Saturday, May 27, 2017

Mónica, la vidente



Mónica, la vidente


“Perdone, señor, ¿es usted José Alfredo Páramo?”


—Así es. ¿Tengo el gusto de conocerlas?


“No... no nos conocemos; pero ahora el gusto es

nuestro. Usted escribe en El Economista, ¿verdad?” 


—Sí... ¿Cómo supieron quién soy?


“Mónica, mi hija, lee sus columnas en La Plaza y

desde hace mucho tiempo quería conocerlo. Cuando lo vio, pensó que usted debía de ser, porque da exactamente el perfil que ella había imaginado”, dijo la señora María Eugenia.


El insólito diálogo tuvo lugar en la Sala Nezahualcóyotl, durante el ensayo del Concierto candela para percusión y orquesta, de Gabriela Ortiz, por parte de la OFUNAM, dirigida por Ronald Zollman.


Así comenzó, bajo el patrocinio de Euterpe y la vocación de vidente, una sincera amistad.


—¿Acaso crees, Mónica, en la percepción extrasensorial?


“Por supuesto. ¿No hubo el día que nos conocimos algo de eso?


“Por citar otro ejemplo: un día escuché en la radio una obra cuyo nombre no dijeron en la presentación, ni al final de la transmisión. Tampoco mencionaron en ninguna de esas ocasiones el nombre del compositor.


“Cuando terminó, hablé por teléfono con Antero Chávez, mi amigo, el percusionista de la Filarmónica de la Ciudad de México, y le dije que había oído una música que me había gustado mucho, pero que nada, absolutamente nada sabía de ella, ni tampoco pude tararearle la melodía.


“Él escuchaba mis palabras emocionadas, cuando de pronto empezó a silbar, con la precisión que lo hace, un lindo tema. Le dije asombrada que eso era lo que acababa de escuchar en la radio. Me respondió que se trataba del “Otoño”, del ballet Las estaciones, de Glazunov.


“Corrí a comprar el disco y volví a disfrutar esa música encantadora, cuyo misterio había quedado revelado por una especie de telepatía”.


*** 

Esta crónica fue publicada en el libro Allegro molto. Sesenta años de anécdotas, de mi autoría. (Luzam, Cuernavaca, México, 2010).


Posdata: El hecho referido tuyo lugar el 27 de mayo de 1995, por lo que hoy recuerda el autor de este blog que ese día resultó ganador del premio mayor de una lotería espiritual: la fraternal amistad de María Eugenia, Mónica y toda la familia Alducin.



                                         Sala de Conciertos Nezahualcóyotl, Ciudad de México.


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