Thursday, October 22, 2015

Allegro Molto. Anécdota II

170 boleros

El taxi que nos llevaba de León a San Francisco del Rincón, Guanajuato, se había convertido, desde el punto de vista acústico, en un rincón de cantina. Un bolero tras otro, de los antigüitos, provocaron en mí una oleada de nostalgia que me llevó a los lejanos años de la infancia, allá por los años cuarenta del siglo pasado, cuando esta música fue, ni más ni menos, mi folclor urbano: lo que escuchaba cotidianamente en un entorno melódico en el que la radio había irrumpido, ráfaga de tempestad, en los hogares y se rendía culto a  cantantes y astros de la llamada época de oro del cine mexicano. 

Me sentí en ese taxi guanajuatense tan identificado con la música como suelo estarlo en una sala de conciertos, pero con una ventaja: aquí sí podía unir mi voz a la de los intérpretes... y así lo hice.

Empecé a presumir a Josefina y al taxista que me sabía la letra de todos ellos... y asi iba demostrándolo, bolero tras bolero:

Vida, si tuviera cuatro vidas, 
cuatro vidas serían para tí.

Kilómetros adelante:

Me salgo a la calle
buscando un consuelo,
buscando un amor.

Y aun empecé a enternecerme:

Amor perdido,
si como dicen
es cierto que vives
dichosa sin mí...

El taxista, lejos de impacientarse con su pasajero, entró en el juego y aun me pareció ver que, de vez en cuando, me miraba por el espejo retrovisor y sonreía.

El arribo a San Pancho, como llaman a esta ciudad los lugareños, tuvo el efecto de un anticlímax. "Oh, my God, no more boleros", me dije para dármelas de bilingüe. El taxista pareció leer mi pensamiento, volvió a sonreírme con empatía y extrajo del tablero el disco de 170 boleros y me lo regaló.

Volví altivo no a los patrios hogares, sino a la costa central californiana, donde la música ranchera mexicana y el rap suelen escucharse en forma antifonal, y puse el disco en la computadora, sin ningún resultado. Luego probé infructuosamente una grabadora tras otra hasta que, muchos días después, cuando todo parecía perdido, Josefina me dijo que ese disco estaba en formato MP3 por lo que no podían leerlo mis aparatos.

No dispuesto a aceptar la derrota, me propuse dar con un aparato que leyera el famoso MP3, hasta que di con él en una tienda de artículos mexicanos de la ciudad de Salinas que parece fiel reproducción de un puesto de "ambulantes" en el Eje Central Lázaro Cárdenas, de la Ciudad de México.

Este tocadiscos resultó de gran calidad. Que bien suenan ahor las sinfonías de Mahler y mis 170 boleros.

Aunque viva prisionero,
en mi soledad
mi alma te dirá "te quiero"...

(El que se sienta libre de sentimentalismo y aun de cursilería, que lance la primera metáfora)



1 comment:

  1. ¡De las mejores lecturas de mi vida! ¡Wow! Confirmo que tengo un papá genio.

    ReplyDelete