Friday, December 30, 2016

Mi sinfonía favorita

La pregunta de José N. Chávez González, a quien llamábamos Josene, surgió espontánea y sugestiva como cohete de feria:

“¿Cuál de las sinfonías de Beethoven le gusta más?”

Mientras el cohete tomaba altura, pensé: el hecho de que nos interesemos en nuestro tiempo por un músico nacido en 1770 es demostración de la vitalidad de su arte, por más que muchos críticos aseguren que fue un mal compositor y aun haya quien asegure, mitad en broma, mitad en serio, que “se quedó sordo para no escuchar las mamarrachadas que escribía”.

¿Por qué no me preguntaron, acaso, por obras de Stravinsky, Penderecki, Lutoslawski, Alban Berg, Bartók, Shostakovich, Varese, por citar unos cuantos?

Recordé entonces lo que afirma Max Steinizer, uno de los biógrafos de Beethoven: “Nosotros, los hombres de hoy, no hemos salido todavía de nuestro asombro ante la grandeza de las obras escritas por él”.

En ese momento, tuve la certeza de que las sinfonías de Beethoven y todas sus obras poseen la frescura del día en que se estrenaron y que, en muchos casos, son más apreciadas por nosotros que por la mayoría de los melófilos de los siglos XVIII y XIX.

Comprendí que Beethoven es un músico para nuestro tiempo, porque sus obras, nacidas del corazón, han conmovido el corazón de los hombres, como lo escribió en la partitura de su Misa solemne.

Evidentemente son portadoras de un mensaje para los hombres que, en estos años turbulentos, han sido testigos de horrores y tragedias, pero que no han perdido la esperanza.

Quedé convencido, además, de que el hombre de los años venideros volverá sus ojos, con creciente nostalgia, hacia la obra beethoveniana, contemplada como una de las cimas del arte universal.

La favorita de Pío XII

Divagué entonces sobre lo que otros personajes han dicho de las sinfonías del genio: el papa Pío XII, por ejemplo, manifestó en diversas ocasiones su predilección por la Primera, en la que el heredero de Mozart y Haydn aprendió a expresarse. Y hay que ver con qué refinamiento, vigor, regocijo y precoz maestría lo hizo.

Para Igor Stravinsky, al que muchos consideramos el artista del siglo XX, no había mejor obra en todo el catálogo beethoveniano que la Octava, la que más de un diletante despistado ha considerado como una sinfonía humorística, juguetona y trivial.

Hans von Bülow otorgaba la corona a la Tercera. Cuando el legendario director de orquesta habló de “las tres grandes B de la música”, no se refirió, como popularmente se cree, a las iniciales de los nombres de Bach, Beethoven y Brahms (para él los tres supremos), sino a los tres bemoles (b) de la Sinfonía Eroica (título escrito en italiano, como lo quiso el autor), porque esas tres b corresponden a la tonalidad de mi bemol mayor en que está escrita.

Un crescendo de Beethoven

Seguí recordando la estimación en que han tenido otros artistas a las sinfonías del genio de Bonn. Para Berlioz, el compositor que se definió a sí mismo como “un crescendo de Beethoven”, la consentida era la Segunda, obra en la que su admirado colega remonta el vuelo prodigioso.

Para Wagner, la sinfonía excelsa era la Séptima, a la que llamó “apoteosis de la danza”.

Muchos mexicanos de fines del siglo XIX que solamente pudieron conocer algunas de las sinfonías en transcripción para piano, sintieron especial devoción por la Sexta, conocida como Pastoral, según lo atestigua Antonio García Cubas en el Libro de mis recuerdos.

Quintaesencia, la cuarta

Cuántos amantes de la música me han dicho que la Cuarta es la quintaesencia del arte beethoveniano.

Esta sinfonía se alza de la cotidianidad y sus miserias para alcanzar la más espiritual de las alegrías. Sir Charles Grove, el afamado musicólogo, la consideraba “un poema de amor”. Para Ernesto de la Guardia, estudioso de la obra del maestro, es una sinfonía “risueña y optimista”.

Favorita del gran público, la Quinta posee las cuatro notas más célebres de toda la música sinfónica. Este motivo inicial (sol, sol, sol, mi bemol), al que el propio Beethoven se refirió con las palabras “así llama el destino a la puerta”, sirvió de contraseña a los Aliados durante la Segunda Guerra Mundial.

Es la Quinta la más interpretada de las sinfonías: no hay orquesta que no la tenga en su repertorio. Qué significativo resulta que la Orquesta Sinfónica de Filadelfia la haya incluido en el programa con que debutó el 16 de noviembre de 1900.

Un segundo estallido

El cohete había subido al cielo y había estallado sin que yo me diera cuenta. Fue necesario un segundo estallido para que saliera de mi ensimismamiento:
“No me ha respondido. ¿Cuál de las sinfonías de Beethoven le gusta más?”

—Ah... sí... la Novena.

Tomado de libro Allegro molto. 60 años de anécdotas, de mi autoria. Luzam, México, 2010.




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