Friday, March 13, 2020

La música entre sueños

Pierrot Lunaire a las tres de la mañana

Si usted es melómano incurable, quizá haya hecho la prueba de dormir con grabadora, iPod o radio encendidos.

Habrá notado que, entre el sueño y la vigilia, la música adquiere extraños, mágicos efectos: los rasgos se estilizan, las melodías se subliman y todo se mueve en un ambiente onírico.

Esto lo experimenté por primera vez de niño, en una ocasión en que me quedé dormido con el aparato sintonizado en la ya desaparecida estación  XELA,  Buena Música en México. Soñé que escuchaba una música fuera de este mundo, con melodías tan exquisitas que parecían irreales.

Desperté sobresaltado, para encontrar que la estación había salido del aire a media noche, y solamente se escuchaba el zumbido característico. ¿Qué había soñado o qué había escuchado en la duermevela?

Una de aquellas melodías me dejó particularmente cautivado, por lo que me propuse localizar de qué se trataba. En los días siguientes, escuché radio de la mañana a la noche, pero pasaron muchos años sin que apareciera por ningún lado el tema de mis sueños. Llegué a suponer que yo lo había creado y vi en ello un indicio de que quizá tenía talento como compositor.

Ya en la adolescencia, fui a un concierto al Palacio de Bellas Artes, de la Ciudad de México. Estupefacto, escuché el tema musical que tanto amaba, cuya paternidad me había adjudicado. Se trataba de una de las “Danzas Polovetsianas” de la ópera El príncipe Igor, de Alexander Borodin.  Qué sentimientos encontrados tuve en ese momento. Por un lado, mi regocijo por haber descubierto ese tema fue de grandes proporciones; por otro, sentí un profundo desencanto al percatarme de que no había sido yo llamado para la composición, como había supuesto.

Desgraciadamente no se ha repetido una experiencia similar. Pero como el virus de la melomanía se inocula en la infancia y se vuelve más activo en la vejez, ahora suelo recurrir al experimento de dormir con radio, para lo cual aprovecho la estación española Radio Clásica, que transmite música de concierto las 24 horas y  me pongo mis audífonos de chicharito para no causar escándalo público.  

Durante la mayor parte de la noche, no queda huella de lo oído, pero de vez en cuando despierto y me digo, por ejemplo: “Estoy escuchando Variaciones Goldberg, de Bach, en transcripción para piano. Por los tempi, supongo que el intérprete es Claudio Arrau”, lo que me hace sentir un erudito. Pero hay ocasiones en que no tengo idea de lo que están transmitiendo. Entonces me consuelo: “Uno se acuesta para dormir, no para hacerla de musicólogo”.

Hace algunos días me revolvía en la cama sin poder descansar plenamente y lo escuchado no era como para arrullar a un bebé. Prendí la luz; vi que eran casi las tres de la mañana. Identifiqué el Pierrot Lunaire de Arnold Schoenberg, obra que disfruto en la vigilia, pero me parece horrenda entre sueños. 

Desde entonces he empezado a preguntarme si de veras será tan aconsejable dormir con música.




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