Friday, May 22, 2015

La música en la Iglesia católica

Hoy inicio el blog Vericuetos musicales y literarios con un comentario sobre la música en la Iglesia católica. Para ello transcribiré literalmente el artículo "Música sacra" publicado el 17 de mayo del 2015 por Jean Meyer en el diario El Universal de la Ciudad de México.

Así lo dice el historiador mexicano de origen francés, quien obtuvo el grado de doctor en la Universidad de la Sorbonne y es investigador del Centro de Investigación y Docencia Económicas (CIDE):

En los últimos quince días hice dos experiencias terriblemente contrastadas. Estuve en Armenia para la liturgia de beatificación de los mártires, los un millón 500 mil armenios víctimas del genocidio que empezó en abril de 1915; la ceremonia fue de una belleza visual extraordinaria, como se puede ver en Youtube, y también de una gran belleza auditiva: Tanto el coro masculino y femenino, como los celebrantes nos transportaban a otra esfera.

Unos días después, asistí a una misa en el día noveno de la muerte de una amiga, en una iglesia católica de la ciudad de México, y, una vez más, me dolió la parte musical de la celebración: Dos guitarras, una cantante que no dejaba que uno pudiese concentrarse ni un minuto, ni a la hora de la comunión, bajo una tonada y unas palabras dignas de telenovela o de fiesta de quinceañera. ¿Cómo es posible que la Iglesia Católica haya tirado a la basura dos mil años de tesoros musicales?

Me acordé, una vez más, de la indignación de Antonio Alatorre, apasionado de la música y cantante de villancicos: No le perdonaré nunca a la Iglesia haber eliminado el canto gregoriano de la misa. Nuestro gran compositor, Mario Lavista, autor de misas y réquiem deplora lo mismo. Hace años que cundió la epidemia, pero ya se eliminó totalmente la música sacra de la práctica religiosa.

Quién quiere escuchar esa música lo hace en sala de conciertos, en Radio UNAM, Opus 94, en su casa. Hace mucho que me indigna la situación; no me atrevía a decirlo, por temor a pasar por reaccionario o elitista, pero el contraste abismal entre la ceremonia de la Iglesia Armenia en Echmiazdin y la misa de México, me obliga a gritar. Puede que no haya nadie entre el clero y los seglares capaz de tocar y cantar un réquiem, pero, dado que en muchas iglesias ponen discos (igualmente vomitivos), bien hubieran podido pasar el réquiem de Ockeghem, Mozart, Campra, o de los modernos Benjamín Britten, Arvo Pärt, Mario Lavista. O un extracto de la misa de los muertos de Marc-Antoine Charpentier, o de los fabulosos compositores de la Nueva España de los siglos XVII y XVIII. Para no remontar a los cantos gregorianos, que los hay y de sobra para cualquier momento de la vida religiosa.

¿Por qué, en Semana Santa, no tocar y cantar alguna de las pasiones de Juan Sebastián Bach? ¿Un protestante? Y qué, si escribió misas católicas, si sus cantatas dominicales nos llenan de alegría, como las obras de Händel. Tenemos también a nuestra disposición el inagotable tesoro religioso oriental y ortodoxo, la divina liturgia de San Juan Crisóstomo, sin instrumentos, pura música vocal, o el canto religioso maronita. Arvo Pärt, estonio y ortodoxo, nuestro contemporáneo, compuso una Pasión según San Juan, y también una misa, tan es cierto que la música, el arte no sabe de los pleitos entre las Iglesias cristianas.

¿Qué eso de ser culterano? A poco cree usted que eso es alta cultura y que apreciarla es despreciar al pueblo”… Despreciar al pueblo es darle a escuchar en misa eso que ni música es. Además, según entiendo yo, música sacra es también la tradición del gospel song, del negro spiritual ¡Qué no daría para escuchar Louis Armstrong o Marian Anderson cantar en nuestros templos Go down, Moses, let my people go! Música sacra, la de nuestros danzantes: Estrella del Oriente, que nos dio su santa luz, estrella del oriente nos enseña el camino de la cruz. Y se me olvidaba el gran, el genial músico de jazz, el saxo John Coltrane, el místico Coltrane que tiene su iglesia en Nueva York y que podemos venerar como un santo. Que toquen en nuestros templos A love supreme, a love supreme

La belleza salvará al mundo, hace decir Fiodor Dostoievsky al príncipe Myshkin, en El idiota. Espero que al renunciar a la belleza, la Iglesia católica no renuncie a salvar al mundo. Espero que su renuncia sea momentánea, nada más.

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Siento desde luego una profunda simpatía por la lúcida exposición de Jean Meyer. Evidentemente, la opinión que expresaré no tiene intención polémica alguna, ya que solamente quiero relatar mi experiencia:


Coincido en la nostalgia por la egregia música religiosa que desde la antigüedad ha enriquecido la liturgia católica y la que solíamos llamar protestante. Añoro, sobre todo, el canto gregoriano, ese prodigioso tejer y destejer de alabanzas. Y sí, la verdad es que yo también veo dilapidado ese tesoro y el del canto polifónico que llegó a alturas codiciables con el arte de Bach.

Asimismo, considero que no ha aprovechado la Iglesia el talento de compositores del siglo XX y aun de nuestro tiempo.

Por otra parte, confieso que di hace muchos años la bienvenida a la renovación litúrgica y a la conmovedora música que se escuchaba, cito por caso, en el monasterio Santa María de la Resurrección, de los benedictinos, en Cuernavaca, hoy día desaparecido. Comprendí las razones pastorales que buscaba la participación de la comunidad en la celebración de la misa. Lamentablemente, esa ráfaga fresca ha dejado de soplar y se ha llegado a extremos de una ramplonería como la señalada por Jean Meyer.


En fin, quisiera hacer una paráfrasis de lo dicho por el filósofo Immanuel Kant: Escuchamos las cosas no como ellas son, sino como somos nosotros.

En mi parroquia de Nuestra Señora de la Soledad, llamada así por la cercana misión de ese nombre, una de las 21 establecidas en la Alta California por los beneméritos franciscanos, la música que cantamos en misa quizá no sea de gran calidad estética, pero tiene cierta dignidad y es preparada con esmero bajo la guía del padre Dennis Gallo, un párroco entusiasta e infatigable. Cómo me sentiré a gusto con esa música que ya ni siquiera añoro el canto gregoriano, el amor de mi vida.

Sí considero que la liturgia, tan alabada por Vasconcelos, carece del nivel estético de otros tiempos. En ocasiones se ha simplificado al grado de que algunas misas ni siquiera tienen el aspecto que las caracterizaba. He llegado a participar en celebraciones litúrgicas tan informales, que el sacerdote suele apartarse continuamente de la liturgia, hace frecuentes comentarios y aun, por extraño que parezca, llega a introducir algún chistecillo.


Finalmente, quiero exaltar la importancia de la música sacra y hacer mías las palabras de Martín Lutero: "El que canta, ora dos veces"-




                                                                       Jean Meyer

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