Thursday, May 18, 2017

Así recordé el centenario de Mahler

Com un afectuoso saludo para

la oboísta Carmen Thierry




El 18 de mayo del 2011 me fui a Spanish Bay, en la península de Monterey, California, y ya en ella me coloqué los audífonos porque estaba dispuesto a cambiar durante poco más de treinta minutos el canto de las olas del Pacífico por Der Abschiqed (La despedida), último movimiento de Das Lied von der Erde (La canción de la Tierra).


Antes de pulsar el botón de encendido de la grabadora, hice una breve reflexión sobre los últimos momentos en la vida de Gustav Mahler ocurridos hacía exactamente cien años. 


Gracias a los testimonios disponibles, sabemos que durante la agonía la fiebre sumió a Mahler en un estado que oscilaba entre la lucidez y la inconsciencia. Postrado en su lecho de muerte, pero con la mano derecha sobre la sábana, parecía dirigir una orquesta imaginaria y quienes estaban a su lado escucharon sus palabras susurrantes: "Mozart, pequeño Mozart".


Volví a sentir el dolor por el hecho de que Mahler nunca escuchó su obra maestra, puesto que el estreno se realizó seis meses y dos días después de su fallecimiento,  el 20 de noviembre de 1911, dirigido por Bruno Walter, quien había estado al lado suyo en los mementos previos al deceso.


A esta reflexión se añadió el recuerdo de que Mahler comenzó la composición de Das Lied von der Erde en 1907, año en que sufrió la muerte de Maria Anna, su hija mayor, y a él le detectaron una grave afección cardiaca. Evidentemente, el compositor intuía que se acercaba el ocaso de su vida, por lo que estamos convencidos de que La canción de la tierra constituye su propio réquiem.


Me concentré entonces en vivi intensamente este movimiento con el que el bienhadado compositor da el más sentido adiós a la existencia  terrenal; música  que resulta la más conmovedora compuesta por quien supo tocar el corazón de los seres humanos.


Tras dos golpes de gong, cuando en el tercer compás del movimiento interviene el canto encantador del oboe, sentí la brisa en el rostro. Este instrumento de entrañable timbre tiene a su cargo melodías que anidan para siempre en el alma.




Compases después, se renovaron mi asombro y mi goce al comprobar una vez más la comunión de la música de Mahler y los poemas de Mong-Kao-Jen y Wang-Wei.


La intensidad alcanzó el punto culminante en momentos como este, en el que Mahler demuestra su sensibilidad poética al intercalar palabras de su inspiración:


¿Adónde voy?

Voy a errar por las montañas. 

Busco la tranquilidad para mi corazón solitario. 

Me dirijo hacia la patria, hacia mi hogar.

Ya nunca más vagaré en la lejanía.

Mi corazón está tranquilo y espera su hora.

¡La querida tierra florece por todas partes en primavera 

y se llena de verdor nuevamente! 

¡Por todas partes y eternamente resplandece de azul la lejanía! Eternamente... eternamente...




*** 


Muchos meses después de mi experiencia musical y marinera, caí en la cuenta de que fue totalmente intencional que Mahler dispusiera que la palabra Ewig (eternamente), al final de la coda, se cantara siete veces.









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