Wednesday, October 21, 2015

Allegro Molto. Sesenta años de anécdotas. Segunda parte

Allegro Molto. Sesenta años de anécdotas musicales
                       Segunda parte

En 2010, Editorial Luzam, de México, publicó el tercer volumen de su colección Biblioteca Musical Mínima. Su título: Allegro Molto. Sesenta años de anécdotas musicales. Su autor, expresado en términos pasados de moda, es quien esto escribe.

A la insistencia de Josefina (compañera y musa), así como a la de Hugo Roca Joglar, debo la decisión de seguir publicado anécdotas musicales. Ahora recurriré en este empeño al mundo de la cibernética y hoy comienzo esta labor, a pesar de que tomo en cuenta que, como lo recuerda el bachiller Sansón Carrasco a don Quijote: "Nunca segundas partes fueron buenas".

He aquí, amigos, la primera de una serie extensísima de anécdotas recopiladas a lo largo de las décadas, lo que a su vez me recuerda aquello de que "quien cuenta su vida en décadas es que ya entró en la decadencia".

Finalmente, debo aclarar que estas sencillas y aun simplonas ocurrencias en torno de la música, están desprovistas de ulteriores propósitos didácticos o ensayísticos y que distan de ser inventadas: las relato tal como me parece que ocurrieron. No dejan de provocarme escozor, sin embargo, las palabras atribuidas Mark Twain: "Cada vez recuerdo con más emoción cosas que nunca sucedieron". 

                 Primera anécdota

Ya no más en un restaurante yucateco


El día que supe que Alfonso Durán Vázquez había fallecido, acababa de regresar de mi caminata matutina en la que había escuchado el Réquiem de Berlioz con los audífonos de mi iPod.

Días antes había enviado un mensaje electrónico para saludar al entrañable amigo, gran pintor yucateco que ahora radicaba en Mérida, tras haber dejado su  atelier de la Ciudad de México, en el que yo  escuché por primera ocasión, hace muchos años, la Quinta sinfonía de Mahler y La canción de la Tierra, obra esta que se convertiría desde entonces en mi Everest  musical. 

Cuando abrí la computadora para revisar mi correo, no encontré el mensaje de respuesta de Alfonso, sino de quien me daba la noticia. Entonces, me pareció que algo había tenido de premonitoria la audición del Réquiem.Ya el destino no llama a la puerta, reflexioné, ni siquiera llama por teléfono, sino que lanza su zarpazo desde la red.

Imaginé que Alfonso me repetía las palabras del poeta chino en "La despedida", de La canción de la Tierra: "Mi corazón solitario busca la paz. Vuelvo hacia mi patria, mi morada".

El dolor, la nostalgia y la gratitud por el enriquecimiento que fue para mi vida la amistad con Alfonso dio paso a la oración: "Dale, Señor, el descanso eterno y brille para él luz perpetua".

Días después, Josefina y yo recordamos nuestra reunión con Alfonso en Mérida, los recorridos que hicimos por Puerto Progreso y otros sitios del litoral; las caminatas por el Paseo Montejo y nuestra afición por las champolas; el concierto disfrutado en el Teatro Peón Contreras, que incluyó una conmovedora versión del Concierto para violín de Sibelius... y la última vez que estuvimos con él, el día de nuestro regreso.

En esa ocasión, en lugar de platicar y comer, privilegié en el restaurante la audición de la música ofrecida: de la trova yucateca a los boleros... y me puse a cantar y tararear insistentemente para sorpresa de Afonso con quien no hubo durante muchos años más que la audición de las obras más refinadas del repertorio "clásico" y los análisis más serios de las partituras.

Hubo un momento durante la comida en que me pareció que Alfonso se sentía incómodo con mi recital, pero supuse por lo sutil y exquisito de su comentario, que bromeaba.

Cuando nos dimos la suprema despedida, sin imaginar que no habría otro encuentro, Alfonso dijo:

"La próxima vez que nos veamos, iremos a un restaurante chino para que Alfredo no conozca nada de lo que canten".

                                                            (Foto: Cony Domínguez)

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