacra y
hacer mías las palabras de Martín Lutero: "El que canta, ora dos
veces"-
Jean Meyer
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