Monday, June 1, 2015

Adiós a los padres



Lo más fácil sería decir que considero Adiós a los padres, de Héctor Aguilar Camín, una obra maestra de la literatura mexicana contemporánea, destinada a convertirse en un clásico de la lengua española, pero optaré por tratar de explicar por qué me parece así.

Además del profundo análisis psicológico de su familia, escrito siempre en presente y con un acento conmovedor que oscila entre el cariño, la empatía y el dolor por la conducta y el abandono del padre ausente, en las páginas de su libro, Aguilar Camín relata acontecimientos de la política mexicana y guatemalteca.

Por ellas transcurren, entre otras, las figuras fantasmagóricas de Margarito Ramírez, “ruidoso jacobino, colgador de cristeros” y posteriormente gobernador del territorio de Quintana Roo, así como las figuras de los presidentes Ubico, Árbenz y Castillo Armas, de Guatemala.

El análisis psicológico sobre Héctor, el padre del autor de quien heredó el nombre pero no la idiosincrasia, alcanza profundidades reveladoras como esta:

“Quiere agradar, no rozarse de más con el mundo. Adquiere tempranamente la costosa costumbre de quedar bien, de no dar pleitos, de ser querido por todos”.

El despojo de sus derechos y propiedades, y en cierta forma la falta de aprecio que Héctor sufre por parte de Don Lupe, el abuelo de Aguilar Camín, son factores que precipitan el declive de este hombre “que no quiere fricciones con los otros y está dispuesto a entregarse porque no está dispuesto a pelear”.

Entre los pasajes más codiciables de Adiós a los padres, novela de no ficción escrita con la soltura de quien relata anécdotas, se encuentra la crónica de la tragedia provocada por el ciclón Janet, en 1955, “el más potente que haya tocado tierra en la historia registrada de la zona”.

Concluye el relato con la cita de este testimonio periodístico sobre la devastación sufrida por el viejo Payo Obispo, que en sus albores fue “un pueblo de ocho calles de largo por siete de ancho”:

“Chetumal es un cementerio”.

Las descripciones de los barrios de la Ciudad de México que sirvieron de refugio al padre de Aguilar Camín durante muchos años son tan certeras como descarnadas. Aquí está una muestra preliminar:

“Calles sucias y diligentes, llenas de puestos callejeros, fondas y taquearías, cines viejos, periódicos y expendios de periódicos”.

El deterioro urbano corre paralelo al del anciano de “falanges artríticas y uñas fungosas” con el que se encuentra después de 36 años.

Así describe esa extensa zona capitalina:

“Calles que rodean el Frontón México y el Monumento a la Revolución, calles de hoteles baratos y edificios sin pintar, borrachines sueltos, conseguidores nocturnos (…) la ciudad del antiguo Frontón México, de los tranvías desaparecidos y sus rieles tragados por el pavimento que doblan en cualquier esquina rumbo a ninguna parte; la ciudad que encarna para mí las calles grises de Edison y Emparan, Morelos y Bucareli, Ayuntamiento, Abraham González, calles de edificios bajos, alcantarillas malolientes, zaguanes oscuros, mansiones vueltas en vecindades y palacios travestidos en oficinas de gobierno (…) barrio de cantinas y fondas, antros de rumba, consultorios de médicos venéreos, dentistas arqueológicos, abogados naufragantes, hoteles y funerarias, expendios de periódicos, comercios con mostradores a la calle, coches que atestan las calles y embisten a peatones que atestan las aceras y caminan entre cáscaras, charcos, colillas, papeles, la eterna novedad de la basura en la ciudad antigua, inagotablemente activa, sucia, degradada”.

Tal vez lo más conmovedor del libro esté constituido por los pasajes relacionados con Emma, su madre, la mujer abandonada que no volvió a casarse, aquella muchacha que “cruzó de la isla prodigiosa a las costas calizas de Yucatán”, la linda cubana que solía cantar con frecuencia, “un rostro de ojos que sonríen con un fondo de tristeza, unos labios pequeños y hermosos que queren hablar, unos pómulos tenues y armónicos, una frente que sabe de las inclemencias metafísicas, una expresión general de haber sido puesta en un mundo difícil de entender contra el que hay que batirse sin admitir nunca la derrota”.

Se ha dicho que Adiós a los padres significó una catarsis para su autor. Cierto, pero también es una catarsis para el lector que cuando menos una vez en la vida se haya estremecido con la frase de Octavio Paz: “Familias, criaderos de alacranes”.

Tras la lectura de Adiós a los padres, quedo invitado a conocer la obra integral de Aguilar Camín.

Ficha bibliográfica. Aguilar Camín, Héctor. Adiós a los padres. Literatura Random House. Primera edición digital: octubre del 2014.

(Tomado de una entrada de mi autoría en el blog El Viaje en Libro)


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