Friday, May 29, 2015

Santiago Serrano. In memóriam



Estos días he recordado a Santiago Serrano, a quien llamaban Chanti.

Le conocí en su casa de Tuxtla Gutiérrez, Chiapas, en donde vivía con la profesora María del Carmen Espinosa, directora de la Imprenta La Sirena, ubicada en la Primera Sur número 50, la cual ocupaba una parte del domicilio conyugal.

Desde mi primer encuentro con el poeta chiapaneco, una vez establecida la amistad con su familia, las charlas sobre poesía propiciaron una mutua simpatía, a pesar de la diferencia de edad. Yo lo veía como un hombre casi anciano, hecho que me asombra hoy día, ya que según supe mucho tiempo después, contaba él 54 años en ese tiempo.

Quizá le haya caído en gracia que un chamaco de 17 años le haya hablado desde el primer día de Enrique González Martínez, compartiera con él su veneración por Amado Nervo, a quien llamaba "Su Santidad", y recitara de memoria innumerables Rimas de Gustavo Adolfo Bécquer.

La verdad es que me llamaba la atención saber que pasaba gran parte de la mañana en su hamaca, colgada en el fondo de la casa, y que todos las tardes fuera al cine, siempre acompañado de una linterna, y que viera películas repetidas porque en la única sala que había entonces en la ciudad, solamente cambiaban de programa, si la memoria no me traiciona, una vez por semana.

No fueron muchos meses los que permanecí en la capital chiapaneca, pero durante ese tiempo memoricé diversos poemas de Santiago Serrano, tan cercanos entonces a mi corazón.

Al regresar a la Ciudad de México, llevé conmigo tres libros del poeta: Playa a la vista, Del torbellino de mil vida y Biografía de Belisario Domínguez, este último con una dedicatoria que aun en mis años de mozalbete fanfarrón me ruborizó: "A mi culto amigo..."

Mi propìo torbellino me llevó a perder esos libros, pero aún recuerdo diversos poemas, entre los que se encuentra este, que envié por correo electrónico a una jovencita sacudida por las turbulencias del amor y del desamor:  

                   Cuando llegue el amor

Cuando llegue el amor y tú pruebes fortuna,
como sajona ríe, como latina engaña;
pero no te doblegues ni te ofrezcas en una
debilidad funesta como de frágil caña.

Deja de ensoñaciones a la luz de la luna,
sé displicente y falsa, desconfiada y huraña,
porque lo que parece pensativa laguna
quizá sea pérfido mar que tormentas entraña.

Con el hombre procede con astucia y con maña:
desconfiada, celosa, con audacia gatuna,
con el arte sencillo de la mínima araña 

que aprisiona en sus redes a la mosca importuna
porque este amor moderno, de nuestro siglo, una
sola vez es sincero, noventa y nueve engaña.

Aun cuando mi intención fue la de mitigar el dolor de un desengaño, al día siguiente me percaté de que el envío no pudo haber sido más inoportuno y aun contraproducente, por lo que volví a escribir para darle una explicación y una disculpa. "Más que un poema feminista --le dije-- es de una feroz androfobia".

"No te preocupes --me respondió-- sé muy bien lo que quisiste decir".

Concluyo con la inserción de dos de aquellos poemas que tanto me conmovieron en la adolescencia: 

                   Ya amaneció en mi vida


Después de tanta sombra, ¡ya amaneció en mil vida!
oh, Señor, muchas gracias por la bondad obrada,
por las rosas que prendes en mi ilusión fallida
y la gracia infinita de darme una alborada.

A través de los valles oscuros del pecado, 
impetuosa, sin rumbo, como potro sin vida,
mi juventud siguió por camino extraviado;
mas ya encontré la senda, ¡ya amaneció en mi vida!

Salud, árbol amigo, bajo cuyo piadoso 
follaje hoy puede el alma tomar algún reposo
de este bregar inútil a que fue sometida;

salud, arroyo hermano, sobre cuya corriente
refrescaré mis labios y lavaré mil frente,
porque ya tengo aurora, ¡ya amaneció en mi vida!


                  Y como iba sediento 

Y como iba sediento y bajo un gran dolor,
 una tarde ardorosa me detuve un momento 
ante el huerto sagrado de tu reino interior. 

Y vi que era tu vida todo un florecimiento: 
rosa, fuente, jilguero, trino, gala, frescor. 
Y tuve una adorada ilusión, la de un cuento 
oriental en que hay una princesa de amor. 

Y bebí de tu fuente, porque estaba sediento, 
y goce de tus frondas, porque ansiaba frescor, 
mientras mis ruiseñores desgranaban su acento 
sobre tus diecinueve jazmineros en flor. 

Y quedé, desde entonces, bajo el encantamiento
 del follaje de ensueños de tu huerto interior.

Santiago Chanti Serrano, nacido en Suchiapa, Chiapas, falleció el 17 diciembre de 1957, a la prematura edad de 60 años.

Él mismo intuyó su fugaz paso por la vida, porque en un poema dijo:

Cuenta ya nueve lustros mi frente encanecida,
cuarenta y cinco inviernos hielan mi corazón...

En su tumba, que no conozco, hay este epitafio:

“Y nada fui, Señor, porque he vivido en un vaivén inútil como el mar”.

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