Thursday, February 15, 2018

La tierra más dulce que existe

                    Para Cony, con un nuevo saludo

En la entrada anterior de este blog cité la nostalgia del poeta peruano César Alfredo Miró-Quesada (1907-1999) por su tierra y hermané su sentimiento con el de los oaxaqueños expresado en la Canción mixteca, de José López Alavez (1889-1974), y de los israelitas del Antiguo Testamento que desde los ríos de Babilonia lloraban al acordarse de Sion.


En esta ocasión, rememoro el poema Suchiapa, en el que el poeta chiapaneco Santiago Serrano (1895-1957) evoca el pequeño pueblo en que él nació y reposa su madre:


                    Suchiapa

¡Pequeño poblado de alma candorosa!
Te llevo conmigo
porque fue en tu suelo y en humilde choza
que dejé mi ombligo.

Tu chata estructura de calle polvosa 
y sórdido abrigo
resulta al extraño ramplona y tediosa; 
¡mas yo estoy contigo!

Y es que fue en tu valle donde yo tuviera 
la primera novia, donde produjera
mi primer poesía;
donde me arrullaran los primeros besos
y yo sepultara los sagrados huesos...
¡de la madre mía!

Así explicó el amor a la tierra el político, ensayista y poeta Luis Cardoza y Aragón, quien probó la amargura del exilio y murió en 1992 en la Ciudad de México, lejos de la ciudad de Antigua Guatemala, en la que había nacido en 1901:

"No amamos nuestra tierra por grande y poderosa, por débil y pequeña, por sus nieves y noches blancas o su diluvio solar. La amamos, simplemente, porque es la nuestra.

"En su territorio hay una región que es la región de nuestra infancia. Y en tal región, una ciudad o un pueblecillo. En el pueblecillo, una casa. En la casa, cuatro paredes viejas y manchadas, con muebles rústicos hechos por el carpintero de la familia, con árboles que nos dolió verlos abatir. En medio de la casa, una fuente de la cual nunca dejaremos de escuchar el canto.Todo se va replegando hasta llegar de la caja más grande a la más pequeña, del mundo a las cuatro paredes de la infancia, hasta la cuna y el ataúd. La tierra que caerá sobre esas cuatro tablas, cuando estemos de vuelta a geranios y quiebracejetes y nos empinemos en los árboles, es la tierra más dulce que existe. La niñez va corriendo como un arroyo que canta. Remontamos la corriente hasta el manantial. Hasta el amor de nuestros padres. 

"No amamos nuestra tierra por hermosa, por alegre o triste. Por su leyenda o su primitiva felicidad sin historia. La amamos porque es la nuestra".





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