Monday, September 9, 2019

Mis cuatro pianistas favoritas. Segunda parte

                   Ástrid Morales Torres

En el 2002, Ástrid Morales Torres contaba apenas diez años, edad en la que una visita Disneylandia parece colmar la dicha de cualquier chiquillo, pero ella se mostró desdeñosa: no le atraían Mickey Mouse, ninguno de los héroes de la mitología disneyana ni los atractivos del parque de diversiones. Su aspiración era conocer la casa natal de Mozart en Salzburgo.

A Salzburgo la llevaron sus consentidores padres, pero para dicha de la precoz melómana, la visita incluyó sendas visitas no menos anheladas a la casa de Bonn donde nació Beethoven y a la casa que habitó Schumann en esa ciudad. 

Tres años más tarde, obsesionada por la música de Chopin, volvió a convencer a papá y mamá para que la llevaran a conocer la casa del poeta del piano en Zelazowa Wola, cerca de Varsovia. 

El viaje se extendió a Praga porque era preciso visitar también las casas en que vivieron Bedrich Smetana y Antonin Dvorak. 

Con estos párrafos se iniciaba, hace muchos años, la entrevista realizada a Ástrid Morales para la serie Charlas con Melómanos, de mi autoría, en el suplemento cultural La Plaza del periódico El Economista, de la Ciudad de México. En ella participaron, entre otros personajes, los directores de orquesta Johannes Bruno Ullrich y Fernando Lozano; los hermanos Perujo del Mariachi Charanda; Javier Lozano Alarcón, consumado pianista y en ese tiempo secretario del Trabajo y Previsión Social; Silvia Navarrete, David Rosenbluth, Edith Silva... 


                     La Niña Pianista

Más que detallar la fulgurante trayectoria profesional de Ástrid, iniciada a los siete años de edad, con la maestra Natasha Tarásova en la Escuela Superior de Música; su titulación de Licenciada en Piano por el Conservatorio Nacional de Música; su Master of Music in Piano Performance and Pedagogy en la Southern Methodist University en Dallas, y su ya próximo grado de Doctor of Musical Arts in Piano Performance, en la Arizona State University; sus otros títulos, diplomas y reconocimientos, debo recordar aquel remoto tiempo en que Josefina y yo la conocimos, así como la forma en que nos prendamos de ella. 

No había un solo concierto en el Palacio de Bellas Artes de la Ciudad de México o en la Sala Nezahualcóyotl del Centro Cultural Universitario en el que mi esposa y yo no la viéramos en compañía de Socorro, su madre, en una de las primeras filas. Josefina solía decirme: "Mira, allá está la Niña Pianista con su mamá". 

Tanto se repitió esta expresión que ya no nos referíamos a ella como Ástrid, sino como la Niña Pianista. La amistad con aquella muchachita y con su madre fue creciendo a lo largo de los años y a pesar de haberse transformado en una joven formal, entusiasta y artista de primera línea, seguimos llamándola así. Es más: se había convertido en una persona tan querida para nosotros que empecé a considerarla como una nieta. Aun cuando no compartamos ADN, está no solo dentro de mi corazón, sino en el de Josefina, a quien también llama abuelita, a pesar del carácter extraordinariamente prematuro de este término en el caso de mi esposa. Suelo decir que si Ramón López Velarde llamó a Cuauhtémoc "el joven abuelo", por qué no habría de llamar "la joven abuela" a Josefina. 

Me siento muy orgulloso por el amor que tiene la Niña Pianista por la música mexicana y por la de Manuel M. Ponce en particular y la forma en que los promueve en Estados Unidos. Asimismo, la felicito porque su tesis de doctorado versará sobre La Influencia de la música latinoamericana en la música estadounidense para piano de Gottschalk, Copland y Bernstein

¡Viva México! ¡Viva la Niña Pianista!

Post scriptum

En la entrada Chopin, el bienamado, del 17 de octubre del 2016, se encuentra una referencia a Ástrid Morales. 




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