Tuesday, June 16, 2015

El binomio poesía y música


 El libro Palabras en una sola nota sostenida (Antología de poesía y música) gira en torno del codiciable vínculo de una y otras artes.

Se trata de una compilación realizada por Ester Hernández Palacios y Héctor Miguel Sánchez Rodríguez que constituye el volumen 8 de la Biblioteca Musical Mínima, de Luzam, empresa editorial radicada en Cuernavaca, Morelos (México).
 
Con qué deleite se repasan algunos de los poemas inspirados por la música, “arte a cuya condición aspiran todas las artes”, en palabras del ensayista inglés Walter Pater (1839-1894).

 “La razón obvia (de esa afirmación) sería que, en música, la forma y el contenido son inseparables”, añade Jorge Luis Borges (1899-1986), y Fernando Díez de Urdanivia, el editor, advierte: “En sus orígenes, ya muy lejanos, la poesía nació íntimamente ligada a la música, ambas formaban arte de una unidad: el ritual”.
 
Entre los aciertos de los compiladores de esta antología, hay que destacar la inclusión de los poemas Malagueña y De profundis, de Federico García Lorca (1898-1936).  

Esste es el primero de ellos:
 
La muerte
entra y sale
de la taberna.
 
Pasan caballos negros
y gente siniestra
por los hondos caminos
de la guitarra.
 
Y hay un olor a sal
y a sangre de hembra,
en los nardos febriles
de la marina.
 
La muerte
entra y sale,
y sale y entra
la muerte
de la taberna.
 
El segundo:
 
Los cien enamorados
duermen para siempre
bajo la tierra seca.
Andalucía tiene
largos caminos rojos.
Córdoba, olivos verdes
donde poner cien cruces,
que los recuerden.
Los cien enamorados
duermen para siempre.
 
De profundis y Malagueña fueron tomados por Dmtri Shostakovich (1906-1975) en su tanatológica, estremecedora Sinfonía número 14, para soprano, bajo y orquesta de cámara en once secciones, con textos de diferentes poetas, la cual fue estrenada en Leningrado en 1969.
 
Otro de tantos aciertos de este libro es la inclusión del Himno de los bosques, de Manuel José Othón (1858-1906), poema que inspiró al compositor michoacano Miguel Bernal Jiménez (1910-1956) su obra póstuma del mismo nombre.  En ella trabajaba durante unas vacaciones en León, Guanajuato, cuando sufrió el infarto cardiaco que le quitó la vida.

 Entre los versos de este poema ya puestos en música, se encuentra este, de fuerte sabor premonitorio:
 
En tanto yo, cabe la margen pura,
del bosque por los sones arrullado,
cedo al sueño embriagante que me enerva
y hallo reposo y plácida frescura,
sobre la alfombra tupida de la hierba.
 
Son muchos los poemas, desde Juan Ruiz, arcipreste de Hita (siglo XIV) a Gilberto Gutiérrez Silva (1958) que merecen una lectura deleitosa.  Entre ellas se encuentra La primera canción de Agustín Lara, de José Emilio Pacheco (1939-2014), poema teñido de nostalgia que comienza así:
 
La noche engendra música. A su imán
acuden las canciones memoriosas, el piano
desafinado, la guitarra ya casi polvo, el violín
comido por los años, las maracas
que suenan como huesos. Y los ancianos
vamos a congregarnos en este círculo mágico.

 

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