Monday, June 1, 2015

Luis Herrera de la Fuente. Su entorno. Su vida. Su legado

Fernando Díez de Urdanivia 
y la Biblioteca Musical Mínima de  Editorial Luzam 

En ocasiones, cuando evoco la figura de Fernando Díez de Urdanivia recuerdo las palabras de Ralph Waldo Emerson:  

"Toda gran institución es la sombra agrandada de un solo hombre: su carácter determina el de la organización".

Por supuesto que esta afirmación tiene en Luzam una notable excepción: el carácter de la editorial está marcado también por Carmen Bermejo; pero permítaseme centrar ahora mi atención en Fernando, con quien me liga una fraternal amistad de muchas décadas. Y debo salir al paso de suspicacias: no porque cuente mi vida en décadas he entrado ya en la decadencia.

Si alguien podría hacer suyas las palabras de Terencio "nada humano me es ajeno" es Fernando, quien lo mismo se interesa por los máximos refinamientos gastronómicos, la literatura, el periodismo, la pintura y la música (ya sea de concierto,  popular o jazz) que por las cuestiones lingüísticas más especializadas, según lo atestigua su libro Spanish Survival Guide.

Hablar de interés, es quedarse corto, porque Fernando Díez de Urdanivia además de haber sido protagonista de las actividades mencionadas, ha descollado como promotor infatigable de la música en variados, numerosos frentes.

Su labor en Luzam tiene el heroico empeño quijotesco de derribar los  molinos del menosprecio por la cultura sintetizado por expresiones como: "Ay, maestro, la música clásica no vende".

El libro Luis Herrera de la Fuente. Su entorno. Su vida. Su legado, número 11 de la Biblioteca Musical Mínima, se edita en el centenario del nacimiento de uno de los músicos más importantes que ha dado México. Ciertamente se gestó antes de su muerte porque su autor está consciente de la pertinencia de ofrecer homenajes en vida.

 El libro no solo es fruto de la amistad y de la colaboración estrecha de su autor con Herrera de la Fuente, sino también del entorno del personaje, como lo indica el título, puesto que "para valorar a una persona en su dimensión, es imprescindible conocer qué hubo antes de ella y cómo se dio su momento", en palabras de Fernando.

Después de somero análisis de los antecedentes y del entorno en que vivió este músico, hallamos las microbiografías de personajes de las posiciones más dispares, como pueden ser José Rolón y Jesús C. Romero, por un lado, y Tata Nacho, Mario Talavera y el Mariachi Vargas, por el otro.

Se reúne en este libro el testimonio de 28 personajes de la música y de la cultura mexicanas y se incluye un par de entrevistas que dan voz a Herrera de la Fuente, así como una semblanza del protagonista con la cronología correspondiente. Se encuentran asimismo el catálogo de sus obras y la relación de sus reconocimientos y de sus libros.

Cautivan dos capítulos relacionados con sendas personas de su ámbito intimo: Victoria Andrade, su esposa, y  el doctor Miguel Ángel Herrera, su hijo sobreviviente.

Magdalena Herrera Andrade, su hija, participa con una carta conmovedora fechada en Cascade, Colorado, el 22 de febrero de 2014, que comienza así:

“¡Cómo te extraño! ¡Cuántos recuerdos me vienen al contemplar las fotos de ti y de mamá! Tengo el retrato frente a mi cama para darles los buenos días, pero también para que sus ojos inquisitivos me motiven diariamente a seguir su ejemplo y ser diligente, productiva y eficaz; podría decirse que esa foto es mi conciencia!”

El último párrafo no es menos conmovedor:

“Yo, tu hija Magdalena, Magda, Malenita, Maguis, prietita chula, como me decías, me despido sintiendo un gran vacío, pero también una gran alegría por haber tenido la suerte de tenerte como padre.

Un gran bacio (beso)”.

Entre los numerosos testimonios y anécdotas aportados por los colaboradores se escogen en esta reseña, a la manera de una corchea de muestra, los siguientes:

Carlos Miguel Prieto:

“Agradezco a Fernando Diez de Urdanivia la oportunidad de escribir unas líneas en recuerdo del admirado maestro Luis Herrera de la Fuente. Pocos esfuerzos son más loables y necesarios, que un libro en homenaje a quien considero el director de orquesta más importante y fructífero de las últimas décadas en México”.

Rafael Tovar y de Teresa:

“El estreno de su primera obra sinfónica, Dos movimientos para orquesta (1948), fue también el comienzo de la carrera de Luis Herrera de la Fuente como director. Paradoja de la historia que reveló las dotes de un joven que quizá en ese entonces deseaba más escuchar desde la butaca, como público, el resultado de su propuesta creativa. Hernández Moncada, entonces director de la Sinfónica del Conservatorio Nacional, pidió al principiante que condujera su propia obra colocándolo, sin saber, ante los ojos de Sergiu Celibidache, el gran director rumano que aprovechando una estancia en México acudía a los con el interés de conocer la producción nacional. A partir de ahí la historia es conocida: al terminar, Celibidache entró al camerino de Luis Herrera de la Fuente y señalándolo con el dedo le dijo: 'Tú eres director de orquesta. Todo lo que hiciste estaba mal, pero la orquesta iba contigo'".

Luis Pérez Santoja:

“De la etapa (en la que dirigió la Orquesta Sinfónica de Minería), recuerdo una impactante Sinfonía Leningrado de Shostakovich, en 1985. Cuando le cuestioné en su camerino sobre su veloz tempo final, me dijo categórico '…partitura, pura partitura, todo está en la partitura'”.

A la manera de una coda, cito el testimonio del maestro Ignacio Toscano, que comienza con estas palabras encantadoras:

"Pues sí, mi primera entrada al Palacio de Bellas Artes fue en 1957 para escuchar a la Orquesta Sinfónica Nacional. Iba vestido de marinerito y de la mano de mi abuelo, don Fortino Jarquín. Aquel día tuvo lugar mi primer encuentro con la música formal, dirigida entonces por el maestro Luis Herrera de la Fuente". 

Antes del compás conclusivo, quiero hacer mía la expresión del maestro Toscano que a menudo le escucho y tanto me conmueve:

"Estamos celebrando el misterio gozoso de la vida".



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