Tuesday, February 13, 2018

El santo amor de la tierra


                  Para Cony, en Bangkok, Tailandia

Desde la capital tailandesa, me escribe la querida amiga Concepción Domínguez en relación con la entrada de mi blog en la que expresé mi nostalgia por la Ciudad de México y cité el soneto La despedida, de Enrique González Martínez, en el que este poeta jalisciense habla de una suprema despedida "por si no hay otro viaje y otro encuentro". 

Así lo dijo Cony:


¡Me encantó! Yo he sentido lo mismo varias veces, sobre todo ahora en septiembre, pero cuando llega a mi cabeza el pensamiento de "por si no hay otro viaje..."  lo bloqueo porque sé que mi Ciudad siempre estará esperándome.

En otro mensaje, Cony evoca la canción Todos vuelven, adaptada por el panameño Rubén Blades al ritmo y el estilo de la salsa que tanto le gustan. Qué acierto el suyo: esta canción es la quintaesencia de la nostalgia del que deja su tierra y anhela volver a ella.

Se trata de una canción criolla, un vals con música del peruano Alcides Carreño (1905-1987) sobre el poema Todos vuelven, de su paisano César Alfredo Miró-Quesada (1907-1999), escritor, periodista, compositor y poeta que, entre otros cargos, fue miembro de la Academia Peruana de la Lengua y embajador de su país en la Unesco.

Miró conoció el dolor del destierro cuando fue deportado a Uruguay. Posteriormente fue absuelto del cargo injusto que lo llevó al destierro y viajó mucho, por lo que sintió en carne propia la nostalgia de su tierra en ciudades como París, Los Ángeles y México. 

El vals Todos vuelven es considerado por muchos peruanos como un himno a la patria lejana. Esto lo asemeja a la Canción mixteca, tan cara para los oaxaqueños:

¡Qué lejos estoy de suelo donde he nacido!
Inmensa nostalgia invade mi pensamiento...

También vibra en Todos vuelven el anhelo del llamado Salmo del destierro:

Junto a los ríos de Babilonia nos sentábamos
y llorábamos al acordarnos de Sion. 

Este es el poema que suele humedecer los ojos no solo de los migrantes peruanos, sino de tantos mexicanos que llevan a su tierra adherida al corazón:

Todos vuelven a la tierra en que nacieron,
al embrujo incomparable de su sol,
todos vuelven al rincón donde vivieron,
donde acaso floreció más de un amor.

Bajo el árbol solitario del silencio,
cuántas veces nos ponemos a soñar,
todos vuelven por la ruta del recuerdo,
pero el tiempo del amor no vuelve más.

El aire que trae en sus manos
la flor del pasado, su aroma de ayer,
nos dice muy quedo al oído
su canto aprendido del atardecer.

Nos dice su voz misteriosa,
de nardo y de rosa, de luna y de miel,
que es santo el amor de la tierra,
que es triste la ausencia que deja el ayer.




También Miró volvió felizmente a su tierra.



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