Tuesday, February 25, 2020

Fernando Díez de Urdanivia

                                      Lux perpetua

A la memoria de Fernando Díez de Urdanivia (1932-2020), con fraternal cariño. 


En Sabiduría de Salomón, libro sapiencial del Antiguo Testamento, encontramos estas palabras que solemos evocar tras la partida de un ser querido:

Las almas de los justos están en las manos de Dios y ningún tormento podrá alcanzarlos. A los ojos de los insensatos están bien muertos y su partida parece una derrota. Nos abandonaron: parece que nada quedó de ellos. Pero, en realidad, entraron en la paz. Aunque los hombres hayan visto en eso un castigo, allí estaba la vida inmortal para sostener su esperanza: después de una corta prueba recibirán grandes recompensas. 

Sí, Dios los puso a prueba y los encontró dignos de él. Los probó como al oro en el horno donde se funden los metales, y los aceptó como una ofrenda perfecta.

Cuando venga Dios a visitarnos, serán luz, semejantes a la centella que corre por entre la maleza. Gobernarán naciones y dominarán a los pueblos, y el Señor será su rey para siempre.

Walt Whitman (1819-1892) ofrece reflexiones dignas de perpetua memoria:

All goes onward and outward... and nothing collapses, and to die is different from what any one supposed, and luckier. Has any one supposed it lucky to be born? I hasten to inform him or her it is just as lucky to die, and I know it. I pass death with the dying, and birth with the new-washed babe. 

 (Todos se esparce y avanza, nada se destruye y morir es distinto de lo que se supone, y más afortunado. ¿Supone alguien que nacer es algo afortunado? Me apresuro a señalar a tal hombre o mujer que morir es igualmente afortunado, bien lo sé yo. Muero con el agonizante y nazco con el recién nacido). 

*
En el prefacio de la Misa de Difuntos del Misal Romano encontramos este texto impregnado de fe y de esperanza:

En verdad es justo y necesario,
es nuestro deber y salvación
darte gracias
siempre y en todo lugar,
Señor, Padre santo,
Dios todopoderoso y eterno,
por Cristo, Señor nuestro.

En él brilla la esperanza
de nuestra feliz resurrección;
y así,
aunque la certeza de morir nos entristece,
nos consuela la promesa
de la futura inmortalidad.
Porque la vida de los que en ti creemos, Señor,
no termina, se transforma;
y al deshacerse nuestra morada terrenal,
adquirimos una mansión eterna en el cielo.

*

Requiem æterna dona eis, Domine, et lux perpetua luceat eis.







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