Friday, September 23, 2016

Los brujos de Catemaco


      


Hace muchos años contaba yo con los servicios de una secretaria que se empeñaba en llamarse Laura, aunque su verdadero nombre era Laurentina.

Nacida en Veracryz, la tierra que Agustín Lara hizo suya por derecho de amor, esta muchacha rumbera y jarocha sabía más de brujería que todas las enciclopedias británicas e hispánicas y aun se había adelantado al torrente de información de la Wikipedia.

En una ocasión me confió que estaba angustiada, porque habían embrujado a su mamá. La prueba irrefutable era que tenía las pupilas verdes, por lo que había ido a buscar los buenos oficios de un brujo de Catemaco, famoso por el acierto de sus diagnósticos.

Este vidente la había puesto en la pista de la autora del maleficio, y le previno que se trataba de una mujer extremadamente peligrosa. Sospechando a quién se refería, Laura se había aprestado a contrarrestar los perversos propósitos de la enemiga de su madre.

—Laura —le dije—, no es que dude de los brujos de Catemaco, pero me parece que su mamá acusa los síntomas de una grave enfermedad llamada glaucoma, y yo le aconsejaría que vaya a su tierra este mismo fin de semana para que consulten a un buen médico. Es preciso que no pierdan más el tiempo.

En un principio, Laura se mostró ofendida porque me había atrevido a dudar de la infalibilidad de los brujos; pero el viernes al mediodía me pidió la tarde para tomar el autobús a su tierra.

No regresó hasta el miércoles. Me dijo que en efecto su madre padecía glaucoma, pero que ya había empezado el tratamiento.

No volvimos a acordarnos de hechiceros y taumaturgos hasta el día en que escuchaba en mi oficina una grabación de la Misa en cuartos de tono para coro masculino a capella, dedicada por Julián Carrillo al papa Juan XXIII; esa obra extraña cuya fuga “Et in Terra pax” provoca un estado de angustia al director de orquesta José Areán, según me lo ha confiado.

Entró extrañada a mi oficina y me dijo:

—Maestro, qué rara música está escuchando hoy. Me pone nerviosa. ¿Qué no será lo que cantan los brujos de Catemaco? 


                            

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