Saturday, February 29, 2020

De la sonrisa benévola al improperio


"Qué impuntuales son los músicos de la Orquesta Filarmónica de la UNAM", me dijo un vecino de butaca en la Sala Nezahualcóyotl del Centro Cultural Universitario, en la Ciudad de México. 

Extrañado por este comentario, le pregunté a qué se refería. Entonces recibí esta respuesta que solo la más elemental de las cortesías me impidió soltar una carcajada:

"¿Qué no se dio cuenta usted de que antes del intermedio, cuando tocaron algo de Mozart y de otro compositor eran unos cuantos músicos y ahora que van a tocar la Novena de Beethoven hay una multitud?"

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En otra ocasión, en el Palacio de Bellas Artes, de la   Ciudad de México, una jovencita me comentó asombrada que el director de orquesta evidentemente tenía una gran amistad con el violín concertino, porque lo saludó a la entrada al escenario y después de cada obra volvía a saludarlo con mucho afecto.


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Durante una charla de apreciación musical, vi que un muchacho estaba quedándose dormido cuando escuchábamos un pasaje del Réquiem de guerra, de Benjamin Britten. Al concluir la audición de este ejemplo, le pregunté si no había encontrado interesante esta obra.

"Es que esta ópera está muy larga, pero sí me gustaron las canciones que escuchamos al principio de esta sesión". 

A las "canciones" que se refería fueron la Marcha fúnebre de la Sonata para piano número 2 de Chopin y la secuencia Dies irae de la Misa de difuntos.   

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—Ya es tiempo de que te aprendas los nombres de los instrumentos —dijo un padre a su hijo—.  ¿Ves los que están enfrente? Son las cuerdas. Aquellos grandotes que están hasta atrás y se tocan de pie, son los violonchelos.  

 Estuve a punto de gritarle: "¡No son chelos, insensato, son contrabajos!"

—Papá, veo que algunos violines son un poquito más grandes que los otros; ¿y qué me dices de los que se tocan sentados? ¿Cómo se llaman?

La pregunta tomó por sorpresa al progenitor, pero tras un segundo de indecisión, recuperó el decoro y pontificó:

—Son violines de distintos tamaños.

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A pesar del tono burlón con el que están redactadas estas anécdotas de la vida real, sus protagonistas no merecen más que una sonrisa benévola y empática. En este mismo caso se encuentra, por ejemplo, quien asegura que los valses que más le gustan de Richard Strauss son El Danubio azul y Voces de primavera.

Los que sí merecen que se les cubra de improperios son algunos supuestos melómanos como la señora que en el segundo piso del Palacio de Bellas Artes encendió su teléfono celular para que su hijo se distrajera con videos mientras escuchábamos La consagración de la primavera, de Igor Stravinsky, dirigida por Carlos Miguel Prieto en el año del centenario del estreno de esta obra. 

Asimismo, el señor que comía papitas fritas,  bolsa de celofán percutida, en el cine Monterey 13, en Del Monte, California, durante la presentación en vivo desde el Metropolitan de Nueva York de la ópera Wozzeck, de Alban Berg. 

Por último, el cretino que no impidió que el timbre de su teléfono celular atronara durante varios compases del último movimiento de la Sonata número 8 de Prokófiev, interpretada por Kate Liu en la Vanderbilt Presbyterian Church, de North Naples, Florida. 

Post scriptum 

Este último ejemplo puede comprobarse en YouTube. Y hay que elogiar a la pianista Kate Liu  por su serenidad y profesionalismo que la libraron de dar un tropiezo.



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