Monday, June 1, 2015

Pedro Gringoire. In memóriam

               
 
Siempre que paso por la avenida Lincoln, de Salinas, frente al templo de la First United Methodist Church, recuerdo con cariño al doctor Gonzalo Báez-Camargo (1899-1983), mejor conocido por su seudónimo de Pedro Gringoire, uno de los amigos que más he estimado en mi vida.
 
Este mes lo he tenido particularmente presente porque me he deleitado, una y otra vez, con su Oda clásica a la primavera, que ahora quiero comentar, para lo cual tomaré algunos fragmentos.
 
El poema está dividido en cinco cantos:
 
I. Salutación
II. La vuelta de Perséfona
III. Intermezzo
IIII. Pájaros y flores
V. Plegaria lírica
VI. Doxología
 
Desde la primera estrofa se anuncia el regocijo que caracterizará el poema:
 
​¡Salve, divina reina,
​florida emperatriz de los jardines,
​resurrectora de los muertos gérmenes
​y madre del amor y de la vida!
 
El presentimiento de la primavera inicia La vuelta de Perséfona, la hija de Zeus y Deméter:
 
​Marzo, como un heraldo,
​precede tu cortejo, y el anuncio
​de tu ansiado y espléndido retorno,
​por los troncos dormidos
​fluye el torrente de fecunda savia.
​Los retoños espían si ya vienes,
​asomando las tiernas cabecitas,
​y los capullos de su verde cárcel
​se inquietan, anhelando
​ir a bañar las tersas desnudeces
​en oleadas de sol y de perfumes.
 
​En los frondajes húmedos, los nidos
​que invierno heló con su letal caricia
​se llena de flojeles temblorosos
​y nacientes canciones…
 
​Todo despierta, reina, cuando anuncia
​tu heraldo Marzo tu gentil retorno.
​Sus mejores enlaces teje el cielo,
​el sol aviva sus lucientes llamas
​y un impetuoso palpitar de vida
​conmueve el seno de la Madre Tierra.
 
Al mes de Abril, el poeta llama “tu enamorado caballero, príncipe azul de los floridos bucles” y casi al final del segundo canto, repite en voz alta el leitmotiv de salutación primaveral:
 
​¡Despierta, vida, del hiemal letargo!
​¡Aplaudid, frondescencias! ¡Trinad, aves!
​¡Cantad oh fuentes, y reíd, arroyos!
​¡Flores, abrid los cálices de seda!
​¡Cante el sol su monóstrofe de fuego,
​y el cielo azul estrofa!
​¡Amor, perfumes, cantos, alegría,
​que Perséfona torna sonriente,
​y con su gracia juvenil alumbra
​los cielos y la tierra!
 
Como lo hacen los compositores de sinfonías, el Intermezzo marca un tempo diferente, aquí quizá de reposo:
 
​En la serena gloria del paisaje
​se tiende como un manto tu sonrisa
​de amor ¡oh Primavera, reina y maga!
 
Si continuáramos el símil sinfónico, el Canto IV, Pájaros y flores, equivaldría al scherzo.  Así lo dice, juguetonamente, la tercera estrofa:
 
​¡Los pájaros!  ¡Risas con alas!  Falta
​este suave versículo en el Génesis:
​Dios, cuando creó los pájaros, reía!
 
Y, versos adelante, insiste:
 
​El mundo era un jardín, vio que era bueno
​Y cuando creó los pájaros reía.
​Reía, y para crearlos
​les dio a sus risas emplumadas alas
​y las echó a volar… Y hoy, aunque el dolo
​de nuestro duro corazón malvado
​lacera y entristece
​el amoroso corazón del Padre,
​¡cuando cantan los pájaros Dios ríe!
 
A continuación canta la apología de las flores y a manera de proemio se pregunta:
 
​¿Qué fuera sin las flores
​este globo de barro en que se alberga
​nuestra añoranza de la Patria altísima
​de do venimos y a do vamos?
 
Las flores adquieren calidad sonora en esta estrofa:
 
​¡Cada jardín florido es una orquesta
​de gracia, de color y de perfumes!
​Las flores, como hermanas de los pájaros,
​entre las ramas nacen y ase mueren…
​¡Son silenciosos pájaros que cantan!
 
Una nueva salutación inicia el quinto canto:
 
​¡Salve, divina reina Primavera…!
 
En el sexto canto, la Doxología, fórmula de alabanza, Abril ya no es, como al principio de la Oda, el “enamorado caballero”, sino el esposo de la Primavera, pero sigue siendo “el príncipe azul de los floridos bucles”.
 
Mayo, el pasional, es el “ardiente paje” de la Primavera y Junio, su poeta.
 
Quiero concluir con los versos postreros de la Plegaria lírica para referirlos al maestro, periodista, poeta, historiador, académico de la Lengua, traductor bíblico, genuino hombre universal de espíritu ecuménico que hizo honor a uno de sus seudónimos: Benigno Leal y Franco; el cristiano ejemplar que partió a su añorada Patria altísima el 31 de agosto de 1983:
 
​Tu dulce imperio pasará. Ya pronto
​de Otoño impío las plomizas brumas
​y los algentes hálitos
​extinguirán sus últimas canciones.
​Uno a uno los pétalos postreros
​Mustios caerán como esperanzas muertas.
​Mas danos que tus galas
​en nuestro corazón jamás se agoten.
​Del alma abrimos el dorado pórtico:
​entra, reina gentil, y que perdure
​tu encanto en ella, y siempre se conserve
​primaveral y joven nuestro espíritu,
​en tanto llega el día cuando al cabo,
​dejando ya que el polvo vuelva al polvo,
​tienda ligero las potentes alas
​y se remonte a Dios, en libre vuelo,
​a gozar de la Eterna Primavera.
 
 
 
 
 

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